Una parada obligatoria (Tinto y tinta)
En tiempos complejos para los sentidos, un golpe al sector cafetero bogotano se perpetró en 2020.
Sebastián Londoño Velásquez
En tiempos complejos para los sentidos, un golpe al sector cafetero bogotano se perpetró en 2020. El duelo producido por esta ausencia se asemejaba a la partida del olfato, en un ambiente que, dócil ante la crisis, veía partir una de las huellas más profundas que había cruzado la Zona G, la Zona T y el gran Usaquén.
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Los cofundadores de Bourbon Coffee Roasters y Colo, Paola Laguna y Jose Rocero, daban un paso al costado del gremio. Esto, al menos en lo que a cafeterías de especialidad respecta. Sin embargo, esto era apenas el bosquejo de su trazo más delicado, pero también atrevido. Su paso a paso fue un símil de la traza del café en sus distintas cadenas de suministro. Es así entonces como su travesía tropical empieza a componer el destino de esta lectura.
Como se autodenominan ellos dos de forma poética, son traductores y apasionados por hacer visible la diversidad en la caficultura. De esta forma, una serie de acompañamientos a diferentes caficultores en distintas fincas empieza a impactar tras bambalinas con el desarrollo de perfiles de taza increíbles. Pero era solo el anuncio de un regreso esperado. Era tenue la esperanza de revivir una tarde en la barra viendo como La Marzocco transpiraba vapor mientras la fragancia de un caturra flotaba en el aire.
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Pues finalmente cesó aquel anhelo. La locación, un antiguo parqueadero en el nogal; la estética, una que solo su visión pudo hacer realidad; la técnica, perfeccionada con un laboratorio abordo; ¿y el café? Jugaré con sus palabras para responder este tramo. La esencia del impacto femenino en su presentación rosa; El trópico que viaja aventurero en la lengua y que solo me permite pensar en el oro de la bandera cuando pasa por el paladar una gota de ese perfil; y el privilegio, que lo brinda Tropicalia con sus burlas a lo clásico, con su valentía traducida en cafés fuera de serie.
Es claro que su decisión de volver, no podía evadir la belleza. Una oda a la madera, una maestría en hacer del ámbar el tono pastel más admirable. Los reflectores sobre el merch en la entrada, la sonrisa desde la caja al ingresar y las comandas saltando entre las manos para aterrizar en el punzón mientras que solo un timbre acusa el final de ese pedido. Pasos más adelante, los ojos delatan lujuria. En el día las sombras juegan entre el bambú del techo, mientras el sol dibuja entre las mesas y los comensales. En la noche, las luces amarillas no permiten que la oscuridad opaque el contraste verde de las plantas y las vuelve protagonistas de cada cena, cada filtrado o cada charla.
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De un parqueadero, dibujaron una cueva de sueños y la transformaron en un auditorio cafetero. En algún momento los describí como una banda perfecta. Ahora cuentan con el espacio ideal para aquel recital. Al fondo está aquel palco donde una taza de privilegio es el único que puede hacerle honor a un puesto en ese lugar. Y arriba, escondido en los murmullos de quienes aún no se atreven a preguntar, ahí ocurre la magia. Una San Franciscan encargada de escoger el calor que le dará brillo a los próximos granos, un laboratorio para catación; una marzocco para perfilar los cafés para espresso; un EK43 rugiendo en su fugaz molienda y una Bullet R1 V2 que roba corazones y captura muestras para darnos el primer sorbo de un café que llega.
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Su misticismo no es solo la materia prima, ni las herramientas que escogieron; ha sido transmitir su impacto detrás del telón, sin demandar protagonismo, solo reivindicando un sector que sufrió durante la pandemia, pero resurgió con holgura. Un lugar para sentarse en la barra, y pedir un café preparado en Origami. Uno para aquel espresso después de un paseo en tu bicicleta de ruta. Un sitio para conquistar o ser conquistado. Un espacio para dignificar tu tierra. Sin importar el contexto, es una parada obligatoria. Bienvenidos a Tropicalia Coffee.
En tiempos complejos para los sentidos, un golpe al sector cafetero bogotano se perpetró en 2020. El duelo producido por esta ausencia se asemejaba a la partida del olfato, en un ambiente que, dócil ante la crisis, veía partir una de las huellas más profundas que había cruzado la Zona G, la Zona T y el gran Usaquén.
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Los cofundadores de Bourbon Coffee Roasters y Colo, Paola Laguna y Jose Rocero, daban un paso al costado del gremio. Esto, al menos en lo que a cafeterías de especialidad respecta. Sin embargo, esto era apenas el bosquejo de su trazo más delicado, pero también atrevido. Su paso a paso fue un símil de la traza del café en sus distintas cadenas de suministro. Es así entonces como su travesía tropical empieza a componer el destino de esta lectura.
Como se autodenominan ellos dos de forma poética, son traductores y apasionados por hacer visible la diversidad en la caficultura. De esta forma, una serie de acompañamientos a diferentes caficultores en distintas fincas empieza a impactar tras bambalinas con el desarrollo de perfiles de taza increíbles. Pero era solo el anuncio de un regreso esperado. Era tenue la esperanza de revivir una tarde en la barra viendo como La Marzocco transpiraba vapor mientras la fragancia de un caturra flotaba en el aire.
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Pues finalmente cesó aquel anhelo. La locación, un antiguo parqueadero en el nogal; la estética, una que solo su visión pudo hacer realidad; la técnica, perfeccionada con un laboratorio abordo; ¿y el café? Jugaré con sus palabras para responder este tramo. La esencia del impacto femenino en su presentación rosa; El trópico que viaja aventurero en la lengua y que solo me permite pensar en el oro de la bandera cuando pasa por el paladar una gota de ese perfil; y el privilegio, que lo brinda Tropicalia con sus burlas a lo clásico, con su valentía traducida en cafés fuera de serie.
Es claro que su decisión de volver, no podía evadir la belleza. Una oda a la madera, una maestría en hacer del ámbar el tono pastel más admirable. Los reflectores sobre el merch en la entrada, la sonrisa desde la caja al ingresar y las comandas saltando entre las manos para aterrizar en el punzón mientras que solo un timbre acusa el final de ese pedido. Pasos más adelante, los ojos delatan lujuria. En el día las sombras juegan entre el bambú del techo, mientras el sol dibuja entre las mesas y los comensales. En la noche, las luces amarillas no permiten que la oscuridad opaque el contraste verde de las plantas y las vuelve protagonistas de cada cena, cada filtrado o cada charla.
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De un parqueadero, dibujaron una cueva de sueños y la transformaron en un auditorio cafetero. En algún momento los describí como una banda perfecta. Ahora cuentan con el espacio ideal para aquel recital. Al fondo está aquel palco donde una taza de privilegio es el único que puede hacerle honor a un puesto en ese lugar. Y arriba, escondido en los murmullos de quienes aún no se atreven a preguntar, ahí ocurre la magia. Una San Franciscan encargada de escoger el calor que le dará brillo a los próximos granos, un laboratorio para catación; una marzocco para perfilar los cafés para espresso; un EK43 rugiendo en su fugaz molienda y una Bullet R1 V2 que roba corazones y captura muestras para darnos el primer sorbo de un café que llega.
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Su misticismo no es solo la materia prima, ni las herramientas que escogieron; ha sido transmitir su impacto detrás del telón, sin demandar protagonismo, solo reivindicando un sector que sufrió durante la pandemia, pero resurgió con holgura. Un lugar para sentarse en la barra, y pedir un café preparado en Origami. Uno para aquel espresso después de un paseo en tu bicicleta de ruta. Un sitio para conquistar o ser conquistado. Un espacio para dignificar tu tierra. Sin importar el contexto, es una parada obligatoria. Bienvenidos a Tropicalia Coffee.