Salman Rushdie: los paradigmas de la libertad
El autor indio-británico fue atacado el pasado viernes en Nueva York. Las amenazas lo persiguen desde 1989 por la fatwa pronunciada por el ayatola Ruhollah Jomeiní.
Andrés Osorio Guillott
“Es la condición natural del exilio, echar raíces en la memoria”, escribió Salman Rushdie en Grimus, su primera novela. Y aunque busquemos en los autores y sus obras críticas sociales y políticas, muchas veces el origen de sus historias es un trauma o una experiencia que dejó obsesiones y preguntas que parecen resolverse en múltiples respuestas a lo largo de los años.
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El pasado viernes 12 de agosto, Rushdie fue apuñalado por Hadi Matar, un joven musulmán de 24 años, en Nueva York, cuando el autor se preparaba para participar en una conversación sobre la situación de los escritores en un contexto como el de la guerra en Ucrania y sobre la responsabilidad de los estados en el cuidado de estos y otros artistas que registran las crisis de sus naciones.
Matar quería cumplir con la orden del ayatolá Ruhollah Jomeiní, de 88 años, máxima autoridad espiritual de Irán hace 30 años, quien en una fatwa proclamada el 14 de febrero de 1989 dijo: “En el nombre de Dios, somos de Dios y a Dios volveremos. Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de Versos satánicos, un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el Profeta del Islam y el Corán, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los musulmanes en lo sucesivo”.
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Desde ese entonces Rushdie ha vivido bajo amenaza. Recién se dieron las declaraciones de Jomeiní, el escritor temió por su vida, dejando su casa de cuatro pisos en Londres y viviendo custodiado por las autoridades del Scotland Yard. El debate sobre el fanatismo religioso revive en Occidente con el ataque al escritor y recuerda, entre otros, lo que sucedió con el atentado a Charlie Hebdo en enero de 2015. Las preguntas sobre la libertad de expresión, sobre los límites de la religión y lo sagrado vuelven a aparecer, pero deben cogerse con pinzas, pues como lo señalaba en Orientalismo el crítico Edward Said, lo que pasa en Oriente tiende a verse bajo un lente de superioridad intelectual y colonialismo por parte de Occidente.
Dos parecen ser las razones por las que Rushdie y Los versos satánicos son prohibidos en varias partes de Oriente: una, tiene que ver con la escena en la que Gibreel sueña que es el ángel Gabriel y que no sabe qué decirle a Mahoma cuando va a escuchar la palabra de Dios. Al parecer, el ángel es Satán, que se ha convertido en esa figura para engañar al profeta. Y la otra razón estaría relacionada con el refugio de un libelista pagano en un burdel en el que las prostitutas del mismo llevan los nombres de las doce mujeres del profeta.
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“No es en realidad sobre el Islam, sino sobre la migración, la metamorfosis, los yoes divididos, el amor, la muerte, Londres y Bombay”, dijo en su momento Rushdie, que por varios momentos de su vida, incluso cuando vino a Colombia, ha dejado de lado la protección. Sin embargo, parece que la fatwa no se olvida entre algunos musulmanes. Un ataque a un artista es doble, pues no solo pierde quien fue agredido, sino también la humanidad y con ella sus ideales de libertad, pues en la literatura y la cultura reposan los testimonios de todos los tiempos y los testigos de quienes somos, incluso cuando eso implique la maldad que reencarnamos.
“Es la condición natural del exilio, echar raíces en la memoria”, escribió Salman Rushdie en Grimus, su primera novela. Y aunque busquemos en los autores y sus obras críticas sociales y políticas, muchas veces el origen de sus historias es un trauma o una experiencia que dejó obsesiones y preguntas que parecen resolverse en múltiples respuestas a lo largo de los años.
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El pasado viernes 12 de agosto, Rushdie fue apuñalado por Hadi Matar, un joven musulmán de 24 años, en Nueva York, cuando el autor se preparaba para participar en una conversación sobre la situación de los escritores en un contexto como el de la guerra en Ucrania y sobre la responsabilidad de los estados en el cuidado de estos y otros artistas que registran las crisis de sus naciones.
Matar quería cumplir con la orden del ayatolá Ruhollah Jomeiní, de 88 años, máxima autoridad espiritual de Irán hace 30 años, quien en una fatwa proclamada el 14 de febrero de 1989 dijo: “En el nombre de Dios, somos de Dios y a Dios volveremos. Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de Versos satánicos, un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el Profeta del Islam y el Corán, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los musulmanes en lo sucesivo”.
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