Vicente Pérez Silva: “Quiero defender la obra de Rivera del olvido”
Vicente Pérez Silva, autor de “Raíces históricas de La vorágine” (Panamericana) habló sobre la importancia que tiene la obra de José Eustasio Rivera un siglo después.
Andrés Osorio Guillott
La casa de Vicente Pérez Silva bien podría ser declarada museo de La vorágine, pues en ella reposan archivos de prensa, documentos y todo tipo de ediciones críticas y reediciones de la novela de José Eustasio Rivera que sigue celebrando su centenario este 2024. Podría uno dedicarse a asistir varias tardes para conversar con Pérez Silva sobre los estudios de la obra del poeta y novelista, de todo lo que se ha escrito y revelado por medio de una de las novelas universales de la literatura colombiana.
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La casa de Vicente Pérez Silva bien podría ser declarada museo de La vorágine, pues en ella reposan archivos de prensa, documentos y todo tipo de ediciones críticas y reediciones de la novela de José Eustasio Rivera que sigue celebrando su centenario este 2024. Podría uno dedicarse a asistir varias tardes para conversar con Pérez Silva sobre los estudios de la obra del poeta y novelista, de todo lo que se ha escrito y revelado por medio de una de las novelas universales de la literatura colombiana.
Por años, Vicente Pérez Silva escribió para El Espectador y El Tiempo. Orgulloso se siente de haber hecho parte de estos dos medios de comunicación y de guardar consigo tantos libros y documentos que dan cuenta de la importancia de la obra que dejó Rivera. Aunque es jurista, Pérez Silva dedicó tiempo a esa pasión que es la literatura, que aún hoy a sus 95 años sigue defendiendo con vehemencia. Quizá por el oficio mismo de leer y escribir es que está intacto, que su memoria es mucho mejor que la de muchos de nosotros y quizá por eso se muestra lleno de vida y vigor, pues aunque ha vivido casi un siglo, esa curiosidad por el conocimiento y la historia le siguen dando a su mirada ese halo de infancia que refleja un deseo irrenunciable por aprender del mundo y de todo lo que lo compone.
¿Por qué le dedicó su vida a estudiar La vorágine?
Soy oriundo del departamento de Nariño, me vine a Bogotá sin perder los nexos con mi departamento. Cada año voy y no abandono la labor cultural, pero volviendo a su pregunta, hay dos nariñenses que son sobresalientes -en mi concepto- en la vida de José Eustasio Rivera. Tuve un profesor de literatura maravilloso, el padre Betancourt, del oriente Antioqueño. Hice mi bachillerato con padres jesuitas. Da la casualidad de que el protagonista más sobresaliente es don Clemente Silva, quizá un pariente de Vicente Pérez Silva, porque él era el rumbero y el conocedor de los caminos de la selva. Pero ahí hay algo más, el mejor humanista y educador aquí en Bogotá en la Escuela Normal de los Hermanos Cristianos, donde se educó el poeta Eduardo Carranza, Carlos Lleras, entre otros, fue un nariñense que se llamó Julio Vela Coral. Son dos personajes sobresalientes y su el alumno predilecto por su emotividad y vivacidad fue José Eustasio Rivera, que además tenía una memoria prodigiosa.
¿Por qué para usted La vorágine sigue siendo una obra vigente?
Porque la entraña que se vivió en la selva amazónica fue la violencia y el crimen. Estamos con esos dos predicamentos con distintas modalidades, circunstancias y dimensiones en estas dimensiones. El remolino impetuoso y el destino que estamos viviendo.
Hablemos de la importancia de destacar el mundo indígena que está presente en La vorágine
A José Eustasio Rivera le golpea en el alma haber encontrado los núcleos indígenas en la forma como se desarrollaban. Cómo unos seres humanos pueden estar viviendo en circunstancias tan denigrantes, se preguntaba, y yo sostengo que la novela es un documento histórico que condensa una acusación, una denuncia y una protesta. Esos son los tres tentáculos del libro. Rivera propugna por que el gobierno de esa época, el del General Rafael Reyes, se inician los llamados a funcionarios que van a atender los territorios nacionales, los que están más allá de los epicentros urbanísticos, y de allí que el autor reaccione con ese espíritu sensible de poeta y haga un llamado y se pregunte cómo es posible que los indígenas vivan en esas condiciones, casi llegando al canibalismo, por eso matan al hermano del General, hay documentos al respecto.
Usted destaca la encíclica del papa Pio X. ¿Por qué es importante este elemento religioso en las raíces históricas de La vorágine?
La acusación, protesta y denuncia no solamente se hicieron en el ámbito nacional y de los países circunvecinos, sino que eso trascendió a Europa, específicamente al papa, que reaccionó y produjo esa encíclica. Cuál sería la repercusión de las denuncias que hicieron para que llegara a esa dimensión. Es desgarrador leer eso. El tratamiento era tan inhumano que al papa le movió las fibras más profundas de su alma.
También señala y dice que hay una “exaltación poética” en la novela...
No hay que perder de vista que a José Eustasio Rivera la primera crítica que se le hizo es que era una novela en prosa poética. El amigo hermano fue el barranquillero Miguel Rasch Isla, tal era la confianza que le dijo a Rivera que ahí había unas páginas eminentemente poéticas. Antes que novelista, Rivera fue poeta.
José de La Espriella fue “un inspirador de La vorágine” según afirma. ¿Por qué?
Ese es otro capítulo de novela. El presidente Rafael Reyes, antes de llegar al poder, él se vino al sur con el objeto de ir a conocer el Putumayo y el Amazonas. Él puso en el periódico que necesitaba unos socios para revisar la explotación de la quina y eso era motivo de exportación. Dos hermanos de distinguidas familias de Cartagena escucharon el llamamiento y se reunieron con él en Popayán, esos dos hermanos eran Bernardo y José de La Espriella. Cada uno escogió un rumbo distinto. José se fue para el Putumayo. Mientras que su hermano se casó con una hija de Tomás Cipriano, él se casó con una indígena y ya había recorrido gran parte de la selva. Es un capítulo de novela. Fue comisario de Putumayo y de Mocoa y produce un documento de análisis antropológico, sociológico y económico. Era muy inteligente.
¿Por qué hay que defender la obra de Rivera?
Que no se olvide. El maestro Rafael Maya fue amigo personal de José Eustasio Rivera y él llevó la palabra en el capitolio ante los numerosos despojos de Rivera y termina con esa exclamación con la que decido terminar el libro, y es que es perdurable. Yo quiero defender la obra de Rivera del olvido, de la indiferencia, del menoscabo que se puede tener de una novela.
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