“Los muchachos de antes”: la vida es nostalgia
El cortometraje de Juan Felipe León, que hace parte del Festival Villa del Cine, que va hasta mañana en Villa de Leyva, cuenta la historia de Libaniel Marulanda, Ramiro Ocampo y José Heliodoro.
Andrés Osorio Guillott
“Nosotros pertenecemos a la generación perdida de los años 70″, dice Libaniel Marulanda, y Juan León, director del cortometraje Los muchachos de antes, le pregunta: “Por qué perdida”, a lo que responde: “Porque los sueños se nos quedaron vueltos añicos en el camino. En este camino. Colombia en vez de mejorar retrocedió 50 años”.
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“Nosotros pertenecemos a la generación perdida de los años 70″, dice Libaniel Marulanda, y Juan León, director del cortometraje Los muchachos de antes, le pregunta: “Por qué perdida”, a lo que responde: “Porque los sueños se nos quedaron vueltos añicos en el camino. En este camino. Colombia en vez de mejorar retrocedió 50 años”.
Las risas y ciertos tintes de melancolía se van asomando en los relatos de Libaniel Marulanda, Ramiro Ocampo y José Heliodoro, tres amigos, tres muchachos de antes que retrataron su cotidianidad con sus recuerdos, pero también con lo que son ahora, con lo que asumieron como el destino irrevocable de sus vidas y del fin de sus días, que se ven aún lejanos porque, como dice Ramiro, la muerte es una amiga, y ninguno le teme.
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Marulanda escribió tres libros, y en el momento de la filmación estaba haciendo una obra de teatro, y por eso acudió a Ocampo, un amigo de siempre, y también a Heliodoro, que tuvo un paso fugaz por el documental, pero también dejó un brochazo de su vida al contar que fue actor del Movimiento Obrero Independiente Revolucionario, que hizo parte del brazo artístico llamado Trabajadores del Arte Revolucionario (TAR) y que ahí participó en una obra de teatro sobre una huelga de trabajadores, que estuvo inspirada en la de los empleados del Banco de Comercio de Armenia.
“Conocí a Libaniel Marulanda a finales del 2020 en Pijao. Íbamos a ver una película que Apichatpong había grabado ahí en el pueblo. La película se iba a proyectar en el parque central. Tanto Apichatpong como Tilda Swinton estaban ahí sentados con la gente. Hacía la mitad de la película empezó a llover a cántaros y la gente empezó a buscar donde escampar. Entramos con Libaniel a una cafetería y empezamos a conversar. Yo llevaba una cámara muy pequeña que me había prestado un amigo de Bogotá para que no me aburriera tanto en la pandemia. Entonces empecé a tomar fotos de él y a grabar cosas que nos iba contando. No pensé que ese material podía convertirse en un documental. Pero me causaba mucha fascinación escuchar hablar a este hombre”, contó León.
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Una luz va creciendo y creciendo, y parece que encandila la vista, pero es al final una especie de metáfora sobre la sabiduría de Libaniel, el personaje principal de este corto, y que en un momento afirma que “el tiempo y la vida es pa’ gastarla, ¿no? A veces cuidarse tanto no tiene sentido, ¿no? Yo no bebo, no puedo comer esto, me tengo que cuidar, tengo que hacer todos los días ejercicio que pa’ durar más. Es una güevonada porque, en últimas, esto que es una máquina hay que entregarla gastada, vuelta mierda. ¿Qué se gana uno con morirse y decir que la maquinita estaba buenecitica todavía?”.
Libaniel habla sin tapujos. Me recuerda a Gustavo Castro Caycedo, quien me dijo alguna vez que en la vejez uno ya se ha ganado el derecho a la tranquilidad de vivir sin importar las opiniones de los demás. No hay pasos a seguir, no hay un deber ser. En Libaniel hay libertad, esa quimera que es difícil comprender, pero que se puede ver en él, que si escribe o no escribe, habla de esta manera o de otra, es por una decisión que incluso no tiene que ser trascendental, sino coherente con lo que piensa y siente en su presente más inmediato.
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Con su guitarra en mano, con la necesidad de respirar profundo para que las lágrimas no resbalaran por sus mejillas, Ocampo nos regala un relato y una imagen que para mí resulta central en el corto, porque pocos perdonan a los suyos, pocos se muestran fuertes para ser frágiles y pocos reconocen ante una cámara y los demás que el dolor propio tiene orígenes más profundos que lo que hicieron o no hicieron quienes cometieron errores con nosotros. “Cuando fui creciendo, ese odio se fue convirtiendo en perdón, y cuando ese perdón se fue convirtiendo en entendimiento, se llegó a la conclusión de que ella dio lo que tenía. Cuando yo me di cuenta de que ella fue una niña regalada y que tuvo que criarse así con una escoba y un trapeador como sirvienta, y que luego se encontró con mi papá, que era también un monumento a la ignorancia, y que era un señor maltratador, cuando empecé a dimensionar eso, entendí, y eso me formó”.
“Las palabras de Libaniel, Ramiro y Heliodoro están cargadas de mucha vida, son recuerdos, aventuras, afectos y dolores. Para una persona como yo, que recién cumplía los 21 en ese momento, era como una cátedra de la vida. Pero además una cátedra sin moralismos. Porque no estaba atravesado por un deber actuar. Era su experiencia narrando y desarrollando un montón de asuntos humanos profundos, que pueden sonar muy vulgares en ocasiones, pero que cuando se examinan a fondo estaban rememorando una radiografía sobre lo que fue, es y será ser artista en este país. Y todas las dudas y situaciones por las que, de una y otra forma, hay que enfrentar. Pero también hay una reflexión sobre lo que fue vivir, viéndolo también como un momento en el pasado; es ahí cuando llega esa nostalgia y se genera ese diálogo entre la vejez y la juventud, entre la vida y la muerte. Pero no como una cosa trágica, sino como un destino inminente para todos. Claro que es confrontante y genera unas reflexiones sobre la muerte, que uno como joven no tiene, porque la ve como algo muy lejano, pero que escuchándolas así de parte de ellos de repente se vuelve algo imaginable y perceptible desde este lugar del presente. No para temer, sino para entender que allí nos espera, y que tenemos este tramo para experimentar, sentir y aprender. Para gastar esta máquina, como dice Libaniel, que finalmente está hecha para eso, para usarse”, concluye el director de Los muchachos de antes.
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