Simón Bolívar, tras el rastro de un libertador con la libido exacerbada
En el libro “Bolívar mujeriego empedernido”, el escritor Eduardo Lozano Torres, rastrea y documenta las aventuras amorosas y eróticas del libertador. Un esfuerzo para desmitificar a la leyenda y acercarse al ser humano.
Joseph Casañas Angulo
¿Con qué imagen nos quedamos de Simón Bolívar? ¿Con la del valeroso hombrecillo (medía 1 metro con 68 cm) que recorrió a caballo 150.000 kilómetros de América para liberarla y que en su camino derrotó hasta el frío de los Andes? o ¿con del hombre melómano, seductor y bailarín que antes de salir a cabalgar se aplicaba agua de colonia sobre los pómulos? ¿O con ambas? ¿O con ninguna? La historia puede ser así de caprichosa.
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¿Con qué imagen nos quedamos de Simón Bolívar? ¿Con la del valeroso hombrecillo (medía 1 metro con 68 cm) que recorrió a caballo 150.000 kilómetros de América para liberarla y que en su camino derrotó hasta el frío de los Andes? o ¿con del hombre melómano, seductor y bailarín que antes de salir a cabalgar se aplicaba agua de colonia sobre los pómulos? ¿O con ambas? ¿O con ninguna? La historia puede ser así de caprichosa.
En las páginas de “Bolívar mujeriego empedernido” (Intermedio Editores) no hay una sola línea que hable de ese libertador militar, valiente, político, estratega o patriota. No se encuentran allí anécdotas de esa figura encumbrada por la historia y/o manoseada por los políticos que hoy resulta tan distante como anacrónica.
En este libro, su autor, Eduardo Lozano Torres, presenta los esfuerzos que hizo para mostrar la faceta más apasionada y libidinosa del prócer venezolano. Y aterrizan las preguntas. O la pregunta: ¿Por qué, pese a ser a ser esa arista erótica tan atractiva y rica culturalmente, no hay una literatura extensa sobre ese particular? Según Torres, “es quizá porque temen profanar o desmitificar la figura del gran hombre, hábil, político, exitoso militar y encumbrado líder, si revelan las condiciones de amante frenético y de seductor consuetudinario que lo caracterizaron. O tal vez porque lo consideran un tema frívolo”.
Y tal vez esta reseña, como el libro, nació con esa intención: desmitificar a una leyenda para describir a un ser humano. A uno que se describió a sí mismo como “un empedernido mujeriego”.
“A Eduardo Lozano, por el contrario, le interesó el Bolívar humano, dotado de alma romántica y sensual y lleno de pasiones, flaquezas y delirios, que no solo soñaba con la libertad, y para conseguirla acometía inauditas acciones bélicas, sino que hacía de la mujer el mayor estímulo de sus andanzas mundanas”, escribió en El Espectador el novelista y ensayista, Gustavo Páez Escobar. Le invitamos a leer: Los hombres, ciudadanos y acuerdos de las constituciones de 1821 y 1991
A la luz de las nuevas y crecientes tendencias socio culturales, cualquiera podría preguntarse por la necesidad y utilidad de un libro entero que dé cuenta - en orden cronológico - de las aventuras amorosas y sexuales de Simón Bolívar (o de cualquier hombre). En las páginas de este texto se describen amorosas fugaces y prolongadas del caraqueño con más de 20 mujeres.
“Parte del acicate que me llevó a plasmar en un libro esta temática, fue el hecho de haber comprobado el gran desconocimiento que existe entre el común de la gente sobre la vida amorosa de Bolívar. En efeto, me propuse preguntar a muchas personas -hombres y mujeres- qué sabían sobre esta faceta del Héroe, y la gran mayoría solamente mencionó la relación con Manuelita Sáenz, y, si acaso, sobre el enamoramiento de Bolívar por quien fuera su esposa, María Teresa Rodríguez del Toro (…). Este trabajo surgió como una inquietud o curiosidad, pero fue tomando cuerpo a medida que iba averiguando y adquiriendo información”, escribe Eduardo Lozano Torres.
¿Ese interés desbordado por las mujeres y el sexo del que era preso Bolívar tiene algún origen? El autor del libro presenta principalmente dos explicaciones. Una que obedece al capricho de la genética y otra que se entiende más desde el punto de vista de la crianza.
Aunque el Libertador no conoció su padre, pues don Juan Vicente Bolívar y Ponte falleció cuando Simón tenía solo dos años, “no es descabellado pensar que recibió de progenitor este legado genético”.
Resulta que Bolívar y Ponte, a quien el autor describe como un hombre arrogante, machista, engreído, orgulloso de su linaje y figura, era “un mujeriego pertinaz hasta el punto de aprovechar su posición de “amo” para exigir placeres sexuales a sus esclavas negras y mulatas. Se sabe que, siendo aún soltero, en 1756 fue enjuiciado por el obispo Diego Antonio Diez Madroreño, acusado de llevar una vida licenciosa y causar graves escándalos, era temido por blancas, indias, doncellas y esposas”.
Además: “Estudios sobre la vida de Bolívar”, la séptima edición de un libro polémico
Un documento encontrado en la Diócesis de Caracas titulado “Autos y sumarios contra don Juan Vicente Volívar (sic) por su mala amistad con varias mujeres” habla del “donjuanismo desaforado y la promiscuidad” del papá del libertador. “Era pues este hombre un activista sexual compulsivo y libidinoso que no respetaba normas, tradiciones, ni preceptos morales cuando de conquistar mujeres se trataba. Era un hombre sexualmente insaciable”, dice el texto. Hasta allí la maroma genética.
Pero, para hacer referencia a la influencia de la crianza de un hombre que sufría de una tormentosa adicción por las mujeres, habrá que decir que, luego de que los dos fallecieran cuando este era aún un niño, el filósofo y pedagogo Simón Rodríguez se convertiría en la influencia más poderosa de Bolívar en su temprana edad. Rodríguez “era un hombre culto e ilustrado y a la vez cínico, descarado, sin ataduras ni compromisos, simpático y mujeriego. Entre estos dos Simones se entabló una gran amistad, a pesar de la diferencia de edades, pues el maestro era doce años mayor y no cabe duda acerca de la gran influencia que ejerció en la formación y pensamiento del joven aprendiz”.
Por momentos ese temperamento erótico lo sobrepasaba. Era más grande que su ego o que su gloria. Bien sabido es que Simón Bolívar era tan brillante militarmente, como tozudo, arbitrario y cruel y todo aquello, llevado al plano del erotismo y la seducción podrían conformarse en un coctel explosivo, con todo lo que ello implica.
Quizá ningún libro de historia sabrá dar cuenta que, por ejemplo, Simón Bolívar, asumía esfuerzos titánicos por conservar su imagen estética al máximo nivel de pulcritud. Heredero de una amplia riqueza, poco escatimaba en gastos que le permitieran asumir esa pose de hombre esteta y siempre listo. El aseo, para Bolívar, era de suma importancia. Tanto así que llegó a considerar esa cualidad como una máxima de educación y de vida en sociedad. Le puede interesar: Bolívar, ¿héroe de espada y de cama?
Eduardo Lozano Torres rescata unas palabras de Simón Bolívar de 1825 hablando sobre instrucción pública. Tal vez antes de pronunciar palabra llevó a sus pómulos una palma de su mano izquierda repleta de agua de colonia.
La primera máxima que se debe inculcar a los niños es la del aseo. Si se examina bien la trascendencia que tiene en la sociedad la observancia de este principio tendrá la convicción de su importancia. No hay vista más agradable que la de una persona que lleva su dentadura, las manos, el rostro y el vestido limpio. Si a ello se unen unos modales finos y naturales, he aquí los precursores que van delante de nosotros y nos preparan una acogida favorable en el ánimo de las gentes.
Y el amor y el sexo no son lo mismo. Jamás lo fueron, aunque algunas canciones o poemas insistan en ello. Y Bolívar lo tuvo igual o más claro que su sueño de unir a América Latina, solo que por ello no dan medallas, ni se levantan estatuas. Y cómo hacerlo. El revisionismo histórico o la corrección política impedirían una empresa de esas, sobre todo, si se tiene en cuenta este apartado de la ora de Lozano Torres.
“El Libertador era eminentemente machista, pero no en el sentido de considerar a las mujeres en forma denigrante o peyorativa, sino en el de reafirmar su condición de macho hormonado en cada nexo amoroso, tal vez por ello nunca persiguió una relación amorosa estable. De este modo, se puede afirmar que también fue altamente egoísta, ya qye siempre prefirió su gloria, su fama y su grandeza a la estabilidad de una vida sentimental. Nunca una relación femenina le impidió lograr sus propósitos políticos y eso empleaba con ellas la estrategia de ‘picar y huir’”. Guerra de guerrillas, llevado a otro plano.
“Bolívar no se enamoraba de las mujeres que conquistaba. Como después de su viudez prematura juró no volver a casarse, lógicamente tenía que satisfacer sus naturales impulsos sexuales con quien estuviera despuesta a complacerlo y él siempre buscó con avidez la satisfacción de esos impulsos”
Una confidencia que Bolívar le hizo en 1828 a Peerú Lacroix deja ver a todas luces ese juego erótico de Bolívar vs. lo que estuvo dispuesto a arriesgar por una mujer.
“Yo, aunque sentí con arrebatos de tormenta las celeridades y graves tentaciones de la carne, siempre fui discreto en mí comportamiento y calmado en aras de la virtud que corresponde a cualquier mujer por quien ha de guardarse su honor, su estima y su reputación familiar. Un mal paso dado por mí o por mujer alguna, hubiera significado la pérdida de todo cuanto significa la gloria”.
“Es preciso anotar que sobre esta materia han surgido a través del tiempo diversas especulaciones y datos vagos o inciertos. Algunos sucesos relatados, a pesar de que se presentan como reales, resultan dudosos por falta de pruebas contundentes. De todas maneras, se han rescatado no pocos capítulos de la intimidad de este seductor y amante frenético, muchas veces temerario por los riesgos que encaraba”, agrega Páez Escobar.
Al respecto, escribe Eduardo Lozano Torres en su libro, que Simón Bolívar “fue un hombre sexualmente normal, aunque con una lidia exacerbada. Por haber sido soltero toda su vida, exceptuando apenas ocho meses que duró su matrimonio con María Teresa, tuvo siempre que recurrir a diversas mujeres para satisfacer las naturales necesidades sexuales, como cualquier otro célibe de edad joven, y a esto no puede darse el nombre de depravación, como algunos malquerientes y detractores han pretendido”.