Sergio Ramírez: “La vorágine es un libro que me marcó desde la adolescencia”
El escritor nicaragüense dio una lección sobre “La vorágine” en su ingreso como miembro correspondiente extranjero a la Academia Colombiana de la Lengua, que se realizó ayer. Aquí, una entrevista que concedió para El Espectador luego de su nombramiento.
Andrés Osorio Guillott
¿Qué representa para usted ser miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua?
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¿Qué representa para usted ser miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua?
Me acerca más a Colombia de lo que ya lo estaba. Siempre me he sentido muy identificado con el país, desde las primeras veces, específicamente desde 1965 cuando hice una visita a la Universidad de Los Andes. Allí el primer escritor que conocí fue Antonio Montaño, que era profesor de literatura. Desde entonces mi vinculación ha sido importante, eso también por medio de la Fundación Gabo, de los festivales del libro en Medellín, Bogotá, Bucaramanga. Eso se reafirma ahora con mi ingreso a la Academia.
Su disertación fue sobre La Vorágine, ¿por qué?
Sentí que era una feliz coincidencia que mi ingreso a la Academia Colombiana de la Lengua se diera el año del centenario de La Vorágine, un libro que me marcó desde la adolescencia y me pareció importante poder hacer una reflexión sobre mi primera lectura de La vorágine, sobre mi sucesiva lectura, el procedimiento narrativo de aparentar la realidad a través de la imaginación, lo que significa y sigue significando La vorágine como un clásico. Italo Calvino decía que un clásico es el que siempre tiene algo nuevo que enseñar y La vorágine es eso, es un libro que puede ser visto desde muchos ángulos y de muchas maneras. Es una novela que se ha quedado y 100 años después está viva.
Ya que habla de La vorágine como un clásico, ¿qué otros libros considera que caben en esa categoría en la literatura colombiana y latinoamericana?
Cien años de soledad, La vorágine, para no hablar de María, que es también un clásico. Esos tres están en esa lista. Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, que pertenece a la estirpe de La vorágine, pues tiene un mismo tratamiento, solo que esta es posterior a la novela de Rivera. El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, pero quisiera solamente mencionar las que se pueden emparentar con este mundo del Orinoco y la selva. Novelas como Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos; Paradiso, de José Lezama Lima; Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique; Rayuela, de Julio Cortázar...
Así como en La vorágine, muchos otros clásicos de la literatura latinoamericana han tenido como trasfondo la violencia. ¿Qué tanto ha marcado este elemento la narrativa del continente?
Precisamente La vorágine empieza con la hermosa frase que dice “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Creo que cuando se habla de la violencia en América Latina piensa en Colombia. Aquí el período de la violencia empieza prácticamente con el asesinato de Gaitán y se ha prolongado por tantos años. Pero, sin duda la gran tragedia de América Latina está demarcada por largos períodos de violencia, esa violencia sorda de desaparecidos como la de las dictaduras de Argentina o Chile; la violencia moderna que podríamos llamar del narcotráfico, que azotó a Colombia pero se trasladó a México. En fin. La violencia se ha movido entre las dictaduras, las guerras civiles, el narcotráfico y esto último es otra forma de guerra civil también.
De la segunda mitad del siglo XX la violencia, a grandes rasgos, se exacerbó por las dictaduras y por el fenómeno de las guerrillas. ¿Qué opina usted?
Es un período en el que se llegó a creer que en América Latina la violencia de las guerrillas podía poner fin a la otra violencia, la violencia de la derecha, la militar, paramilitar y oligárquica, pero a la vuelta del tiempo nos hemos dado cuenta de que ninguna violencia será capaz de detener a otra, sino que engendrará más violencia y más injusticia. Muchas veces los grupos o entidades guerrilleras o justicieras terminan convirtiéndose en carteles de narcotraficantes. Esa es una tragedia aún más grande: que los ideales se perviertan de esa manera, y el ejemplo es la guerrilla de Nicaragua, que llegaron al poder y se convirtieron en dictadura, lo mismo en Cuba. El único camino posible que tenemos es el de consolidar situaciones democráticas, institucionales, y el futuro de América Latina va por ahí. Hoy en día la gran lucha que se está llevando es entre autoritarismo y democracia, más allá de las ideologías. Ahora vemos tendencias autoritarias tanto de la derecha como de la izquierda y ahí ya no podemos distinguir.
Es lo que vemos, precisamente de distintas vías, en los casos de Bukele y Maduro...
Son dos signos completamente distintos, pero tienen que ver con autoritarismo. No hablando de Maduro, sino de Chávez, pasa que él llega con un proyecto de grandes esperanzas, con un enorme respaldo popular (no hay que olvidar que él proviene de un golpe de estado), que es populista pero también popular, que el hecho de que exista un sistema electoral tan perfecto como el de Venezuela depende precisamente del hecho de que Chávez nunca creyó que perdería las elecciones. Pero cuando sucede lo contrario esa forma de contar los votos se vuelve el gran enemigo del fraude, que es lo que está pasando ahora en Venezuela. Si vemos el fenómeno de Bukele es muy parecido porque llega con un enorme respaldo popular, pero empieza a falsificar ese favor popular en su propio beneficio y empieza a convertirse en un régimen más tradicional bajo el empaque de la novedad, de una democracia de criptomonedas.
¿Por casos como estos cree que existe una relación muy estrecha entre la política y la literatura latinoamericana?
El seguimiento del relato latinoamericano es la normalidad de la sociedad porque la política se vuelve anormal, se vuelve opresiva, disruptiva, pasamos del fraude al terrorismo de Estado, a la corrupción. Ese es el alimento de la novela. Encontramos desde las novelas de los dictadores en los que estos se vuelven personajes fantásticos hasta las novelas que tratan hoy en día el tráfico de migrantes, el narcotráfico, la corrupción. Son temas que no pueden dejar de estar presentes. El día que la novela latinoamericana sea reducida a contar historias de amor, ese día será una novedad.
Cerremos hablando de su relación con los escritores o escritoras de Colombia
Tuve relación con escritores de la generación anterior: con Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, pero también con las generaciones actuales: con Juan Gabriel Vásquez, Héctor Abad Faciolince. Un escritor como Vásquez representa la literatura latinoamericana del siglo XXI, que toca los grandes temas, pero con otra óptica y lenguaje. La represión política, la extrañeza de la realidad política frente a la literatura en una novela como Volver la vista atrás, que me parece ya un clásico y que trata cómo una familia puede ser educada en el maoísmo. Eso hoy parece surrealista, pero eso existió.
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