Wilson Moreno Palacios: la literatura como grito de desahogo
El escritor colombo-francés presentó en la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá “La cenicienta de ébano”, una novela de ficción que reivindica varias de las convicciones del autor, así como algunos de sus dolores.
Andrés Osorio Guillott
Muchas pueden ser las funciones o las razones del arte, pero una de las más importantes para quien escribe esta nota es la de ser un vehículo para tramitar los dolores, los vacíos o los puntos más débiles de la condición humana. Quizá no hay medio más bello para exponer los traumas, las inquietudes o las frustraciones que el arte. Y en este caso puntual, la literatura.
“La literatura ha sido catarsis para mí. Yo publiqué mi primera novela en 2007, que se llama Una miseria feliz, que hablaba del divorcio. En momentos así muchos pueden caer en vicios, el mío fue de pronto la escritura. Eso me salvó”, dijo Wilson Moreno Palacios la tarde en la que presentó su libro en la librería Las cigarras, en Bogotá, en uno de los pocos días en los que estaría en la capital, pues iría a Medellín, Cali y Buenaventura a seguir presentando La cenicienta de ébano, su más reciente publicación.
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Muy atento a su compañía, con unos ojos que se expanden cuando habla de sus verdades y una sonrisa que se asoma de tanto en tanto cuando expone las curiosidades que han estado presentes en sus memorias y en su experiencia como escritor.
Nació en Turbo, en el Urabá antioqueño. En su colegio aprendió francés desde décimo y ese idioma sería clave para que años después, gracias a una beca en Francia, pudiera irse a estudiar y no solo escribir libros con el paso de los años, sino también su historia, que parte siempre de la tierra que no se va de él, pero que ha bebido de la cultura europea, de las conversaciones con sus amigos, de los problemas que también existen allá y que muchas veces son los mismos que acá.
Ha escrito libros como Una miseria feliz, Que tiren la primera piedra o La única calle de mi barrio. Ahora presenta La cenicienta de ébano, la historia de Venus, la primera reina afrocolombiana de la belleza. Y no, no está basada en la vida de Vanessa Mendoza, Señorita Colombia en 2001. Lo único en común, dice el autor, es el hecho de haber sido la primera mujer afro en obtener esa distinción. Por lo demás, es una novela que reivindica el aporte de los afros a la cultura e historia universal, que reivindica también la vida del mismo autor y que incluye uno de los episodios más significativos para él: la muerte de su papá.
“Quería expresar lo que sentía, después quería divertirme un rato con el lector, y en un momento también pensé que podían sufrir un poquito. Mi padre murió en 2010 y había hecho un acercamiento en el libro La única calle de mi barrio, otro en Quién me vende un kilo de felicidad y así, no había sido capaz, había escrito un par de párrafos no más. Aquí quería decir lo que no había tenido tiempo y coraje de decirlo. Aquí quería meter lo de mi padre y tocar el tema del duelo. Estoy sorprendido porque muchos lectores me hablan de esa parte. Es la parte más dolorosa. Hay una frase de René, el cantante, que me gusta mucho y que dice ‘El concierto estaba lleno, pero yo estoy vacío’. Y así me he sentido estos días”.
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Escribimos mucho pensando en nuestras ausencias. Y más que una connotación lastimera, es un hecho que deja escapar la compasión y la ternura del ser humano. O eso por lo menos me evocó el autor cuando habló de su papá, y a quien le dedicó al final de la presentación del libro este nuevo logro alcanzado en su vida. Ninguno de nosotros sabe por qué las personas hacen lo que hacen, pero cuando logramos al menos visualizar de dónde puede venir todo, esa revelación de sentido es la que genera algo de comprensión y empatía.
Por medio del diario de Venus se van encontrando pequeños desahogos que el autor confesó después que hizo en este libro, pero que en realidad ha hecho siempre. “Yo quise hacer un humilde aporte. A veces quisiera equivocarme y decir que muchas de las cosas que están en el libro son ficción, pero son reales, me dan la razón. El libro está pasando por la censura. Venus a veces ataca muy fuerte a los afros, me dice la gente. Y no. Venus defiende a los afros que hay que defender. La corrupción es incolora. No porque tú seas negro, blanco, indígena. No. Tú eres corrupto en cualquier parte del mundo”.
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Moreno Palacios también afirmó que: “Venus tiene sesenta versiones. Tengo sesenta libros en mi cabeza. Estaba leyendo esta versión de aquí de Colombia, porque en Francia hay otra. Venus surge de una necesidad, como todo. Ella nace porque entre otras cosas, muchos colegas franceses de origen africano me decían que cuando voy a escribir un libro de Colombia. Y yo decía que escribo de lo que a mí me nace. Soy negro, pero cuando escribo no tengo color de piel. Escribo y punto. Pero para una parte de mis hermanos negros o afros, me veían como un escritor diferente. Y pensaba que si algún día escribía un libro que parezca afro -aunque en todos mis libros hay algo del tema-, tenía que ser este. Quería que este libro fuera afro totalmente. Si escribo un libro, que sea real, que cuente todos los aportes de los afros, con cosas que aún hoy estoy viviendo y que no puedo soportar más porque me he quedado callado más de dos décadas. Durante mucho tiempo tenía que ver qué hacía, si un ensayo, una novela, un cuento. Y un día cualquier me dio por pensar en reinas, pero hablar de ese tema no me interesaba, pero pensé en construir un personaje de una reina dotada de una inteligencia enorme, que escribe un diario. Y lo único que tiene en común con Vanessa Mendoza, que fue la primera reina negra que hubo aquí, fue eso, que fuera la primera, ese era el único punto de partida, pero nunca he hablado con ella. Y Venus no es ella”.
Un libro que recuerda los legados de Nelson Mandela, de Benkos Biohó, Juan José Nieto Gil, Arnoldo Palacios, Manuel Zapata Olivella, entre otros. Un libro que hace parte de una obra que responde a gritos de desahogo, a inquietudes y a esperanzas de este tiempo. La historia de Venus y un manifiesto de las peleas que por siglos han dado personas como Wilson Moreno Palacios, que en la voz de su protagonista escribió lo siguiente en uno de los fragmentos de La cenicienta de ébano: “Hoy, con el paso de los años, me convenzo aún más de que a veces nos encanta hacer el papel de Cenicienta. Nosotras mismas -mujeres negras-, con nuestro plácido silencio, contribuimos a que prolifere otro tipo de violencia, de la que tanto se habla en recintos cerrados por miedo a pecar de lo políticamente correcto: la violencia estatal. Mi lindo país colombiano -o, más bien, la cabeza visible, que se da en llamar Gobierno- ha abandonado muchos territorios de personas negras, dejándonos la mayor parte de las veces sin oportunidades para pensar en un mañana mejor”.
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Muchas pueden ser las funciones o las razones del arte, pero una de las más importantes para quien escribe esta nota es la de ser un vehículo para tramitar los dolores, los vacíos o los puntos más débiles de la condición humana. Quizá no hay medio más bello para exponer los traumas, las inquietudes o las frustraciones que el arte. Y en este caso puntual, la literatura.
“La literatura ha sido catarsis para mí. Yo publiqué mi primera novela en 2007, que se llama Una miseria feliz, que hablaba del divorcio. En momentos así muchos pueden caer en vicios, el mío fue de pronto la escritura. Eso me salvó”, dijo Wilson Moreno Palacios la tarde en la que presentó su libro en la librería Las cigarras, en Bogotá, en uno de los pocos días en los que estaría en la capital, pues iría a Medellín, Cali y Buenaventura a seguir presentando La cenicienta de ébano, su más reciente publicación.
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Muy atento a su compañía, con unos ojos que se expanden cuando habla de sus verdades y una sonrisa que se asoma de tanto en tanto cuando expone las curiosidades que han estado presentes en sus memorias y en su experiencia como escritor.
Nació en Turbo, en el Urabá antioqueño. En su colegio aprendió francés desde décimo y ese idioma sería clave para que años después, gracias a una beca en Francia, pudiera irse a estudiar y no solo escribir libros con el paso de los años, sino también su historia, que parte siempre de la tierra que no se va de él, pero que ha bebido de la cultura europea, de las conversaciones con sus amigos, de los problemas que también existen allá y que muchas veces son los mismos que acá.
Ha escrito libros como Una miseria feliz, Que tiren la primera piedra o La única calle de mi barrio. Ahora presenta La cenicienta de ébano, la historia de Venus, la primera reina afrocolombiana de la belleza. Y no, no está basada en la vida de Vanessa Mendoza, Señorita Colombia en 2001. Lo único en común, dice el autor, es el hecho de haber sido la primera mujer afro en obtener esa distinción. Por lo demás, es una novela que reivindica el aporte de los afros a la cultura e historia universal, que reivindica también la vida del mismo autor y que incluye uno de los episodios más significativos para él: la muerte de su papá.
“Quería expresar lo que sentía, después quería divertirme un rato con el lector, y en un momento también pensé que podían sufrir un poquito. Mi padre murió en 2010 y había hecho un acercamiento en el libro La única calle de mi barrio, otro en Quién me vende un kilo de felicidad y así, no había sido capaz, había escrito un par de párrafos no más. Aquí quería decir lo que no había tenido tiempo y coraje de decirlo. Aquí quería meter lo de mi padre y tocar el tema del duelo. Estoy sorprendido porque muchos lectores me hablan de esa parte. Es la parte más dolorosa. Hay una frase de René, el cantante, que me gusta mucho y que dice ‘El concierto estaba lleno, pero yo estoy vacío’. Y así me he sentido estos días”.
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Escribimos mucho pensando en nuestras ausencias. Y más que una connotación lastimera, es un hecho que deja escapar la compasión y la ternura del ser humano. O eso por lo menos me evocó el autor cuando habló de su papá, y a quien le dedicó al final de la presentación del libro este nuevo logro alcanzado en su vida. Ninguno de nosotros sabe por qué las personas hacen lo que hacen, pero cuando logramos al menos visualizar de dónde puede venir todo, esa revelación de sentido es la que genera algo de comprensión y empatía.
Por medio del diario de Venus se van encontrando pequeños desahogos que el autor confesó después que hizo en este libro, pero que en realidad ha hecho siempre. “Yo quise hacer un humilde aporte. A veces quisiera equivocarme y decir que muchas de las cosas que están en el libro son ficción, pero son reales, me dan la razón. El libro está pasando por la censura. Venus a veces ataca muy fuerte a los afros, me dice la gente. Y no. Venus defiende a los afros que hay que defender. La corrupción es incolora. No porque tú seas negro, blanco, indígena. No. Tú eres corrupto en cualquier parte del mundo”.
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Moreno Palacios también afirmó que: “Venus tiene sesenta versiones. Tengo sesenta libros en mi cabeza. Estaba leyendo esta versión de aquí de Colombia, porque en Francia hay otra. Venus surge de una necesidad, como todo. Ella nace porque entre otras cosas, muchos colegas franceses de origen africano me decían que cuando voy a escribir un libro de Colombia. Y yo decía que escribo de lo que a mí me nace. Soy negro, pero cuando escribo no tengo color de piel. Escribo y punto. Pero para una parte de mis hermanos negros o afros, me veían como un escritor diferente. Y pensaba que si algún día escribía un libro que parezca afro -aunque en todos mis libros hay algo del tema-, tenía que ser este. Quería que este libro fuera afro totalmente. Si escribo un libro, que sea real, que cuente todos los aportes de los afros, con cosas que aún hoy estoy viviendo y que no puedo soportar más porque me he quedado callado más de dos décadas. Durante mucho tiempo tenía que ver qué hacía, si un ensayo, una novela, un cuento. Y un día cualquier me dio por pensar en reinas, pero hablar de ese tema no me interesaba, pero pensé en construir un personaje de una reina dotada de una inteligencia enorme, que escribe un diario. Y lo único que tiene en común con Vanessa Mendoza, que fue la primera reina negra que hubo aquí, fue eso, que fuera la primera, ese era el único punto de partida, pero nunca he hablado con ella. Y Venus no es ella”.
Un libro que recuerda los legados de Nelson Mandela, de Benkos Biohó, Juan José Nieto Gil, Arnoldo Palacios, Manuel Zapata Olivella, entre otros. Un libro que hace parte de una obra que responde a gritos de desahogo, a inquietudes y a esperanzas de este tiempo. La historia de Venus y un manifiesto de las peleas que por siglos han dado personas como Wilson Moreno Palacios, que en la voz de su protagonista escribió lo siguiente en uno de los fragmentos de La cenicienta de ébano: “Hoy, con el paso de los años, me convenzo aún más de que a veces nos encanta hacer el papel de Cenicienta. Nosotras mismas -mujeres negras-, con nuestro plácido silencio, contribuimos a que prolifere otro tipo de violencia, de la que tanto se habla en recintos cerrados por miedo a pecar de lo políticamente correcto: la violencia estatal. Mi lindo país colombiano -o, más bien, la cabeza visible, que se da en llamar Gobierno- ha abandonado muchos territorios de personas negras, dejándonos la mayor parte de las veces sin oportunidades para pensar en un mañana mejor”.
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