Milan Kundera: la muerte y la inmortalidad
Falleció hoy a sus 94 años uno de los escritores más importantes del siglo XX. Aquí, un recorrido sobre las ideas que atravesaron sus novelas. El humor, el erotismo y el existencialismo son algunos de los conceptos de su obra literaria.
Andrés Osorio Guillott
Sucedió así el último abandono de Milan Kundera: el del mundo y este tiempo. Y con su abandono debemos reconocer que asistimos, una vez más, a la pregunta de qué viene para nosotros, de qué queda y a quiénes nos vamos a aferrar para seguir encontrando historias que nos ayuden a comprender los males de nuestra era, porque la literatura no está para encargarse de los asuntos alegres, estos no necesitan quién los aborde, porque cada vez que muere un escritor se va con él una época, y aunque quedan sus libros, siempre aparece esa sensación de incertidumbre y orfandad.
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Sucedió así el último abandono de Milan Kundera: el del mundo y este tiempo. Y con su abandono debemos reconocer que asistimos, una vez más, a la pregunta de qué viene para nosotros, de qué queda y a quiénes nos vamos a aferrar para seguir encontrando historias que nos ayuden a comprender los males de nuestra era, porque la literatura no está para encargarse de los asuntos alegres, estos no necesitan quién los aborde, porque cada vez que muere un escritor se va con él una época, y aunque quedan sus libros, siempre aparece esa sensación de incertidumbre y orfandad.
Antes ya había abandonado la vida pública y social. En el último lustro se le vio menos por el centro de París, donde vivía hace ya varias décadas con Vera. Y precisamente su decisión de vivir en la capital francesa fue el resultado de otro de sus abandonos: el de su país. En 1975 dejó Praga, que se fue quedando atrás, no en el olvido, porque si hay algo por lo que intentó luchar siempre Milan Kundera fue contra la desmemoria, contra la negación de la historia.
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Lo dice en su libro El arte de la novela sobre Tomás, personaje de La insoportable levedad del ser, uno de sus libros más recordados: “La levedad de la existencia en un mundo en el que no existe un eterno retorno”. Esa es la tesis de una novela que muchos catalogan de obra maestra y enmarca quizá a Kundera dentro de un existencialismo que arropó a Europa en el siglo XX y lo condicionó a él por las constantes referencias al absurdo de la condición humana.
Las ideas quizá son las que dictan nuestro sentido y quehacer en el mundo. En el caso de Kundera se destacan varias ideas o conceptos que atravesaron su vida y su obra, que le dieron un significado a su “yo”, que es finalmente el punto que más lo inquietaba y el que consciente e inconscientemente lo llevó a cuestionar la historia y el mundo que vivió durante 94 años.
La broma, libro que no gustó a la clase política checoslovaca, que publicó en 1967, derivó en la censura y, años después, en su exilio. Perdió desde entonces su nacionalidad y dio por hecho su no retorno a su país de origen. Con el humor como concepto central, Kundera plasmó los males del totalitarismo, haciendo eco tal vez de la noción de miedo de Hobbes, con la posibilidad que tenemos todos los seres humanos de destruir al otro: “El hombre es un lobo para el hombre”, decía el filósofo, y Kundera afirmó sobre su novela: “Ludvik ve a todos sus amigos y condiscípulos levantar la mano para votar, con total facilidad, su expulsión de la universidad y hacer tambalear así su vida. Está seguro de que hubieran sido capaces, de ser necesario, de mandarlo a la horca con la misma facilidad. De ahí su definición del hombre: un ser capaz en cualquier situación de enviar a su prójimo a la muerte”.
En la famosa conversación con Philip Roth, el checo dijo: “Aprendí la importancia del humor durante la época del terror estalinista. Yo tenía 20 años entonces. Siempre era capaz de reconocer a las personas que no eran estalinistas; es decir, a las que no había que temer por la forma en que sonreían. El sentido del humor era un signo inequívoco del reconocimiento. Desde entonces he vivido aterrorizado por la idea de un mundo que está perdiendo su sentido del humor”.
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En ese mismo diálogo, Kundera afirma que “la voz de la novela apenas puede oírse por encima de la atronadora necedad de las certidumbres humanas”, y por eso se decantó por este género literario. Sin duda, fue una idea que entendió con el paso de los años, no necesariamente cuando empezó su carrera de escritor, hacia la década de 1950, cuando sus primeros laboratorios fueron con la poesía y era además profesor de Literatura en la Universidad de Praga.
Fue después de 1968, cuando la Unión Soviética invadió Checoslovaquia, que Kundera recibió el golpe del totalitarismo, que atraviesa varias de sus visiones del mundo. Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, nos da una pista para entender lo que leeremos más adelante sobre Kundera: “Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación con todos los demás partidos y movimientos, su más conspicua característica externa es su exigencia de una lealtad total, irrestricta, incondicional e inalterable del miembro individual”.
Roth le dijo a Kundera que “en uno de sus libros describe la era de terror estalinista como el reino del verdugo y el poeta”, a lo que él respondió que el totalitarismo “no es únicamente el infierno, sino también el sueño del paraíso, el sueño milenario de un mundo en el que todos los hombres vivan en armonía unidos por una voluntad común y una fe sin secretos entre ellos”.
El totalitarismo para Kundera fue un fenómeno que marcó sus obsesiones. Por un lado, la privación de las libertades individuales en el ámbito público lo llevó a buscar y reflexionar sobre la defensa de esa libertad en el terreno privado, y de ahí nació el interés por lo erótico. “El erotismo tiene tal vez una mayor importancia hoy en los países totalitarios. Dado que uno no se puede realizar con plenitud en la vida pública, asume su libertad en la vida privada, y mayormente en el terreno erótico. Dejando Praga yo abandoné un paraíso, donde el epicureísmo y la libertad erótica eran mucho mayores que, por ejemplo, en París, donde la gente aspira más a hacer carrera que a hacer el amor”, le dijo en una entrevista a Sergio Vila-San Juan para el medio El Correo Catalán en 1982.
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Volviendo al existencialismo que de tanto en tanto se asomaba en la obra de Kundera, en La insoportable levedad del ser, se lee: “Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad (...) La ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real solo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes”. La levedad aparece entonces porque no hay eterno retorno, porque el ser humano vive nada más que con sus experiencias, sin posibilidad de tener una segunda oportunidad para aprender o comparar la vivencia pasada, sino que cada una es única e irrepetible en el tiempo. Somos arrojados al mundo, como decía Martín Heidegger, de quien Kundera también tomó referencias para el existencialismo, pues a partir de su idea del dasein (ser-ahí) logró, por ejemplo, dar una definición más de la novela: “La novela no examina la realidad, sino la existencia. Y la existencia no es lo que ya ha ocurrido, la existencia es el campo de las posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello de que es capaz. Los novelistas perfilan el mapa de la existencia descubriendo tal o cual posibilidad humana”.
Existencialista también por Franz Kafka, uno de sus referentes, de quien dijo que “es, ante todo, una inmensa revolución estética. Un milagro artístico”. Y existencialista porque desde esa orilla concibió algunos elementos para su obra literaria. Así, por ejemplo, entendió los conceptos del ridículo y la memoria como categorías existenciales. El primero lo aborda en El libro de los amores ridículos, y el segundo se puede rastrear en esa preocupación por un mundo sin eterno retorno, en una angustia —aquí también lo existencial— por perder toda capacidad de recordar. “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, dice Mirek, personaje de El libro de la risa y el olvido.
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Una memoria que Kundera asociaba con la inmortalidad. “Tenemos que diferenciar la denominada pequeña inmortalidad, el recuerdo del hombre en la mente de quienes lo conocieron (esta era la inmortalidad con la que soñaba el alcalde del pueblo de Moravia), de la gran inmortalidad, que significa el recuerdo del hombre en la mente de aquellos a quienes no conoció personalmente”, dijo en el libro titulado La inmortalidad, escrito en 1988.
Tal vez no sepamos qué tanto pensó en su muerte en los últimos años, pero sí afirmó alguna vez que temía que ese momento llegara, pero lo cierto es que desde que leyó a Goethe, e incluso al poeta francés Paul Eluard, se empezó a preguntar por la inmortalidad, y comprendió que estaría condenado a ella por “el pecado de escribir libros”. Afortunadamente hay quienes asumen esa condena, pues aunque puede ser un peso enorme, en nombre de quienes encontramos en su obra una explicación a nuestras dudas y nuestro sentido, se podría decir que habrá valido la lucha y la pena la valentía de aspirar a algo más allá de la vida en la tierra, de afrontar “El miedo y el coraje de vivir y de morir / La muerte tan difícil y tan fácil”, como dijo Eluard en su poema “La victoria de Guernica”.
“Pero luego de pronto empezamos a ver nuestra muerte ante nosotros y ya no podemos librarnos de pensar en ella. Está con nosotros. Y al igual que la inmortalidad se aferra a la muerte como Laurel a Hardy, podemos decir que está con nosotros también nuestra inmortalidad. Y en cuanto sabemos que está con nosotros empezamos a preocuparnos febrilmente de ella”, aseguró Kundera.
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