William Ospina: “Lo que nos despierta rechazo, nos obliga a pensar”
El escritor colombiano vuelve a invitarnos a reflexionar desde su capacidad como ensayista. En este diálogo hablamos sobre su más reciente libro “Donde crece el peligro”.
Andrés Osorio Guillott
Un libro que desde su título nos habla de una época en la que percibimos peligro, en la que el miedo y la incertidumbre parecen reinar. ¿Por qué puede ser el arte, la poesía y la literatura medios para combatir ese terror del mundo?
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Un libro que desde su título nos habla de una época en la que percibimos peligro, en la que el miedo y la incertidumbre parecen reinar. ¿Por qué puede ser el arte, la poesía y la literatura medios para combatir ese terror del mundo?
El arte y la poesía siempre lo fueron, desde el comienzo. Lo que hizo Homero fue pensar la guerra, tratar de entenderla, ver de qué manera las pasiones de los individuos y los conflictos de las naciones se cruzan y se alimentan, y cómo en medio de las crueldades y las atrocidades de la condición humana se abren camino también la nobleza, la dignidad y el valor con el que las personas asumen su vida y su muerte. No sabemos si el ser humano alguna vez dejará atrás las guerras y los crímenes, pero la literatura y el arte sí nos muestran cómo en todos los tiempos también saben brillar la grandeza, la generosidad y la compasión.
El título del libro parte de una cita de Friedrich Hölderlin. ¿Qué es lo que nos puede salvar en estos tiempos?
La frase de Hölderlin dice: “Allí donde crece el peligro crece también lo que nos salva”. Eso podría hacernos pensar que el peligro trae automáticamente la salvación, pero es algo más complejo: solo cuando aparecen los males podemos aprender cómo combatirlos. La respuesta no podía existir de antemano. Ahora, tal vez el mundo no busca la salvación, pero la necesita. Así como hay grandes fuerzas empeñadas en contrariar la vida, en destruir, en irrespetar, es evidente que la vida quiere perdurar. Nuestro poeta Porfirio Barba Jacob afirmó: “La antorcha crepitante está en el viento/ y de siglos en siglos va encendida/ La muerte sopla su huracán violento/ y fulge más la antorcha de la vida”. Evidentemente, es una lucha muy antigua, pero son las fuerzas de la destrucción las que exigen que las fuerzas creadoras se alcen más fuertes y puedan triunfar. Y algo hace que en los cuentos siempre nos despierte alegría la aparición de lo más noble y de lo más bello. No anhelamos que triunfe el peor.
Usted afirma en el libro que “hemos llegado a un momento en que la vida solo puede ser salvada por una política fundada en los más altos principios de humanidad”. ¿Qué principios serían esos?
Creo que tanto la corrupción como la frivolidad son cosas que vemos como errores y nos obligan no solo a examinar el mundo sino a examinarnos. Shakespeare dice: “Las ruinas me obligaron a pensar”. Lo que nos alarma, lo que nos indigna, lo que nos despierta rechazo, nos obliga a pensar. Porque es fácil quedarse en la indignación, la alarma y el rechazo, pero no es suficiente, eso no cambia nada. Los principios de humanidad son los que van más allá de la venganza, más allá de la cólera y más allá del castigo, los que nos hacen preguntarnos por qué ocurren ciertas cosas, no cómo castigarlas sino qué hay que hacer para que no ocurran. Uno comprende que hay historias de injusticia y de privación que pueden volver a la gente inhumana. Aunque a veces roban más los que más tienen, y eso también necesita una explicación, no sólo un castigo.
Menciona a Immanuel Kant y habla de su idea de hacer que la humanidad sea más filosófica, más reflexiva… ¿Cómo incentivar esta postura?
Creo que sí necesitamos pensamiento, pero también necesitamos sensibilidad, afecto e imaginación. Alguien dijo, por ejemplo, que la crueldad es falta de imaginación. Las personas crueles son incapaces de ponerse en el lugar del otro, de sentir que podría ser a ellos a quienes les está pasando esto. Y yo creo que lo que más necesitamos es lenguaje, un lenguaje rico y complejo, que nos permita entender lo que nos pasa, verbalizar nuestras emociones, compartir nuestras experiencias, eso nos libra de la soledad, de estar atrapados en nosotros mismos, nos ayuda a tener poder sobre nuestra imaginación y sobre nuestros impulsos, a no estar a merced de ellos. La vida es compleja, y vivirla de una manera irresponsable y trivial parecería una comodidad, pero es la causa de mucho sufrimiento propio y ajeno.
La embriaguez del hacer y la búsqueda de la belleza como ideas que nos invitan a ser creativos, a encontrar el asombro. ¿Cree que vivimos en una época en donde hemos perdido la imaginación porque siempre hay algo que nos responde o nos soluciona nuestras dudas, como lo hace la inteligencia artificial?
La inteligencia artificial, y estoy hablando de algo que en gran medida desconozco, puede ser útil y provechosa si ayuda a desarrollar la propia creatividad, y puede ser fatal si solo sirve para hacernos estériles e irresponsables. Porque no hay nada que dé más felicidad y más satisfacción que crear algo, y no hay nada más inútil y más torpe que privarse del placer de crear. Poner a una máquina a producir las cosas y fingir que las hicimos nosotros puede engañar a los demás, pero a nosotros mismos no podemos engañarnos. Es como resignarse a la mediocridad, aceptar que somos torpes, aceptar que somos estúpidos. Eso no es necesario, en todo ser humano puede haber algo creativo, algo genial.
Hablemos de esta afirmación que hace usted al decir que “el gran mal de la civilización moderna, en el mundo entero, es la exclusión, la incapacidad de asumir la dignidad del otro”. ¿Por qué cree que es el gran mal y cómo cree que se pudo originar y quedar instalado en nuestro tiempo?
Si es un milagro un colibrí, una salamandra, un tigre, cómo no va a ser un misterio admirable todo ser humano. Es triste no ver a los demás como algo misterioso, sorprendente y sagrado. En medio de una calle solitaria, a medianoche, el ser humano más humilde puede ser nuestra perdición o nuestra salvación. ¿Por qué no esforzarnos por sembrar respeto, dignidad, solidaridad, en vez de sembrar odio, maldad y resentimiento? Cuanto más excluimos a los otros en razón de su raza, de su pobreza, de su nivel de educación, más nos veremos rodeados por un mundo inhabitable, más nos ponemos en peligro a nosotros mismos. Pero es todavía más bello y más digno no respetar a los demás por prudencia, sino por verdadero respeto, por verdadera admiración. Y para eso sirve también la literatura, basta leer un cuento de las Mil y una noches que se llama “Historia de Abdalá, el mendigo ciego, que sólo aceptaba una limosna si iba acompañada de una bofetada”.
¿Cree que las humanidades, las artes y la cultura pueden volver a tener un papel preponderante en este tiempo?
Creo que es cada vez más necesario. Hay que partir, como Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. Porque el verdadero tiempo ganado es el tiempo perdido, la recuperación del sentido verdadero de las cosas. Ese diálogo, esa hora de amistad, ese viaje, el sabor de esa música, esos ratos de serenidad, de pensamiento, de imaginación. Como decía Jorge Luis Borges: “Esa fragua, esa luna y esa tarde”.
También habla en el libro que lo que el mundo necesita es una “revolución de las costumbres”, lo que implica, creo yo, precisamente reconocer que nosotros como individuos y ciudadanos tenemos una responsabilidad más allá de nuestros intereses. ¿Cómo incentivar esa revolución de las costumbres?
Hay quienes piensan que el capitalismo es una monstruosa maquinaria inhumana, pero hoy el capitalismo es nuestra manera de consumir, nuestra manera de viajar, nuestra manera de comer, nuestra manera de producir basuras, nuestra relación con la naturaleza, nuestra idea del amor, de la amistad, del arte, de la creación. El modo como todo se traduce en dinero. Antes existía la hospitalidad, todo lo que usábamos volvía al ciclo de la naturaleza y por ello en realidad no había basuras. Los pueblos creaban la música, las danzas, los relatos, las costumbres. Ahora todo lo hace o la industria, o el Estado. Renunciamos a los saberes y por eso tenemos que comprarlo todo. Basta que alguien sea hospitalario para que ocurra una revolución de las costumbres, basta que alguien invente lo que quiere regalar, basta que vuelva a existir el diálogo, el encontrarse porque sí, no para alguna cosa. Basta no consumir la vida que nos venden sino hacer nuestra propia vida a nuestra manera. Todos tenemos que aprender una vida más lenta, más sencilla, más capaz de disfrutar las horas, más dueña de nuestro tiempo, menos frenética, menos neurótica, menos esclava de unos sistemas autoritarios, menos costosa.
Leí este libro como una especie de defensa a la poesía, al lenguaje, ¿podría entenderse de esta forma?
Es que la poesía no es una manera de escribir sino una manera de vivir. En la que el trabajo sea placer porque hacemos algo que nos gusta, en que el camino sea tan importante como la meta, en que no solo sea importante graduarse sino de verdad aprender, en que las palabras tengan sabor, tengan sentido, tengan magia.
En varios apartados habló del valor o de la importancia de las metáforas, ¿por qué quiso exaltar el papel que cumple esta figura en la poesía y en el entendimiento del mundo?
Encontrar un nombre nuevo para todas las cosas ha sido siempre un sueño de la humanidad, no por desconfianza de los nombres que tenemos, de las palabras que tenemos, sino porque el misterio de la realidad no se agota en la versión que tenemos hoy de ella, siempre podemos descubrir algo más. La ciencia tiene ese costado poético de querer descubrir siempre algo más en la flor y en el viento y en las estrellas; pero no solo el conocimiento nos revela esas cosas nuevas, también la emoción, también la fantasía. Cuando los días se vuelven repetitivos, cuando hoy es igual a ayer, es porque hemos perdido esa capacidad de advertir que cada luna es la primera luna, que nada se repite, que estamos a punto de descubrir algo inesperado, que estamos aquí por muy breve tiempo y que eso hace al mundo más milagroso. Yo siempre recuerdo esos versos: “Si para todo hay término y hay tasa/ y última vez, y nunca más, y olvido/ ¿quién nos dirá de quién, en esta casa/ sin saberlo, nos hemos despedido?”.
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