“¿Ustedes por qué se han vuelto tan violentos, insensibles y destructivos?”
Una mirada a “La Madeja del pensamiento”, una de las obras más estudiadas del filósofo y orador de la India Jiddu Krishnamurti.
Joseph Casañas Angulo
Hace unos años juan Almirall, licenciado en Derecho y doctor en Filosofía de la Universidad de Barcelona dijo: “Quién lea a Jiddu Krishnamurti se convencerá de la imposibilidad de organizar una creencia”.
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Hace unos años juan Almirall, licenciado en Derecho y doctor en Filosofía de la Universidad de Barcelona dijo: “Quién lea a Jiddu Krishnamurti se convencerá de la imposibilidad de organizar una creencia”.
En un artículo de 2001 publicado en Perspectivas, una revista de educación comparada respaldada por la UNESCO, se lee: “Krishnamurti fue un filósofo cuya apasionada búsqueda de la ‘buena sociedad’ no se basaba en ninguna tradición religiosa o política concretas”.
Para Krishnamurti, cuya obra está basada en el cuestionamiento crítico de aquellos que se autoproclaman o son proclamados gurús, expertos o iluminados, gran parte de la solución estructural de las muchas crisis que azotan el mundo, están en algo que es tan simple como complejo: el pensamiento.
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Para este pensador la “buena educación” no obedecía al deseo de ofrecer soluciones temporales a los problemas de la sociedad, ni a un intento de paliarlos enseñando simplemente a la población a leer y escribir. La educación, decía, tenía que funcionar como una llave capaz de abrir la única capacidad que nos entrelaza como humanos. De nuevo: el pensamiento.
“No pretendía seguir una vía determinada para infundir la ‘bondad’ en los individuos y en la sociedad. Para ello no se apoyaba en ningún instrumento o medio externos, sino en un descubrimiento interior que debía trascender la materialidad del cuerpo y originar una ‘mutación’ en la mente humana”, agrega Meenakshi Tapan.
En “Educar sin Miedo”, una de sus más de 70 obras, Krishnamurti señaló que ‘la crisis mundial es el resultado directo de una educación errónea’. En ese texto, que consta de veintiséis diálogos con padres y profesores de la escuela de Rajghat (India), en 1958, conforma la más amplia serie de diálogos sobre educación de todo el repertorio de Krishnamurti.
En 1929, con 34 años, decidió abandonar la Orden de la Estrella, un grupúsculo que pretendía encumbrarlo como el faro moral y ético de oriente. Como el humano capaz de guiar las soluciones de una especie en decadencia, incoherente y violenta.
Cuando optó por no cargar aquel piano que le pretendían poner en la espalda dijo: “La verdad es una tierra sin caminos, no puedes acercarte a ella por ningún camino, religión o secta. No quiero seguidores, porque en el momento que sigues a alguien, dejas de seguir a la verdad”. Algunos miembros cercanos a él de la Sociedad Teosófica le dieron la espalda y se desvinculó completamente de esta Sociedad. Renunció al dinero vinculado con la extinta Orden de la Estrella, y devolvió tanto el dinero como las propiedades donadas a esa Orden.
Un tal vez. Un quizá puede explicar las razones por las que sus obras no envejecen. Ese tal vez. Ese quizá, tiene que ver con aquella búsqueda desesperada por encontrar la solución en otros. En otras.
El otro año Colombia vivirá un nuevo proceso electoral. De nuevo vuelven las esperanzas de un país mejor, más justo, menos corrupto. Y ellos, los políticos, los nuevos y los viejos, saben que, en eso, en la esperanza y su mercadeo, está el voto. Su voto.
A la luz de la obra de Krishnamurti esa empresa electoral es fútil. Gaseosa. La solución, insiste, está en el pensamiento. En nuestro pensamiento. Esto dice en “La madeja del pensamiento”: No podemos pensar más como cristianos, budistas, hindúes y musulmanes. Estamos enfrentándonos a una tremenda crisis; una crisis que los políticos nunca pueden resolver porque están programados para pensar de un modo particular -y tampoco los científicos comprenden ni resuelven la crisis; ni lo hace el mundo de los negocios, el mundo del dinero.
Lejos estuvo Krishnamurti de hablar del político de la izquierda, de la derecha o del centro. Su mensaje era genérico. Reflexivo. “La maquinaria de la guerra sigue estando con nosotros, dirigida por los políticos, reforzada por nuestro nacionalismo, por nuestro sentimiento de separación con respecto a los demás, ‘nosotras’ y ‘ellos’, ‘tú’ y ‘yo’. Ese es un dolor global que los políticos fabrican, fabrican, fabrican... Estamos preparados para otra guerra, y cuando nos preparamos para algo, tiene que haber alguna clase de explosión en alguna parte -puede que no la haya en el Medio Oriente, puede que ocurra aquí. Toda vez que nos preparamos para algo, terminamos por conseguirlo -es como preparar la comida. Pero somos tan estúpidos que todo esto continúa -incluyendo el terrorismo”.
El momento crucial, la decisión inteligente, el reto, no está en la política ni en la religión ni en el mundo científico; está en nuestra conciencia. Uno tiene que comprender la conciencia de la humanidad, esa conciencia que nos ha llevado a este punto. Y uno tiene que ser muy serio en esta cuestión, porque nos estamos enfrentando realmente a algo muy peligroso para el mundo -donde prolifera la bomba atómica que algún lunático hará estallar. Todos debemos estar lúcidamente conscientes de esto”.
Una revisión de esa obra - ni siquiera juiciosa, ni siquiera rigurosa - sino más bien atenta, puede darnos algunas pistas de, por ejemplo, las barreras que durante años seguimos edificando para evitar pensar. P E N S A R. Esa es la clave.
“El prejuicio tiene algo en común con los ideales, las creencias y la fe. Nosotros debemos ser capaces de pensar juntos; pero nuestros prejuicios, nuestros ideales, etcétera, limitan la capacidad y la energía que se requiere para pensar, para observar y examinar juntos a fin de descubrir por nosotros mismos qué hay detrás de toda la confusión, la desdicha, el terror, la destrucción y la tremenda violencia en el mundo. Para comprender, no sólo los meros hechos externos que ocurren, sino también la profundidad y significación de todo ello, tenemos que ser capaces de observar juntos -no que ustedes observen de un modo y quien les habla de otro, sino observar juntos la misma cosa. Esa observación, ese examen se obstaculiza si nos aferramos a nuestros prejuicios, a nuestras experiencias particulares o a nuestra particular comprensión. Pensar juntos es tremendamente importante, porque tenemos que enfrentarnos a un mundo que se está desintegrando y degenera rápidamente, un mundo en el que no hay sentido alguno de moralidad, donde nada es sagrado, donde nadie respeta a nadie”.
Es una cachetada que obliga a volver la mirada a la investigación. A nuestra propia investigación: “Tenemos que investigar por qué después de todos estos millones de años de evolución del hombre, ustedes y todo el mundo se han vuelto tan violentos, tan insensibles y destructivos, por qué toleran las guerras y la bomba atómica. El mundo tecnológico se desarrolla más y más; tal vez sea ese uno de los factores causantes de que el hombre haya llegado a ser esto que es. De manera que, por favor, pensemos juntos, no conforme a mi modo o al de ustedes, sino usando simplemente la capacidad de pensar”.
La invitación a ver. No a ver como un acto reflejo. Sino a verse. A vernos: “Cuando uno es capaz de ver claramente, sin distorsión alguna, entonces comienza a inquirir en la naturaleza de la conciencia, incluyendo las capas mucho más profundas. Ustedes tienen que investigar el movimiento total del pensar, porque el pensamiento es el responsable de todo el contenido de la conciencia, tanto de las capas profundas como de las superficiales. Si no tuvieran ustedes pensamiento, no habría temores, ni sentido del placer, ni tiempo; el pensamiento es el responsable.
Es responsable por la belleza de una gran catedral, pero también es responsable por todos los desatinos que ocurren dentro de la catedral. Todos los logros de los grandes pintores, poetas, compositores, son la actividad del pensamiento: el compositor, al escuchar internamente el maravilloso sonido, lo registra sobre el papel; ése es el movimiento del pensar. El pensamiento es el responsable de todos los dioses del mundo, de todos los salvadores, de todos los gurús, de toda la obediencia y la devoción. Todo ello es el resultado del pensamiento que busca gratificación y escape de la soledad. El pensamiento es el factor común a todos los seres humanos. El aldeano más pobre de la India piensa igual que el jefe ejecutivo, igual que el líder religioso. Ese es un hecho común y cotidiano; es el suelo en que todos los seres humanos están parados. Ustedes no pueden escapar de eso”.