Piedad Bonnett: “En la literatura hago lo que en la vida no hice”
La poeta y novelista colombiana publicó “La mujer incierta”, una autobiografía en la que aborda sus miedos, vergüenzas, pulsiones y demás elementos de su condición humana, así como de mujer y madre.
Andrés Osorio Guillott
“Los libros aparecen de una manera muy rara, y tienen que ver con el momento que estás viviendo”. Una mujer incierta, la autobiografía de Piedad Bonnett (con dos t, porque una notaria le sugirió que era mejor dejarlo así, aunque realmente su apellido era con una sola t), surgió por algo que ella menciona con respecto a varios temas que aborda en este libro: “Entendí que no tenía por qué escribir un libro sobre mis intimidades si eso no reflejaba un problema de carácter general, que concernía a otros seres humanos”.
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“Los libros aparecen de una manera muy rara, y tienen que ver con el momento que estás viviendo”. Una mujer incierta, la autobiografía de Piedad Bonnett (con dos t, porque una notaria le sugirió que era mejor dejarlo así, aunque realmente su apellido era con una sola t), surgió por algo que ella menciona con respecto a varios temas que aborda en este libro: “Entendí que no tenía por qué escribir un libro sobre mis intimidades si eso no reflejaba un problema de carácter general, que concernía a otros seres humanos”.
“Empecé a rememorar, creo que todos lo hicimos porque no había futuro y el presente era esa cosa muerta”, dijo refiriéndose a la pandemia, a una época en la que primero estuvo dos meses en una finca con una libreta y un esfero, y en la que luego volvió a su casa y se enfrentó a muchos lugares desconocidos, pues su empleada, que llevaba 32 años con ella, se había ido.
“Se me impuso una imagen de la cual no me pude deshacer. La imagen mía en el internado a los 13 años, una infección vaginal. Una cosa completamente femenina, inexplicable. El tabú, las monjas, la soledad, el abandono. Ese fue el detonante de todo ese primer capítulo. Fui hilando cosas y ahí ya cogí impulso”. Ahí está el ori- gen, pero no fueron cuatro años seguidos de escritura, pues en ese tiempo lo que el destino le dictó era que tenía que escribir la novela de Qué hacer con estos pedazos. Y qué paradoja, porque ese título parece sugerir también la pregunta central con la que empezó a tejer los hilos de su autobiografía. ¿Qué iba a hacer con esos pedazos? “Fue muy difícil entregarme al vaivén para que eso no se me convirtiera en una col- cha de retazos. Ir hacia el lugar indicado y poder parar. La cuestión fragmentaria fue muy importante, pero difícil”.
En la mesa central de su biblioteca hay libros de todo tipo, pero resalta quizás el de La escritura como un cuchillo, de Annie Ernaux, pues así como a ella, también leyó biografías y obras de Natalia Ginzburg, Rosa Montero, Susan Sontag, entre otras escritoras. “A lo que más le temo en un escrito autobiográfico es al impudor. Incluso Annie Ernaux a veces me parece impúdica. Hay una barrera en la que tienes que parar. Lo otro que se me reveló es que había cosas que no tenía por qué contar, entonces tenía que buscar un hilo o unos hilos que me permitieran hablar de la condición femenina, que creo que eso es lo que hago, pero también de una generación. Fui una de las mujeres que fue a la universidad en los años 70, que me separaba completa- mente del destino de mi mamá, y que mi mamá había forjado ese destino para noso- tros. Ahí fui llegando a cosas muy difíciles de decir, como hablar de mi origen, encarar la verdad de mis recuerdos. ¿Esto sí fue así? No porque me interese la verdad, que ahí lo que quiero no es dar un testimonio de verdad, lo que quiero dar es el testimonio de cómo vive ese recuerdo en mí hoy, qué despierta. Estaba en una inmersión en mi propia memoria, y cuando tú haces eso empiezan a aflorar cosas. Después me di cuenta de que mucho de la memoria estaba en la oscuridad más impenetrable y que no iba a salir jamás. Tal vez haya quien me contradiga”.
Escribió Piedad Bonnett en su libro que “Todo texto autobiográfico, pues, encierra un fracaso”, y este tal vez se refiere a uno particular: al de no haber podido escapar del control. “Siempre me he preguntado de dónde nace la rebeldía en un ser humano. Esa es una fuerza que algunos seres huma- nos tenemos adentro: esa capacidad de disentir y ponernos en otro lugar. Eso es lo que da origen a lo que tú llamas valentía. Era una niña que iba diciendo todo, y me castigaban con la censura. ‘no hable así, no diga tal vaina’, y eso me daba tal rabia. El control es un elemento muy importante en toda la obra. No creas que me conocí mejor escribiendo este libro, cuando verbalizo esto digo cosas que nunca había pensado. Sin embargo, soy una mujer que ha vivido muy bajo el control. Al final digo que me hubiera gustado ser mucho más libre, pero no pude nunca superar esas instancias de control. Mi salida fue la literatura. En la literatura hago lo que en la vida no hice”.
“Y se hizo la luz. Por la misma época en que me descubrieron la úlcera duodenal, a los 15 años, supe que mi destino era ser escritora”, se lee en el libro. Por medio de la literatura llegó a la poesía, aunque también confiesa en su libro que su relación fue tardía, pero necesaria. “La poesía raramente nace de la paz, de la conformidad, del sosiego”, y citó a Ginzburg: “La poesía solo nace de sentimientos no tibios y de cualidad apasionada. Nace del dolor, o de la rabia, o de la inquietud, o, al fin, de la felicidad”. “A mí me aterroriza el lugar común. La literatura se convirtió en un salvavidas impresionante. Desarrollé un mecanismo, y es que cuando he tenido gran- des conflictos aparece un impulso que me dice: ‘Quiero ir a escribir, quiero ir a escribir, quiero ir a leer’, y eso permanece hoy”, contó en la entrevista.
Bonnett hace referencia en el libro a la “Antropología de la vergüenza”, de Didier Eribon, en la que planeaba “construir una teoría de la dominación y la resistencia, del sometimiento y la subjetivación” para decir que “quizá de esos elementos se constituya toda vida. De los logros y de las claudicaciones, de las entregas que luego nos avergüenzan, de las revanchas, las equivocaciones, la conciencia que emerge, la progresiva conquista de la luci- dez”. Y ahí, tal vez, radique el valor de la mujer incierta que quiso plasmar en esta obra, pues con el pudor y la vergüenza mirándola a los ojos, se atrevió a dibujar y desdibujar su intimidad y develar que todos en algún de esos lados más priva- dos guardamos recuerdos similares. No me corresponde hablar de sus miedos y luchas como mujer, pero sí podríamos ver- nos en sus ansiedades, en sus ataques de pánico, en sus errores y apuestas. En las coincidencias en las que todos nos recono- cemos como humanos, o demasiado huma- nos. Ahí, creo, está el valor de este libro. “Fui educada en un pudor fuera de toda proporción: frente a la desnudez, frente al lenguaje mismo, era una especie de con- trol frente a todo lo que pudiera ser impúdico. En cierto modo agradezco también eso, y cito a Milan Kundera, por esa cosa de la impudicia de la madre. Hay una cosa con el pudor que es digna, pero no puedes pasar toda la vida presa de esos imperativos sobre el pudor. He tenido también que
ir haciendo un camino para zafarme, y cuando ya hice esa reflexión me acordé de eso que decían que era una niña mala, y eso me avergonzó durante años. Esa cosa de lo pecaminoso, que ahora lo miro y me pregunto cómo pudo ser eso. Las monjas, en mi propia casa. Esa no es una niña que esté andando por el camino correcto. Todos los seres humanos hemos tenido momentos que luego nos avergüenzan. Es un mensaje que le doy a mi lector: te exijo que estés a la altura de lo que digo, porque estoy confesando, por ejemplo, que me fui y dejé a mis hijos porque no podía respirar más. Tú, cuidado, no me juzgues, estoy aquí diciendo una verdad muy importante, pero te pido que mires esto de manera objetiva y respetuosa”.
¿Por qué llamó a los capítulos dedicados a sus padres como “La espera”?
Mis papás están esperando a morirse, sobre todo mi padre, que es el verdadera- mente lúcido, y mi mamá en el fondo también, porque a pesar de que haya ya un desdibujamiento de la que fue, ella en un momento me dice que está pensando en la enfermedad de la muerte. Eso no abandona a un ser humano nunca. Cuando tú tienes esas edades sabes que la muerte puede ser mañana. Eso le da a la existencia un carácter dramático y te exige una serenidad que yo creo que ellos increíblemente han tenido, y no porque sean religiosos, sino porque han sido seres... No apacibles, porque para mi papá no es esa palabra, sino que han sido seres que tienen una especie de sabiduría final. No hay otra alternativa, asumámosla sin una angustia aterradora, lo cual no quiere decir que no la haya.
Ya algo sabíamos de su relación con la maternidad por “Lo que no tiene nombre”, pero en este caso también conocemos su experiencia con sus hijas, que ya marca una experiencia diferente...
Lo que pasa es que como tuve a mi primera hija tan joven, la segunda ya no, la recuerdo como una experiencia oprimente porque vino a interferir con mis sueños de ser escritora. Otra vez la ambivalencia porque me parece muy emocionante ver a un bebé desarrollarse, es una experien- cia que creo que la gente tendría que tener. La magnitud del amor que desarrollas por un hijo es impresionante. El hijo entra en dilemas muy rápido. El chiquito que tiene miedo de ir al colegio, que tiene pesadillas, todo eso es un tipo de relación que hace que la gente quiera tener hijos. También estoy agradecida de haber tenido hijas joven, porque me permitió ser libre en la plenitud de la madurez. A los 40 años ya era una mujer relativamente libre, de esa maternidad opresiva, digamos. Es una experiencia compleja, contradictoria, que quieres libertad, pero que quieres darle todo a ese ser. La que no quiere tener hijos la respeto y la entiendo perfectamente. A pesar de que fue opresivo, después quise tener más hijos.
Varias novelas y ahora una autobiografía. Ya son siete años sin publicar poesía, género con el que muchos la conocen...
Llevo 12 años escribiendo un libro de poesía que tiene por ahí 30 poemas. Lo que pasa es que han sido siete años de escritura de prosa por una exigencia que la vida me hace. Por el camino escribí unos poemas que se llaman poemas pandémicos, y también estoy escribiendo un libro que se llama Los hombres de mi vida, que ya lo he dicho por ahí, y que es una cosa irónica porque tiene que ver con esa pregunta de qué ha hecho la masculinidad en mi vida. Como no puedo leer mucha poesía porque estoy leyendo mucha prosa, el pensamiento poético no tiene la fuerza necesaria. Ahora le estoy abriendo espacio otra vez. He tenido épocas de una pulsión poética casi enfermiza, donde me salen los versos por los oídos, pero ahora necesitaba sacar estas cosas. Mi anhelo ahora es vol- ver a la poesía.
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