Svetlana Alexiévich: El alma en letras
El primer agradecimiento es a la imprenta; el segundo es a los hombres y mujeres que dedican sus horas al arte de traducir, pues sin ellos la obra de Svetlana Alexiévich no habría llegado a mis manos; el tercero es a las voces.
Andrés Obando
Han pasado seis años desde que la periodista bielorrusa inició su discurso para recibir el premio Nobel de Literatura con las siguientes palabras: “Yo no estoy sola en este podio… Hay voces a mi alrededor, cientos de voces.” Y vaya que al recorrer su obra uno se da cuenta de que tiene razón, este honor no es solo de ella, el premio más importante en la esfera literaria fue otorgado a ambos, a Alexiévich y a las millones de personas que ella expone en sus escritos.
Leer a Alexiévich es placer y agonía, es agradecer por las cuatro paredes que sin peligros me rodean y es, a la vez, culpar al ser humano por tanta crueldad. Sin rodeos y eludiendo censuras, esta nobel de literatura nos narra desgracias y puntos de vista. Entrevistando a cientos de personas que han vivido algunas de las tragedias más atroces del siglo veinte, logra saltarse los hechos de la historia y, en cambio, describe su esencia, su alma; porque la historia está embutida en cada alma, y cada alma cuenta su propia verdad.
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“¿Acaso alguien se cree que este país se hundió porque la gente descubrió la verdad sobre el Gulag? Eso lo creen los que se dedican a escribir libros. Pero la gente de a pie no vive preocupada por la historia. Sus vidas son mucho más elementales: enamorarse, casarse, ver crecer a sus hijos… levantar una casa. La desaparición de la URSS se debe a la escasez de botas de mujer y papel higiénico. El país se hundió porque no se vendían naranjas… ¡Y por esos malditos pantalones tejanos!” Yelena Yúrevna S., Tercera secretaria de un comité regional del partido. Pg. 66-67, El fin del “Homo sovieticus”.
Son muchos los libros de Alexiévich que han llegado a nuestro idioma, y con solo haber leído El fin del “Homo sovieticus”, un recital de opiniones de toda índole sobre la caída de la Unión Soviética, y La guerra no tiene rostro de mujer, una gran obra que se mete a las entrañas de la miles de mujeres que defendieron su patria contra los alemanes, logro entender por qué en una mesa de madera en Suecia decidieron otorgarle, por primera vez, el Premio Nobel de Literatura a una obra periodística.
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“Pregúnteme: “¿Qué es la felicidad?”. Yo le contestaré… “Es encontrar entre los caídos a alguien con vida…” Anna Ivánovna Beliái, enfermera del ejército sovietico durante la segunda guerra mundial. Pg. 96, La guerra no tiene rostro de mujer.
Periodismo en el más puro y cruel de sus sentidos. ¿Cuántas lágrimas se puede tragar un periodista? Leyendo las entrevistas de Alexiévich me doy cuenta de que su corazón debe ser tan fuerte como el acero y tan absorbente como una esponja. Su labor es convertir memorias en texto, es convertir lágrimas en historia.
¿Cómo llegan las letras al corazón?; cuando Alexiévich no disfraza, cuando escribe las cosas como le fueron contadas, cuando organiza la estructura de sus libros de tal manera que una declaración es consecuente con la siguiente y que uno como lector no tiene de otra que seguir leyendo, atrapado por la vivencias, por el mundo que afortunadamente no nos tocó.
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Eso sí, maldigo que esta mujer no tenga más tiempo en sus manos, no haya vivido durante varios siglos, y no le dé el corazón para contarnos más, para trazar el alma de cuanta atrocidad innecesaria haya sucedido. Ahora bien, me contentaré con que después de esta turbulencia en Ucrania, nos lo explique sin titulares amarillistas o teorías geopolíticas.
Han pasado seis años desde que la periodista bielorrusa inició su discurso para recibir el premio Nobel de Literatura con las siguientes palabras: “Yo no estoy sola en este podio… Hay voces a mi alrededor, cientos de voces.” Y vaya que al recorrer su obra uno se da cuenta de que tiene razón, este honor no es solo de ella, el premio más importante en la esfera literaria fue otorgado a ambos, a Alexiévich y a las millones de personas que ella expone en sus escritos.
Leer a Alexiévich es placer y agonía, es agradecer por las cuatro paredes que sin peligros me rodean y es, a la vez, culpar al ser humano por tanta crueldad. Sin rodeos y eludiendo censuras, esta nobel de literatura nos narra desgracias y puntos de vista. Entrevistando a cientos de personas que han vivido algunas de las tragedias más atroces del siglo veinte, logra saltarse los hechos de la historia y, en cambio, describe su esencia, su alma; porque la historia está embutida en cada alma, y cada alma cuenta su propia verdad.
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Son muchos los libros de Alexiévich que han llegado a nuestro idioma, y con solo haber leído El fin del “Homo sovieticus”, un recital de opiniones de toda índole sobre la caída de la Unión Soviética, y La guerra no tiene rostro de mujer, una gran obra que se mete a las entrañas de la miles de mujeres que defendieron su patria contra los alemanes, logro entender por qué en una mesa de madera en Suecia decidieron otorgarle, por primera vez, el Premio Nobel de Literatura a una obra periodística.
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¿Cómo llegan las letras al corazón?; cuando Alexiévich no disfraza, cuando escribe las cosas como le fueron contadas, cuando organiza la estructura de sus libros de tal manera que una declaración es consecuente con la siguiente y que uno como lector no tiene de otra que seguir leyendo, atrapado por la vivencias, por el mundo que afortunadamente no nos tocó.
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