Una sociedad dominada por el nihilismo (Tintas en la crisis)
Respuesta a las editoriales del diario El Espectador “No es momento de nihilismo sobre el clima” (9/08/2021), y “La crisis está aquí, y lo peor está por venir” (07/08/2021).
Jaír Villano/@VillanoJair
La palabra nihilismo suele reducirse a poco. Pero la nada no es un tema menor. En ella hay un estado de angustia, como explica Heidegger. Además, la transvaloración de los valores supremos, el sin sentido y vacío del humano no es algo que se puede abordar con la inmediatez con que se cubren los hechos. ¿De qué hablamos cuando hablamos de nihilismo? O mejor: ¿de qué habla la prensa cuando alude al nihilismo?
En dos editoriales El Espectador ha usado el concepto desconociendo su complejidad, sus aristas filosóficas, su historia política, su involucración social. “No es momento del nihilismo”, dice la más reciente. Como si se pudiera prescindir de él tan fácilmente, como si la del siglo XXI no fuera una sociedad nihilista avant la lettre, como si no se pudiera hacer un diagnóstico de la forma en que opera el régimen mundial -neoliberalismo- a través de él.
Es común, en cualquier caso, que ello ocurra. Heidegger invita a no “abusar de título «nihilismo» como una ruidosa consigna carente de contenido que tiene a la vez la función de amedrentar, de descalificar y de ocultar al mismo que comete el abuso ocultado su propia falta de pensamiento”.
Una definición vital de este concepto es la de su máximo exponente: Friedrich Nietzsche, aunque en varios de sus libros habla de él, en sus fragmentos póstumos (otoño 1887) deja lo que será la enfermedad de la cultura actual: “lo que cuento es la historia de los próximos dos siglos. Describe lo que viene, lo que no puede ser de otra manera: la ascensión del nihilismo”. Profeta y agudo el filósofo alemán definía a este como la desvalorización de los valores supremos. Dios, el bien, y la verdad fenecen.
“«Nihilismo: falta la meta; falta la respuesta al “por qué” ¿qué significa nihilismo? – que los valores supremos se desvalorizan»”, dice.
Ante la ausencia del dios muerto la empresa del humano es la búsqueda de nuevos valores. No vamos a entrar aquí en el fallecimiento metafísico de este, ni en la idea -también mal interpretada- del übermensch, pero sí conviene señalar que en ese mismo otoño el filósofo alude a un nihilismo pasivo y uno activo. Tras una larga disertación, la andanza por la montaña del espíritu libre, y una interpelación del pesimismo antes influenciado por Schopenhauer, Nietzsche entra en lo que Franco Volpi llama una “teorización del nihilismo”.
“El nihilismo es, por tanto, el proceso histórico en el curso del cual los valores supremos tradicionales –– Dios, la Verdad, el Bien –– pierden su valor, no resultan ya vinculantes y perecen. Este proceso es el rasgo profundo que caracteriza la historia del pensamiento europeo como una historia de una decadencia: el acto originario de tal decadencia es la fundación misma de la doctrina de los dos mundos por obra de Sócrates y Platón, vale decir, la postulación de un mundo ideal, transcendente, en sí, que, en cuanto mundo verdadero, está por encima del mundo sensible, considerado como mundo aparente”.
Empieza entonces lo que es una ampliación del concepto: un traslado de los antecedentes literarios y políticos -Nietzsche está influenciado por Turguéniev, Dostoievsky y Paul Bourget- a la filosofía. De ahí surgen las categorías de nihilismo.
Una de ellas es el pasivo, con la cual se pueden hacer múltiples análisis de la forma en que opera en la sociedad actual. Así, el valor supremo no se desvaloriza, sino que se suple por otro(s). Este nihilismo puede ser entendido como signo de debilidad, agotamiento del espíritu, “de manera tal que las metas y los valores existentes hasta el momento son inadecuados y no encuentran ya crédito…que todo lo que reconforta, cura, anestesia, pasa al primer plano, bajo diferentes disfraces, con carácter religioso, o moral o político o estético, etc”.
Pues bien, una de las formas en que el nihilismo devasta la sociedad digitalizada y dominada por la técnica es, justamente, la tecnología. Es decir: la tecnologización de la vida en sus amplias y estrechas esferas, como lo explica en un sesudo ensayo Éric Sadin.
En la academia ya se viene rumiando esta idea. Valle y García plantean esta hipótesis en un artículo que analiza desde diversos autores cómo el vacío y el sin sentido son cambiados por el dios tecnología.
Los problemas de la técnica digital como nuevo imperativo existencial son muchos. Que la máquina obre por el individuo no es algo que se pueda tomar a la ligera, que los dispositivos que a diario nos vigilan crean saberlo todo de nosotros no es algo que carezca de preocupación, que el big data, o lo que Han llama dataísmo, nos venda y sesgue al mercado por una seguidilla de patrones no es algo ligero, que el confort y la técnica promuevan individuos inútiles e hipersensibles no es algo frívolo.
Una sociedad que se supone libre a pesar de sus múltiples esclavitudes y formas de dominación, una sociedad que se supone feliz y exitosa, a pesar de sus tristezas y fracasos, una sociedad que privilegia su imagen, a pesar de su exiguo contenido, una sociedad que acepta su cosificación al exponerse como un producto consumible en las social media, es una sociedad que debe tratarse, darse la vuelta y mirar lo que ha hecho, desencantarse con la proyección que da el espejo.
Es por eso que hablar de nihilismo como un término más, como un sinónimo ausente de significado, es un error que merece ser cuestionado. Sobre todo cuando deriva de entes que a diario publican información de interés público.
Varias formas de nihilismo pasivo se pueden hallar en esta sociedad. Nietzsche fue un profeta, un lúcido vidente que pagó con enfermedad su travesía filosófica (ese compromiso por la obra); un filósofo al que convendría revisar más allá de su mito y sus frases sacadas de contexto.
La palabra nihilismo suele reducirse a poco. Pero la nada no es un tema menor. En ella hay un estado de angustia, como explica Heidegger. Además, la transvaloración de los valores supremos, el sin sentido y vacío del humano no es algo que se puede abordar con la inmediatez con que se cubren los hechos. ¿De qué hablamos cuando hablamos de nihilismo? O mejor: ¿de qué habla la prensa cuando alude al nihilismo?
En dos editoriales El Espectador ha usado el concepto desconociendo su complejidad, sus aristas filosóficas, su historia política, su involucración social. “No es momento del nihilismo”, dice la más reciente. Como si se pudiera prescindir de él tan fácilmente, como si la del siglo XXI no fuera una sociedad nihilista avant la lettre, como si no se pudiera hacer un diagnóstico de la forma en que opera el régimen mundial -neoliberalismo- a través de él.
Es común, en cualquier caso, que ello ocurra. Heidegger invita a no “abusar de título «nihilismo» como una ruidosa consigna carente de contenido que tiene a la vez la función de amedrentar, de descalificar y de ocultar al mismo que comete el abuso ocultado su propia falta de pensamiento”.
Una definición vital de este concepto es la de su máximo exponente: Friedrich Nietzsche, aunque en varios de sus libros habla de él, en sus fragmentos póstumos (otoño 1887) deja lo que será la enfermedad de la cultura actual: “lo que cuento es la historia de los próximos dos siglos. Describe lo que viene, lo que no puede ser de otra manera: la ascensión del nihilismo”. Profeta y agudo el filósofo alemán definía a este como la desvalorización de los valores supremos. Dios, el bien, y la verdad fenecen.
“«Nihilismo: falta la meta; falta la respuesta al “por qué” ¿qué significa nihilismo? – que los valores supremos se desvalorizan»”, dice.
Ante la ausencia del dios muerto la empresa del humano es la búsqueda de nuevos valores. No vamos a entrar aquí en el fallecimiento metafísico de este, ni en la idea -también mal interpretada- del übermensch, pero sí conviene señalar que en ese mismo otoño el filósofo alude a un nihilismo pasivo y uno activo. Tras una larga disertación, la andanza por la montaña del espíritu libre, y una interpelación del pesimismo antes influenciado por Schopenhauer, Nietzsche entra en lo que Franco Volpi llama una “teorización del nihilismo”.
“El nihilismo es, por tanto, el proceso histórico en el curso del cual los valores supremos tradicionales –– Dios, la Verdad, el Bien –– pierden su valor, no resultan ya vinculantes y perecen. Este proceso es el rasgo profundo que caracteriza la historia del pensamiento europeo como una historia de una decadencia: el acto originario de tal decadencia es la fundación misma de la doctrina de los dos mundos por obra de Sócrates y Platón, vale decir, la postulación de un mundo ideal, transcendente, en sí, que, en cuanto mundo verdadero, está por encima del mundo sensible, considerado como mundo aparente”.
Empieza entonces lo que es una ampliación del concepto: un traslado de los antecedentes literarios y políticos -Nietzsche está influenciado por Turguéniev, Dostoievsky y Paul Bourget- a la filosofía. De ahí surgen las categorías de nihilismo.
Una de ellas es el pasivo, con la cual se pueden hacer múltiples análisis de la forma en que opera en la sociedad actual. Así, el valor supremo no se desvaloriza, sino que se suple por otro(s). Este nihilismo puede ser entendido como signo de debilidad, agotamiento del espíritu, “de manera tal que las metas y los valores existentes hasta el momento son inadecuados y no encuentran ya crédito…que todo lo que reconforta, cura, anestesia, pasa al primer plano, bajo diferentes disfraces, con carácter religioso, o moral o político o estético, etc”.
Pues bien, una de las formas en que el nihilismo devasta la sociedad digitalizada y dominada por la técnica es, justamente, la tecnología. Es decir: la tecnologización de la vida en sus amplias y estrechas esferas, como lo explica en un sesudo ensayo Éric Sadin.
En la academia ya se viene rumiando esta idea. Valle y García plantean esta hipótesis en un artículo que analiza desde diversos autores cómo el vacío y el sin sentido son cambiados por el dios tecnología.
Los problemas de la técnica digital como nuevo imperativo existencial son muchos. Que la máquina obre por el individuo no es algo que se pueda tomar a la ligera, que los dispositivos que a diario nos vigilan crean saberlo todo de nosotros no es algo que carezca de preocupación, que el big data, o lo que Han llama dataísmo, nos venda y sesgue al mercado por una seguidilla de patrones no es algo ligero, que el confort y la técnica promuevan individuos inútiles e hipersensibles no es algo frívolo.
Una sociedad que se supone libre a pesar de sus múltiples esclavitudes y formas de dominación, una sociedad que se supone feliz y exitosa, a pesar de sus tristezas y fracasos, una sociedad que privilegia su imagen, a pesar de su exiguo contenido, una sociedad que acepta su cosificación al exponerse como un producto consumible en las social media, es una sociedad que debe tratarse, darse la vuelta y mirar lo que ha hecho, desencantarse con la proyección que da el espejo.
Es por eso que hablar de nihilismo como un término más, como un sinónimo ausente de significado, es un error que merece ser cuestionado. Sobre todo cuando deriva de entes que a diario publican información de interés público.
Varias formas de nihilismo pasivo se pueden hallar en esta sociedad. Nietzsche fue un profeta, un lúcido vidente que pagó con enfermedad su travesía filosófica (ese compromiso por la obra); un filósofo al que convendría revisar más allá de su mito y sus frases sacadas de contexto.