Vasily Kandinsky, y el origen del arte abstracto (II)
Pasados muchos años de su viaje a la lejana Rusia que estaba al oriente de los Urales, de sus notas, los dibujos que esbozó sobre sus ancestros mongoles, de sus clases de derecho y de sus tertulias, Vasily Kandinsky se adentró en la pintura, y con ella, en una infinita búsqueda de sí mismo, de su país, su pasado, sus orígenes, y sobre todo, del arte.
Fernando Araújo Vélez
Fue capaz de afrontarse y de afrontar la vida y su arte, más allá de las instrucciones y de los académicos, y mucho más allá de lo sabido y estudiado hasta el momento. Luchó, discutió, se encerró en sus teorías, que iban transformándose día tras día. Un día de mil novecientos veinte tantos, luego de tantas idas y vueltas, dijo que “Los elementos pictóricos penden del andamiaje de las formas naturales; sigue siendo imposible […] descubrir la ley pura del diseño pictórico”.
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Fue capaz de afrontarse y de afrontar la vida y su arte, más allá de las instrucciones y de los académicos, y mucho más allá de lo sabido y estudiado hasta el momento. Luchó, discutió, se encerró en sus teorías, que iban transformándose día tras día. Un día de mil novecientos veinte tantos, luego de tantas idas y vueltas, dijo que “Los elementos pictóricos penden del andamiaje de las formas naturales; sigue siendo imposible […] descubrir la ley pura del diseño pictórico”.
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Kandinsky vio lo invisible, para retomar el título de Ver lo invisible. Acerca de Kandinsky, un libro que escribió sobre él Michel Henry. Vio lo invisible desde su soledad, que era una búsqueda, y desde allí, como decía Henry, “La soledad de quien fue uno de los mayores creadores de todos los tiempos, en el momento en que la pintura francesa afirmaba su primacía y, concentrando la atención sobre sí, pretendía ser el centro principal de descubrimiento del mundo, tiene al menos un mérito: el de mostrarnos que la pintura abstracta difiere por completo de aquello con lo que habitualmente se la confunde, a saber, esa secuencia histórica que lleva de Cézanne al cubismo, incluyendo en ella el impresionismo y la mayor parte de los ‘movimientos’ que definen a los ojos del público la ‘pintura moderna’”.
“Los grandes nombres que están unidos a este período son, en realidad, ajenos a la ‘abstracción’ -escribió Henry-. Picasso, por ejemplo, es un artista figurativo, por no hablar de su academicismo. Incluso los pintores a los que se colocará sin vacilar entre los «no figurativos» –Mondrian con su depurado trazado geométrico, Malévich, los suprematistas, los constructivistas con sus planos desnudos, Arp con sus formas libres, el mismo Klee con sus signos mágicos– desarrollan de hecho su obra dentro de la tradición pictórica de Occidente, fuera del campo abierto por los presupuestos radicalmente innovadores de Kandinsky. ¿Es, pues, la pintura de éste única en su género? La singularidad de Kandinsky presenta, por otra parte, una circunstancia decisiva para nuestro proyecto: el ‘Superpionero’ no solamente produjo una obra cuya magnificencia sensorial y riqueza inventiva eclipsan a la de sus contemporáneos más notables, sino que propuso, además, una teoría explícita de la pintura abstracta, exponiendo sus principios con la máxima precisión y la mayor claridad”.
Pasados los negros y los blancos, la claridad, y los grises, y también la oscuridad con sus destellos, Kandinsky esbozó sus obras iniciales, paisajes muy de un estilo postimpresionista, con algunos colores brillantes, poco naturales, en los que lo natural era plano y parecía darle paso a algo más. En la medida en que buscaba y creía encontrar, iba anotando sus distintas impresiones y análisis sobre la vida y el arte. En 1896, con 30 años recién cumplidos, viajó a Mónaco para estudiar en la Academia de Franz von Stuck, y allí, por supuesto, siguió experimentando. Si la vida y la visión que el ser humano tenía sobre el universo no eran objetivos, pues era imposible que lo fueran, el arte tenía que trascender el objeto, los objetos. Aunque jamás lo dijera con esas palabras, para Kandinsky no había absolutos. El arte y sus infinitas variaciones estaba determinado por los artistas. No había Arte: había artistas.
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Los artistas, en todas y cada una de sus dimensiones y obras, además, eran los únicos que podían salvar al hombre de su instrumentalización. El objeto y las consecuencias que surgían de los objetos estaban contaminando a la humanidad. El materialismo con sus implicaciones la envenenaba cada día un poco más. Para Kandinsky, el abstraccionismo era una especie de liberación, más por los procesos que provocaba en el creador y en el espectador, que por el resultado. “Todo el que ve más allá de los límites de su sección es un profeta para su entorno y ayuda al movimiento del obstinado carro”, escribió en algunos de los capítulos de su tratado Lo espiritual en el arte. Él iba más allá. Más allá de lo visible, de lo aprendido, de lo mostrado, de lo creído. Más allá de la historia y de la geografía, de los mandamientos de los dioses y de los manuales de los hombres, y más allá, mucho más allá de todo aquello que pudiera estar en el exterior.
“La vida espiritual, representada esquemáticamente, es un gran triángulo agudo dividido en secciones desiguales, la menor y más aguda dirigida hacia arriba -decía-. Cuanto más hacia abajo, tanto más anchas, grandes, voluminosas y altas resultan las secciones del triángulo. El triángulo se mueve despacio, apenas perceptiblemente hacia adelante y hacia arriba; donde «hoy» se halla el vértice más alto, «mañana» estará la próxima sección. Es decir, lo que hoy es comprensible para el vértice más alto y resulta un disparate incomprensible al resto del triángulo, mañana será contenido razonable y sentido de la vida de la segunda sección. A veces, en el extremo del vértice más alto se halla un hombre solo. Su contemplación gozosa es igual a su inconmensurable tristeza interior. Los que están más próximos a él no le comprenden; indignados le llaman farsante o loco. Así se encontró Beethoven en su vida, denostado y solitario en la cumbre.
“¿Cuántos años se necesitaron para que una sección más amplia del triángulo alcanzara la posición que él ocupó antaño solo? Y pese a todos los monumentos… ¿han ascendido verdaderamente tantos hasta esa cima? En todas las secciones del triángulo hay artistas. Todo el que ve más allá de los límites de su sección es un profeta para su entorno y ayuda al movimiento del obstinado carro. Si por el contrario no posee esa aguda visión o la utiliza para fines más bajos o renuncia a ella, sus compañeros de sección le comprenderán y le ensalzarán. Cuanto más grande sea la sección y cuanto más bajo su nivel, tanto mayor será la masa que comprenda el discurso del artista. Naturalmente cada sección tiene, consciente o (la mayoría de las veces) inconscientemente, hambre de pan espiritual. Este pan se lo dan sus artistas; mañana la sección siguiente tenderá sus manos hacia él”.
Kandinsky era un creador y un dador, y más que eso, un salvador, aunque no actuaba como salvador ni trataba de imponerles su verdad y sus obras a quienes lo escuchaban. Igual, cada paso que daba era un paso hacia la verdad, su verdad, hacia el conocimiento y la liberación del materialismo, principalmente, y se cuidaba de que sus pasos fueran pasos y huellas. Caminaba de la mano de la música vanguardista de Arnold Schönberg, y de algunos textos de Wilhelm Worringer, sobre todo de Abstracción y apatía, en el que el teórico alemán sostenía que el momento más puro del arte estaba dado por un profundo instinto de autonegación, muy propio de la actitud abstracta del arte primitivo, aquel que Kandinsky había comenzado a descubrir años atrás, y que lo empezó a convencer de que lo que buscaba estaba dentro de sí, y que el arte sólo podía darse, hacerse, por y para sí. El arte por el arte.