Sin un adiós a las armas
Haciendo un guiño al libro de Ernest Hemingway “Adiós a las armas”, exploramos en el siguiente texto parte de las tensiones entre la regulación de armas en Estados Unidos, las ideas de libertad y las identidades ligadas a ello.
María José Noriega Ramírez
Daniela Cristancho
Los vagones del tren se deslizan por dos carriles. Avanzan gracias a un tercer elemento, un tercer carril paralelo, aquel que les proporciona energía. El vehículo no entra en contacto directo con el mismo, pero no puede desplazarse sin él. El tercer riel le da vida al ferrocarril, pero es también una fuente de peligro para personas y animales que merodean a su alrededor. Su potencia es de 800 voltios, de manera que si alguien pisara simultáneamente este y otro de los carriles, probablemente no sobreviviría. Es una parte vital del mundo ferroviario y es imposible tener contacto con ella. Es la metáfora perfecta para aquellos temas intocables de la política. Como sucede con el control de armas en Estados Unidos: si lo tocas, mueres políticamente.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Los vagones del tren se deslizan por dos carriles. Avanzan gracias a un tercer elemento, un tercer carril paralelo, aquel que les proporciona energía. El vehículo no entra en contacto directo con el mismo, pero no puede desplazarse sin él. El tercer riel le da vida al ferrocarril, pero es también una fuente de peligro para personas y animales que merodean a su alrededor. Su potencia es de 800 voltios, de manera que si alguien pisara simultáneamente este y otro de los carriles, probablemente no sobreviviría. Es una parte vital del mundo ferroviario y es imposible tener contacto con ella. Es la metáfora perfecta para aquellos temas intocables de la política. Como sucede con el control de armas en Estados Unidos: si lo tocas, mueres políticamente.
¿Y por qué es intocable el control de armas en Estados Unidos? ¿Por qué, a diferencia de otros países, a pesar de las altas cifras de violencia por armas, los intentos de regulación no prosperan? Como en todas las realidades, no hay explicaciones sencillas ni monocausales. La defensa con uñas y dientes al libre acceso a las armas tiene que ver con la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que les otorga a los ciudadanos el derecho de portarlas, y la idea de libertad que de ella se desprende, pero también con arraigados aspectos culturales estadounidenses, entre ellos los imaginarios de soldados y vaqueros como figuras heroicas, y la idea de masculinidad e incluso de ciudadanía ligada a las armas de fuego.
Hace tres semanas, días después del tiroteo en Uvalde (Texas), que terminó con la vida de 21 personas, Donald Trump se desplazó hasta Houston para asistir a la reunión anual de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por su sigla en inglés). Allí recordó el trabajo que realizó su administración para proteger la Segunda Enmienda del ataque en el que, según él, se encuentra. “Todos sabemos que ellos (los de la izquierda) quieren la confiscación total de las armas. Una vez que consigan el primer paso, darán el segundo, el tercero, el cuarto, y entonces habrá una visión diferente de la Segunda Enmienda, que, por cierto, está totalmente asediada. Pero lo detuvimos durante cuatro años. Lo detuvimos”, aseguró.
El expresidente hizo énfasis en un punto clave: la visión de la Segunda Enmienda. Esta, que es parte de la Carta de Derechos, dice: “Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no debe ser infringido”. En 1791, cuando se promulgaron esta y otras nueve enmiendas a la Constitución Política, Estados Unidos no contaba con un ejército profesional y, en esa medida, buena parte de la capacidad bélica dependía de las milicias de voluntarios en diferentes estados. “La Segunda Enmienda refleja, creo, la desconfianza -la hostilidad incluso- que inspiraba el ejército permanente desde antes de la Revolución de Independencia, como posible instrumento de opresión por parte de un gobierno tiránico”, afirma la profesora e investigadora del Colegio de México Erika Gabriela Pani.
Le recomendamos: “Esto es un trauma colectivo, no es solo Texas”, Ani Kalayjian
Es decir, la Enmienda no se trata de un derecho individual de portar armas. Y el acceso a estas, a lo largo de los siglos XIX y XX, ha sido debatido por las entidades en diferentes niveles. La Asociación Nacional del Rifle nació en 1871, seis años después de haber finalizado la Guerra de Secesión, como una organización de la sociedad civil que abogaba, sobre todo, por actividades deportivas y de caza. Pero, eventualmente, esta se ha convertido en una entidad sumamente política. “El cambio se dio, pienso, por dos procesos: a finales de los sesenta, la Asociación Nacional del Rifle se vuelve una asociación ya no de propietarios de armas de fuego, sino de fabricantes de armas y municiones (lo cual es un gran negocio), dedicada a cabildear a legisladores y jueces. Esto, con el discurso de la importancia del derecho constitucional a portar armas, uno que nadie había pensado como irrestricto hasta la década de 1960”, agrega la docente. No hay que olvidar que, según se lee en The Guardian, la Asociación destinó cerca de US$5 millones para presionar por evitar la verificación universal de antecedentes o la prohibición de armas de asalto en 2021.
Quizás el primero de los antecedentes legales de la restricción al porte de armas se dio en 1934, año en el que, a la par por el fin de la prohibición del alcohol, se restringieron ciertas armas y se dictaminaron penas. Con los años, otro número de leyes federales fueron emitidas con el fin de regular este tema. En 1938 se empezó a controlar quiénes podían comprar armas y se excluyó a los exconvictos y a las personas con alguna enfermedad mental, y en 1968 se incluyó una regulación de explosivos. Todo esto cuando grandes figuras públicas estadounidenses fueron asesinadas: Robert F. Kennedy, John F. Kennedy y Martin Luther King, además de tener de fondo la Guerra de Vietnam y la lucha contra la segregación en Estados Unidos.
Así, en 1986, con el gobierno del republicano Ronald Reagan, se derogó la ley de 1938 y se facilitó de nuevo la compra de estos instrumentos. En 1994, se restringió la tenencia de armas de asalto, como la AR 15, manteniendo esta disposición hasta 2004. De acuerdo con Pani, el tema de las armas de fuego se ha politizado a partir de los años noventa. Cuando se aprobó esta prohibición de armas de asalto, durante 10 años, se trató de una medida por la que votaron la mayoría de los demócratas, pero también varios republicanos.
La historia de los intentos de regulación de armas en Estados Unidos apunta a dos cosas: los intereses políticos y económicos detrás de la compra y venta de armas, y la forma como se han construido aspectos culturales alrededor de las mismas. “La historiadora Heather Cox-Richardson asocia la regulación con la exaltación, ahistórica, del vaquero (primero con Barry Goldwater, luego con Ronald Reagan) como el paradigma del estadounidense autónomo, independiente y arquitecto de su destino. Cuando vence la prohibición de armas de asalto, en 2004, es un mundo pos-9/11, en el que se ha reactivado la imagen heroica del soldado estadounidense”, asegura Pani.
Le podría interesar: Ana Cristina Restrepo: “El hilo que une mis columnas es el de la libertad”
En esto coincide el doctor en historia y profesor de la Universidad Javeriana (Bogotá) Ariel Svarch. “Muchos factores influyen en la violencia masiva de tiroteos. Hay aspectos culturales que tienen que ver con la forma de masculinidad en Estados Unidos, los viejos mitos del macho cowboy armado”. Pero, además de los vaqueros y los soldados como referentes, la posesión de armas en Estados Unidos ha tenido que ver con el hecho de ser ciudadano. “Como afirma Martha Jones, en su libro Birthright Citizens, para los afroamericanos libres, la posesión de un arma, además de ser un medio de caza y defensa, era vista como prueba de ciudadanía”, cuenta Pani.
Entonces, el debate sobre las armas trasciende a las armas en sí mismas, pues involucra las concepciones sobre qué es ser un ciudadano estadounidense, al igual que la discusión alrededor de la Segunda Enmienda va más allá de ella misma, e involucra las interpretaciones judiciales, políticas o legales de la misma, como lo recalca Svarch, y las ideas de libertad que de estas se desprenden.
Ani Kalayjian llegó a Estados Unidos en 1972, llena de miedos, con ansias de vivir en paz. Quería algo diferente. Anhelando estar en un lugar donde no tuviera que permanecer dentro de su casa, donde no la forzaran a casarse a temprana edad, en el que tuviera la posibilidad de estudiar, hablar y dar sus opiniones, sin sentir la amenaza de que terminaría en la cárcel o posiblemente muerta. Dejó Siria y lo hizo persiguiendo aquello que constantemente escuchamos en discursos, canciones y películas. Llegó en busca de la libertad, o por lo menos eso creía.
En su pasado quedaron los días en los que fue entrenada para manejar armas, aquellos en los que el gobierno sirio les enseñó a ella y a sus compañeros de colegio a usar las armas automáticas, bajo la idea de que “así la nación estaría lista para protegerse a sí misma”. Sin embargo, llegó a un país donde el número de armas supera a la cantidad de personas que viven en él. Small Arms Survey, un proyecto de investigación del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales de Ginebra, así lo indica: hay 120 armas por cada 100 estadounidenses.
Le sugerimos: Taj Mahal: Un monumento de amor amenazado por un río moribundo
“Donde sea que exista un arma va a haber sufrimiento”, dice Kalayjian, quien es la fundadora y presidenta de la Asociación para el Alcance y la Prevención del Trauma Meaningful World, así como la autora del libro Forget me Not: 7-Steps for Healing our Body, Mind, Spirit & Mother Earth. Durante 30 años ha tratado de impulsar un enfoque más estratégico sobre el acceso a las armas, que incluye tener un mejor criterio frente a aquellos que adquieren una, profundizando en el perfil psicológico y criminal del comprador, así como en el tiempo de entrenamiento para su uso (entre dos y seis meses), y en ese camino la han catalogado, a ella y a sus compañeros, de “opositora de la libertad, de intentar derribar a América e incluso de impulsar el comunismo”. Según ella, “son argumentos vagos que usan para callarnos”, además de ideas que expresan cuestiones más profundas.
Detrás de un arma hay miedos e inseguridades, así como pocas habilidades sociales y de interacción, según comenta Kalayjian. En medio de una sociedad en la que impera el aislamiento, exacerbado por la pandemia del coronavirus, asegura que las armas son una extensión del ego y un símbolo de poder, la creencia errónea de que portando una se podrían suplir esas carencias. La masacre en la escuela primaria Sandy Hook, en 2012; el tiroteo en una discoteca de Orlando, en 2016; la matanza en el festival de música country Route 91 Harvest, llevada a cabo en Las Vegas en 2017; la incursión violenta en la escuela secundaria Stoneman Douglas, perpetrada en Parkland en 2018, y, más recientemente, los tiroteos en un supermercado en Buffalo y en la escuela primaria Robb, en Uvalde (Texas), la llevan a afirmar que en la última década, detrás de esa violencia con armas de fuego, hay una “falta de tolerancia, una disonancia cultural, una pérdida de valores”.
Al referirse al debate del acceso a las armas, dice que “hay un abuso de la libertad, una malinterpretación de ella”, además de una sensación de que la libertad está comprometida, algo sobre lo cual el historiador Svarch se refiere de esta manera: “Quiénes son los que forman parte de ese nosotros cuyas libertades no pueden ser restringidas y de qué libertades, realmente, estamos hablando. Es decir, hay un problema en el concepto de ‘ese nosotros’ en Estados Unidos, en quiénes pertenecen a ese grupo y quiénes no”.
Precisamente, Scott Melzer, autor del libro Gun Crusaders: the NRA’s Culture War, menciona en su texto que “las tres principales amenazas al conservatismo estadounidense han sido el libertarismo, la militancia anticomunista y el tradicionalismo. La Asociación Nacional del Rifle, un amplio grupo, pero no siempre uniforme, refleja estas diferentes perspectivas conservadoras”. Por eso, en una entrevista a la Deutsche Welle (DW), afirmó que, “aunque la Asociación Nacional del Rifle nunca ha compartido información sobre sus miembros, la investigación apunta a que los más comprometidos con ella son también los más conservadores. Ellos tienen una ideología política conservadora que se ha extendido más allá de los derechos sobre las armas, lo cual no es sorprendente, pues ha sido evidente que este debate está muy entrelazado con la política estadounidense”.
Refiriéndose al pensamiento de los miembros de la Asociación Nacional del Rifle, que, según un estudio hecho por el Pew Research Center en 2017, tiene cerca de 19 millones de personas que se consideran como tal, aunque no militen activamente en ella, Melzer escribe en su libro que ellos consideran que “nuestro país es libre porque tenemos derechos individuales y responsabilidades, y nosotros tenemos derechos individuales y responsabilidades porque somos libres”. Uno de ellos le comentó: “Eso fue lo que hicieron nuestros padres fundadores. Toda la gente vino aquí para ser pionera. Trabajaron duro, ahorraron su dinero y construyeron este país en libertad”. Así, según se lee en el libro, “si la libertad está basada en la autosuficiencia, entonces la dependencia en el gobierno es una forma de encarcelamiento”. Por ello, en las declaraciones a DW, aseguró que “ellos argumentan que el derecho a portar armas defiende y protege todos los demás derechos y libertades individuales. Esto encaja con la idea de que los ciudadanos no deberían depender del gobierno para la protección a través del control de armas o los servicios sociales, sino que deberían depender de sí mismos para la seguridad”.
Este discurso, que mezcla asuntos identitarios y de valores, es en parte una de las razones por las cuales Estados Unidos, a pesar de décadas de padecer tiroteos, en lugar de tomar acciones hacia mayores restricciones, sigue teniendo unas disposiciones flexibles en cuanto al acceso a las armas, y, según Svarch, aquello tiene que ver con el arraigo cultural de ellas en los distintos imaginarios estadounidenses. Prueba de ello es que Nueva Zelanda y Noruega, a pesar de haber tenido una elevada tasa de posesión de armas, lograron imponer importantes restricciones al acceso de ellas, no sin olvidar que también tienen una tasa baja de violencia con armas. No sobra mencionar que el Reino Unido es el país desarrollado que tiene los menores índices en este tema: actualmente, hay cerca de cinco armas por cada cien personas (menos en Irlanda del Norte, donde la cifra es mayor) y la tasa de homicidios con pistola es cercana a 0,7 por millón.
“La explicación a los tiroteos tiene que ver con algo que solo pasa en Estados Unidos, que no pasa en el resto del mundo”, advierte Svarch. Por ello, cuestionando los argumentos de algunos republicanos, que incluso culpan a los videojuegos de la situación, y afirmando que este comportamiento tampoco tiene que ver con el cine y la televisión, pues estos contenidos se consumen en otros países, la cuestión de las armas es mucho más compleja.