Walter Benjamin y la poesía previa a sus estudios en filosofía de la historia
Al crítico y pensador alemán lo recordamos por su aporte a la filosofía de la historia, pero antes de sus estudios en este campo, había en él un marcado interés por la poesía que se reflejó en sus análisis a las obras de Charles Baudelaire y Bertolt Brecht.
Andrés Osorio Guillott
Walter Benjamin siempre fue Walter Benjamin, pero muchos que pronuncian su nombre se refieren al hombre de los últimos años de vida, el de finales de la década de 1930 cuando dedicó sus esfuerzos y pensamientos a la filosofía de la historia, a sus tesis sobre la misma, a la concatenación del marxismo y del materialismo histórico como bases ideológicas para sentar su postura acerca del tiempo, del pasado y del presente.
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Walter Benjamin siempre fue Walter Benjamin, pero muchos que pronuncian su nombre se refieren al hombre de los últimos años de vida, el de finales de la década de 1930 cuando dedicó sus esfuerzos y pensamientos a la filosofía de la historia, a sus tesis sobre la misma, a la concatenación del marxismo y del materialismo histórico como bases ideológicas para sentar su postura acerca del tiempo, del pasado y del presente.
Pero antes de ese Benjamin del que muchas veces se habla, hubo uno que se dedicó a la crítica del arte, al estudio sesudo de la literatura y la poesía, y la muestra de eso está en los escritos que hizo sobre Charles Baudelaire y la cultura de la Francia moderna, así como su amistad con Bertolt Brecht, poeta contemporáneo del pensador alemán.
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Mientras Benjamin veía florecer al nazismo y empezaba a preguntarse por su vida al margen del totalitarismo que acechó a Europa en una buena parte de la primera mitad del siglo XX, se encargó por varios años de la crítica del arte, especialmente de la literatura, y para ser aún más específicos se interesó en el estudio de los escritores franceses. Si bien le dedicó tiempo e ideas a Paul Valery y a Marcel Proust, en quien más se centró fue en Charles Baudelaire, quien con su libro Las flores del mal -traducido al alemán por Benjamin-, refundó a París bajo las lógicas de la modernidad.
Al poeta francés, Walter Benjamin le dedicó dos textos conocidos. En La tarea del traductor -el primero de ellos- el alemán habla justamente sobre lo que representa este oficio, basándose en la traducción de Las flores del mal, que realizó a finales de la década de 1910 y que culminó en 1923.
“Cuando nos hallamos en presencia de una obra de arte o de una forma artística nunca advertimos que se haya tenido en cuenta al destinatario para facilitarle la interpretación. No se trata sólo de que la referencia a un público determinado o a sus representantes contribuya a desorientar, sino de que incluso el concepto de un destinatario «ideal» es nocivo para todas las explicaciones teóricas sobre el arte, porque éstas han de limitarse a suponer principalmente la existencia y la naturaleza del ser humano. De tal suerte, el arte propiamente dicho presupone el carácter físico y espiritual del hombre; pero no existe ninguna obra de arte que trate de atraer su atención, porque ningún poema está dedicado al lector, ningún cuadro a quien lo contempla, ni sinfonía alguna a quienes la escuchan”, dice al inicio de La tarea del traductor, dejando entrever su obsesión con el estudio del arte, ejercicio que realizó también en gran medida por su amistad y trabajo con Theodor W. Adorno, referente de la Escuela de Fráncfort.
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Benjamin califica la poesía de Charles Baudelaire como una poesía lírica que tiene como elementos la experiencia y un alto grado de conciencia sobre estas, y para explicarlo cita la filosofía de Bergson e incluso, además de hablar de Paul Valéry y Marcel Proust, hace referencias a los estudios de Sigmund Freud sobre el comportamiento del ser humano.
“Las consideraciones hechas por Proust y por Valéry a propósito de Baudelaire se complementan entre sí en forma providencial. Proust ha escrito un ensayo sobre Baudelaire, aun superado, en cuanto a su alcance, por algunas reflexiones de su novela. Valéry ha trazado, en Situation de Baudelaire, la introducción clásica de las Fleurs du mal. Escribe: “El problema de Baudelaire podía ser por lo tanto planteado en los siguientes términos: llegar a ser un gran poeta, pero no ser Lamartine ni Hugo ni Musset. No digo que tal propósito fuera en él consciente; pero debía estar necesariamente en Baudelaire y, sobre todo, era esencialmente Baudelaire. Era su razón de estado”. Resulta más bien extraño hablar de razón de estado a propósito de un poeta. E implica algo sintomático: la emancipación respecto a las ‘experiencias vividas’. La producción poética de Baudelaire está ordenada en función de una tarea. Baudelaire ha entrevisto espacios vacíos en los que ha insertado sus poesías. Su obra no solo se deja definir históricamente, como toda otra, sino que ha sido concebida y forjada de esa manera”, dice Benjamin en Sobre algunos temas en Baudelaire, un ensayo donde a diferencia de La tarea del traductor, el autor se centra en estudiar la obra del francés, analizando su poesía y justamente apostándole a la explicación de una literatura que refleja con mucha precisión el modelo de una ciudad moderna.
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Estudiar la poesía era buscarla también, buscarla con fines que iban más allá del quehacer intelectual. Y en esa búsqueda logró, justamente un año después de publicar la traducción de Las flores del mal, conocer y forjar una amistad con Bertolt Brecht, con quien tiempo después compartiría ese amargo destino del exilio obligado frente a la inminente amenaza del nazismo a los judíos.
“Bert Brecht es una aparición problemática. Se niega a utilizar «libremente» su gran talento de escritor. Y tal vez no se le haya hecho a su personalidad literaria ningún reproche —plagiario, buscapleitos, saboteador— que él no utilizara como título de honor en su actividad no literaria, anónima, pero perceptible, como educador, pensador, organizador, político, director de escena. Pero sin duda, entre todos los que escriben en Alemania, él es el único que se pregunta dónde debe emplear su talento y sólo lo emplea cuando está convencido de que es necesario y se echa atrás, en todos los casos en que no se da esa condición”, escribió Benjamin en uno de sus ensayos, donde más que dar opiniones sueltas sobre el autor, se dedicó también a analizar varios conceptos de su dramaturgia y poesía, haciendo énfasis en el estudio del teatro épico.
El vínculo entre Brecht y Benjamin estuvo mediado por varias diferencias, incluso en términos estéticos, el primero no era adepto de la poesía de Baudelaire, pero además de ello, el dramaturgo sentía cierta filiación al comunismo promovido por la Unión Soviética, ideología criticada por el filósofo alemán. Y si bien su amistad se mantuvo hasta el suicidio del autor de Las tesis de la filosofía de la historia, varios teóricos de la época como Gretel Karplus -quien se casó con Adorno-, o Gershom Scholem, criticaron la relación de ambos pensadores. Sin embargo, hubo quienes se hicieron del lado del poeta y el crítico, como Hannah Arendt, quien dijo en una conferencia que: “La amistad Benjamin-Brecht es única porque unió al poeta alemán vivo más grande del momento con el crítico más importante de la época, y habla a favor de ellos el que los dos lo sabían”.