Charles Simic: el adiós a un jovial pesimista
El poeta serbio-estadounidense falleció el pasado 9 de enero, a sus 84 años. De su legado queda una poesía marcada por la ironía, el pesimismo y una crítica a los totalitarismos, esto por los recuerdos de guerra de su infancia.
Andrés Osorio Guillott
Por más que no queramos, hay una valija que siempre nos acompaña, y que con el paso de los años se va haciendo más y más pesada. Es la valija de la memoria, que en su interior lleva ropas y objetos que representan lo que hemos sido. Y esa valija es una paradoja, pero también si se quiere una resistencia a lo inevitable. Borges lo dijo con mucha precisión: “Ya somos el olvido que seremos”, pero es justamente la paradoja de la valija de la memoria la que le va dando sentido a una obra, o al paso por el mundo.
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Por más que no queramos, hay una valija que siempre nos acompaña, y que con el paso de los años se va haciendo más y más pesada. Es la valija de la memoria, que en su interior lleva ropas y objetos que representan lo que hemos sido. Y esa valija es una paradoja, pero también si se quiere una resistencia a lo inevitable. Borges lo dijo con mucha precisión: “Ya somos el olvido que seremos”, pero es justamente la paradoja de la valija de la memoria la que le va dando sentido a una obra, o al paso por el mundo.
Charles Simic cargó en su valija de la memoria poemas que hablaron de su infancia y de este tiempo. En ella, esculcando entre sus prendas y apuntes, el tiempo parecía confundirse, parecía ser el mismo, pues aunque la guerra y el exilio habían sido cosas de años atrás en su vida, ambos males del mundo seguían presentes, y por ese eterno retorno es que su poesía estuvo enmarcada por las ironías que criticaban a los totalitarismos y la violencia.
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“Cuando era más joven no. Ahora ya no estoy tan seguro. Aún rondan por ahí el mismo tipo de locos que hicieron que el mundo fuera un caos cuando era niño. Quieren más guerras, más cárceles, más muertes; todo es horriblemente familiar, pesado y tristemente familiar”, contestó Simic en una entrevista para The Paris Review sobre el peso de la historia.
En estos tiempos parece que el pesimismo no es pesimismo sino una postura sensata frente a la historia y su porvenir. Simic fue pesimista, así lo dijo en una entrevista para El Cultural: “Cualquiera que haya vivido 82 años y haya sido testigo de tantísima violencia, injusticia y miseria como yo, probablemente no podrá ser optimista jamás (...)Una vez, hablando de esto con mi difunto padre, llegamos a la conclusión de que deberíamos definirnos como joviales pesimistas, porque, a pesar de todo, nos encantaba reírnos y disfrutábamos de un buen chiste”. Y esto último es clave para entender su poesía y también la persona que fue.
Un sentido del humor que bebió siempre de la fuente de la ironía, de la burla incluso a sí mismo, y que bien puede reflejarse en uno de sus poemas en prosa del libro El mundo no se acaba: “El tiempo de los poetas menores se acerca. Adiós Whitman, Dickinson, Frost. Bienvenidos ustedes, cuya fama nunca llegará más allá de su familia más cercana y tal vez uno o dos buenos amigos reunidos después de la cena alrededor de una jarra de feroz vino tinto… mientras los niños mueren de sueño y se quejan por el ruido que estás haciendo mientras hurgas en los closets buscando tus viejos poemas, temeroso de que tu esposa los haya tirado en la última limpieza de primavera”.
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Federico Díaz-Granados, quien compartió en dos ocasiones en su casa en Strafford, New Hampshire, recuerda por sus vivencias que una de las pasiones de Simic era la gastronomía, pues un bistec encebollado y una langosta fueron los platos que el poeta serbio-estadounidense le preparó cuando lo visitó. El último de esos encuentros, rememora, fue el 9 de marzo de 2020, cuando ya la pandemia estaba entre nosotros.
Díaz-Granados recuerda también cuando Simic estuvo en Colombia: fue en 2018, cuando vino al Festival de Poesía Las Líneas de su Mano, que se realiza en el Gimnasio Moderno: “Le rendimos en ese entonces el homenaje central. Estuvo una semana en Bogotá. Fue su única visita a Sudamérica, porque él había estado en México dos veces, pero a este lado de la región no. Estuvo fascinado con Bogotá, caminó por todo el centro. Le llevó a la esposa joyas con esmeraldas”.
“Como persona me queda un hombre de una infinita generosidad, un gran sentido del humor y un bello sentido de la amistad. Sabía hablar de las cosas más sencillas y elementales, y así era su poesía. Muchos de sus poemas parten de una anécdota cotidiana, de la observación de un objeto. Tenía una profundidad filosófica y metafísica a partir de la observación. Hablar de fútbol, de cocina, de sus maestros terminaban siendo grandes lecciones de poesía. Y justamente de su obra me queda esto que menciono, pero que esto lo previno con uno de sus poemas en prosa de El mundo no se acaba, cuando habla del tiempo de los poetas menores. Su poesía era eso, era una capacidad de burlarse de sí mismo, de caricaturizarse sabiendo que el poeta tiene una función en la sociedad a veces incomprendida, pero que el poeta sí devuelve cierta dignidad a la soledad, a las emociones, a partir de una mirada muy honesta de las cosas más cotidianas. Se va, ahí sí, uno de los grandes poetas de nuestro tiempo”, dijo Díaz-Granados.
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Simic nació el 9 de mayo de 1938 en Belgrado, en lo que en ese entonces era Yugoslavia. Un dato no menor, pues creció bajo el contexto de la Segunda Guerra Mundial. De esa época habló a partir de una anécdota familiar: “Hay una historia que solían contar en mi familia. La guerra acabó el día anterior al 9 de mayo de 1945, que pasó a ser mi cumpleaños. Yo estaba jugando en la calle, pero subí rápido por un vaso de agua. Mi madre y los vecinos estaban escuchando la radio, cuando me vieron dijeron “¡Se acabó la guerra!” a lo que yo respondí, mirándolos despacio: “Ya no habrá más diversión”. En tiempos de guerra no hay supervisión adulta, los padres están ocupados con otras cosas y los niños corren libremente. Hace unos años revisé unos libros gigantescos de fotografía sobre la guerra en Bosnia, todas las caras eran infelices, tristes, excepto por unos niños en Sarajevo que sonreían como si dijeran: ‘Esto es genial, esto es magnífico’. Cuando vi sus caras pensé: “Somos mis amigos y yo”. Después de la guerra la diversión continuó”, recordó el poeta, que en ese entonces jugaba a ser soldado, así como al fútbol, una de las pasiones que tuvo junto a la gastronomía.
En 1953, Simic, su mamá y sus hermanos llegaron a París tras haber sido detenidos por los comunistas al intentar escapar de Yugoslavia, pues tras la huida de su padre a Italia en 1944 les hizo saber, tiempo después, que no habría futuro en su tierra. En la capital francesa fue corta y difícil su estadía, pero para el pequeño Charles fue clave, pues allí tuvo uno de sus primeros contactos con la poesía: “Fue en la escuela de París donde comencé a interesarme en la poesía porque debíamos memorizar poemas de Baudelaire, Verlaine y Rimbaud y recitarlos frente a la clase. No se imagina la pesadilla que era para mí hacer eso por mi acento, aun así esos poemas lograron traer lágrimas a mis ojos”.
“Hitler y Stalin fueron mis agentes de viaje”, dijo en algún momento. Luego de su paso por París, zarpó a Estados Unidos, donde finalmente se quedaría el resto de su vida. Llegó primero a Nueva York, luego a Chicago. Sus últimos años los pasó en Strafford, New Hampshire, en una casa aledaña a un lago.
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Los poetas franceses que le provocaron lágrimas en su adolescencia fueron un primer peldaño, pero los cimientos de su poesía proviene de Vasko Popa, un poeta serbio con un destino similar al suyo, al que Simic describió como “el último de los grandes innovadores”; pero también fueron los poetas latinoamericanos: admiró a Octavio Paz, César Vallejo y Pablo Neruda: “Neruda era el poeta, después de escucharlo salías a la calle con ganas de comerte el mundo”.
En El País le preguntaron qué era la poesía, y él respondió: “Algo que es importante que mi perro sea capaz de entender. Desde luego, no una actividad elitista reservada para almas sensibles. Más de una vez, al final de una lectura de mis versos se me ha acercado alguien que me ha dicho con cara de extrañeza: ‘Jamás leo poesía, pero lo que ha leído usted hoy me ha interesado’”.
La demencia se lo llevó en menos de un año. Quedan sus versos, ensayos y escritos influenciados por la historia y el surrealismo. Más allá de géneros y referentes, queda un legado y una huella para la poesía de nuestro tiempo. Muere un poeta y lloran las luciérnagas, como decía Cris Carbone. Podríamos dejarnos llevar por el pesimismo de la ausencia de poetas, pero queda la esperanza de los que ya lo fueron y dejaron una obra para resguardarse de los inviernos y las cenizas.
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