Palabras de Ernesto Sábato para no olvidar
Se cumplen 110 años del natalicio del autor argentino. Recordamos algunas reflexiones que dejó en su obra literaria y que perdurarán en el tiempo.
Andrés Osorio Guillott
Somos hijos del tiempo y el lugar que habitamos. Ernesto Sábato fue hijo de Argentina, pero también de un tiempo en el que la humanidad daba giros cada vez más radicales en su manera de organizarse social, política y culturalmente. Entre líneas, las guerras fueron transformando para siempre las consciencias y los corazones de las personas. Los escombros de la violencia nunca se removieron, y quedaron instalados males aparentemente perpetuos y connaturales a los sistemas dominantes.
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Somos hijos del tiempo y el lugar que habitamos. Ernesto Sábato fue hijo de Argentina, pero también de un tiempo en el que la humanidad daba giros cada vez más radicales en su manera de organizarse social, política y culturalmente. Entre líneas, las guerras fueron transformando para siempre las consciencias y los corazones de las personas. Los escombros de la violencia nunca se removieron, y quedaron instalados males aparentemente perpetuos y connaturales a los sistemas dominantes.
De la desesperanza de la desigualdad, que ya había sido vaticinada con la inclusión del utilitarismo, o del dolor de la normalización de la violencia, surgieron entonces las voces existencialistas en Occidente. Y Sábato, como escritor que asumió el testimonio de su época, fue desenredando en sus libros las inquietudes de un mundo que se deshumanizando y desnaturalizando.
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“No esperen encontrar en este libro mis verdades más atroces; únicamente las encontrarán en mis ficciones, en esos bailes siniestros de enmascarados que, por eso, dicen o revelan verdades que no se animarían a confesar a cara descubierta”, escribió Ernesto Sábato en Antes del fin, aclarando que no era este texto una especie de manifiesto de sus verdades del mundo, reafirmando que su literatura habla por él, y que como se ha visto incluso desde el estudio de este arte, es en el relato de ficción y no-ficción donde se pueden encontrar las verdades ocultas, las que se saben pero no son capaces de confesarse en la oficialidad.
Pero Sábato también dice: “Sí, escribo esto sobre todo para los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado sillas”. Palabras que provienen de su existencialismo, de una necesidad que no proviene del ego y quiere hablar por todos, sino del hombre noble que escribe y se pronuncia para todos, para que el peso de la vida y sus desdichas, tan arraigadas al sentido mismo de nuestro camino, esté distribuido en todas las manos, para que la responsabilidad de vivir sea de todos y no de solo un puñado de gentes.
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Existencialismo que en parte se dio por el entorno que lo rodeó, por Albert Camus, por ejemplo, que le enseñó que “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”, y por esa frase entendió y escribió que: “El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana”.
Y de ahí que su obra no sea solo la ficción y las verdades ocultas que hay tras los personajes de El Túnel o de Sobre Héroes y Tumbas, por solo mencionar unas de las novelas más recordadas, sino también por sus ensayos, por sus frases que son producto de sus memorias y de una vida dedicada a la contemplación complementada con la inquietud por el comportamiento y transformaciones de la naturaleza humana.
En La Resistencia, por ejemplo, asegura que “Lo esencial de la vida es la fidelidad a lo que uno cree de su destino, que se revela en esos momentos decisivos, esos cruces de caminos que son difíciles de soportar pero que nos abren a las grandes opciones”. Y Sábato fue siempre fiel a sus lecciones y creencias, aún cuando ambas pudieran significar alejarse de aquello que lo motivaba o lo apasionaba, como sucedió cuando se distanció del comunismo. A lo largo de su vida apeló a la importancia de la memoria, del recuerdo, de la dureza de su educación y de los primeros encuentros con la realidad del mundo, con la migración, la pobreza y todas las quimeras de la injusticia.
En Antes del fin dice: “Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano. Son excluidos los pobres que quedan fuera de la sociedad porque sobra. Ya no se dice que son <<los de abajo>> sino <<los de afuera>>. Son excluidos de las necesidades mínimas de la comida, la salud, la educación y la justicia; de las ciudades como de sus tierras. Y estos hombres que diariamente son echados afuera, como de la borda de un barco en el océano, son la inmensa mayoría”.
Volver a creer en esa utopía de un mundo más romántico y agradable para todos. Creer en esas palabras para no olvidar, para no desviarnos de los que podamos llamar nobles propósitos de vida, de vidas compartidas, pues siempre que pensemos en nuestra existencia habría que pensar en que no estamos solos en el mundo, que ese anhelado porvenir de bienestar está supeditado por las buenas condiciones para todos. “Sí, muchachos, la vida del mundo hay que tomarla como la tarea propia y salir a defenderla. Es nuestra misión. (...) La solidaridad adquiere entonces un lugar decisivo en este mundo acéfalo que excluye a los diferentes. Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia”.