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                                                                                                                                Ty Cobb: La leyenda del villano del béisbol (I)

                                                                                                                                Ty Cobb marcó algunos de los récords más importantes de la historia del béisbol. Algunos aún siguen en pie. Fue amado por algunos seguidores, y odiado por la mayoría de los fanáticos, que se dejaron abrumar por las crónicas de los periodistas de la primera mitad del siglo XX y por las propias palabras de Cobb, que se definía como una patada en el bajo vientre.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Editor de Cultura
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le puede interesar leer el perfil: Charly García: “Yo nunca me traicioné”

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                En 1904, cuando lo llamaron de la organización semiprofesional de los Anniston Steelers de Alabama y le ofrecieron un sueldo de 50 dólares mensuales, Cobb le envío un telegrama a su padre para preguntarle cómo le parecía, pues en el fondo esperaba jugar para algún equipo más fuerte, y ante todo, más poderoso. “Tómalo, hijo, y déjame decirte algo: no vuelvas a casa convertido en un perdedor”, le respondió el señor Cobb. Pasados unos años, y muchos trágicos sucesos que acabaron, Ty Cobb confesaría que su padre fue el hombre más grande, sabio, justo y digno que conoció en su vida, y que había conseguido que pese a todo, él lo obedeciera. Cobb era profesor, y filósofo, y editor, y senador por el partido Demócrata. Un hombre ecuánime que no se dejaba llevar por las apariencias, y que era duro, muy duro, cuando tenía que serlo.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: “Fire shut up in my bones”, la apuesta por volver a las raíces de la ópera

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                                                                                                                                Le invitamos a leer: El reconocimiento tardío de la pionera del abstraccionismo

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                                                                                                                                Cuando se desplomó, su esposa pegó un grito aterrador. Aún tenía la escopeta con la que había disparado entre las manos. Luego, una y otra vez, en las decenas de interrogatorios que debió responder, dijo que se había confundido, que presa del pánico al escuchar ruidos extraños, decidió armarse y dispararle al intruso, pues creyó que era un ladrón, o que incluso podía ser un asesino. La señora Chitwood Cobb fue detenida, y con su detención crecieron los rumores sobre su amorío. O sobre sus amoríos. Tenía fama de díscola, de coqueta, y quienes la conocieron opinaban que era hermosa. Quedó libre luego de pagar una fianza de varios cientos de dólares, y lo primero que hizo al salir fue preguntar por su hijo Ty, quien a la mañana siguiente de la muerte de su padre, recibió un telegrama en Augusta que decía: “Tu padre, muerto en incidente a tiros”.

                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
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