La traducción y el sentido de una obra literaria
Moby Dick, Sherlock Holmes, Frankenstein, Drácula, entre otros clásicos de la literatura han sido reeditados en Panamericana. La apuesta de la editorial es resaltar y visibilizar el rol de los traductores colombianos.
Andrés Osorio Guillott
Volver a los clásicos de la literatura no por hacer caso a los llamados cánones, sino por seguir perpetuando las historias que mejor han reflejado la complejidad de la condición humana. Y detrás de poder leer a los clásicos, los cuales en su mayoría no son de nuestra lengua, están los traductores, los que hacen posible que podamos conocer esas grandes obras que han representado un tiempo, una idea, unas memorias de la historia.
Aunque Panamericana ha sacado una edición de lujo sobre obras colombianas, esta vez nos compete hablar de literatura universal, del trabajo que han hecho traductores como Juan Fernando Hincapié o Santiago Ochoa, quienes no solamente desde sus conocimientos entienden el sentido de un libro, sino que andan con diccionarios y hasta con mapas en mano para verificar cualquier detalle que pueda ser externo al oficio de traducción e interpretación.
“Había dos propósitos: el primero es hacer visible al traductor colombiano. Las grandes obras que consumíamos acá todas llegaban de otras latitudes. Siempre que hacemos un libro de estos el traductor per se tiene que ser de aquí”, afirmó Fernando Rojas, gerente general de Panamericana.
La última obra de la literatura universal que se publicó fue Moby Dick, de Herman Melville. Alejandro Alba, editor del libro, contó que: “Moby Dick es una novela que se escribió en un lenguaje arcaizante, está a la mitad del siglo XIX. Traducir el sentido y no solo el significado se dificultó mucho. Además entender las intenciones del autor. Es una gran dificultad entender el sentido de la obra, en qué tono habla el narrador. El traductor tiene que ser un muy buen lector, un buen conocedor de la lengua que traduce, de la cultura y el momento histórico en el que apreció determinada obra literaria. Una buena traducción es una gran manifestación de captar bien el sentido de la obra”.
Santiago Ochoa, traductor de Moby Dick, a la pregunta sobre qué es lo más complicado de editar y traducir este tipo de obras literarias, dijo que: “La traducción de autores clásicos de la literatura trae consigo la complejidad y riqueza propia de sus obras: recursos narrativos depurados, un tratamiento del lenguaje que suele ser novedoso, un léxico tan rico como innovador, contribuciones fundamentales en términos literarios, filosóficos y de muchos otros órdenes; conceptos que permanecen reverberando en las páginas del libro y en la retina del lector. En el caso de Moby Dick, habría que destacar varios factores que aluden a la complejidad de su traducción: es un libro surcado por un lenguaje y estilo arcaizante, que bebe tanto de Shakespeare como de la versión bíblica del rey Jacobo; esto, aunado a una narrativa que prefigura –y en la que puede vislumbrarse ya–, buena parte de la literatura del siglo XX. Adicionalmente, la traducción de más de 17.000 términos náuticos, muchos de ellos inexistentes en la lengua española, y la presencia continua de la polisemia propia del inglés, llevada por Melville a extremos hasta entonces casi desconocidos”.
Por su parte, y respondiendo a la misma pregunta, Juan Fernando Hincapié, quien hizo las traducciones de Drácula, Frankenstein y Sherlock Holmes, comentó que: “Respecto de la traducción, hay ciertos obstáculos que son inherentes al trabajo, y que desde luego varían de autor a autor y de contexto a contexto. El lenguaje, no obstante, sigue siendo la principal preocupación de un traductor. Con esto me refiero al tránsito de una palabra o una expresión de un sistema lingüístico enmarcado en una época, a otro sistema lingüístico y a otra época (en mi caso, español colombiano de este siglo). Puesto que ya he hablado en otras entrevistas de Drácula y Frankenstein, me referiré en esta ocasión a algo que sucedió en la traducción de las cuatro novelas de Sherlock Holmes. Para llevar a cabo algunas de sus investigaciones, Holmes se vale de una fuerza alterna, irregular, compuesta en su totalidad de ‘street Arabs’, para quienes es más fácil averiguar ciertos datos. No me sentía cómodo usando la traducción ‘árabes’, de manera que, junto con el corrector de estos libros (Gustavo Patiño, uno de los mejores en su oficio en el país) nos pusimos a averiguar el caso más a fondo. Resulta que no se trata de una referencia a su lugar de procedencia, sino más bien a su nomadismo, y por esto optamos por ‘vagabundos’ (también habríamos podido usar ‘gamines’). Haber dejado ‘árabes’ equivaldría a que un traductor del siglo XXII, al traducir al inglés una novela colombiana de esta época, tradujera el muy colombiano “chino” por “chinese”.
A ambos traductores se les preguntó también que además de los contextos y de los autores mismos, ¿qué rasgos diferencian a todas estas obras en cuanto al proceso de traducción y edición? ¿Cómo distanciarse de otras ediciones que ya se han realizado sobre estos libros? Hincapié afirmó que: “Ninguna traducción es final; las traducciones son apenas versiones de una obra. A mi modo de ver, es importante traducir los clásicos cada cierto número de años, porque los idiomas van cambiando. Son cambios muy lentos, y son apenas perceptibles, pero nunca se detienen. En este sentido, que una editorial como Panamericana haya apostado por un traductor colombiano, con un bagaje idiomático y un inventario léxico determinados por su lugar de nacimiento, su crianza y su formación (que, desde luego, tiene puntos afines con traductores de otras latitudes y otras generaciones, pero conserva algo que es único de su lugar de nacimiento, su crianza y su formación), es algo muy positivo”.
Lo invitamos a leer Historia de la literatura: “El conde Lucanor”
Mientras que Ochoa aseguró que: “Cotejé mi traducción de Moby Dick con catorce versiones en español, una en italiano, y otra en portugués. Creo distanciarme de otras traducciones al hacer uso de un español latinoamericano y tan neutro como me fue posible, al escuchar los ecos estrictamente personales que tiene para mí la obra de Melville, no solo en cuanto traductor, sino, y ante todo, en cuanto lector. Mi traducción se aparte de todas aquellas que conozco en un rasgo fundamental: es la primera en que Ismael, narrador del Moby Dick, se dirige, no a una multitud de lectores, sino a uno solo. El tratamiento en singular señala a un narrador que no dispensa a los lectores desde una posición de poder. Muy al contrario: denota y prefigura a un ser marginal, disidente, desertor, apátrida, errante, a un outsider que es, sin duda alguna, el hermano mayor, o quizá el padre, de personajes tan célebres como Gregorio Samsa, Mersault o Godot; en otras palabras, de la literatura del siglo XX. Hay también una diferencia notable en la traducción de la primera frase del libro, acaso la más célebre de la literatura: ‘Call me Ishmael’, que en nuestro idioma se ha traducido indefectiblemente como ‘Pueden ustedes llamarme Ismael’, y que yo traduzco como, ‘Dime Ismael’. El lector podrá inferir desde esta primera línea una otredad y un desplazamiento no solo en la forma, sino también en el contenido de mi traducción de Moby Dick”.
Volver a los clásicos de la literatura no por hacer caso a los llamados cánones, sino por seguir perpetuando las historias que mejor han reflejado la complejidad de la condición humana. Y detrás de poder leer a los clásicos, los cuales en su mayoría no son de nuestra lengua, están los traductores, los que hacen posible que podamos conocer esas grandes obras que han representado un tiempo, una idea, unas memorias de la historia.
Aunque Panamericana ha sacado una edición de lujo sobre obras colombianas, esta vez nos compete hablar de literatura universal, del trabajo que han hecho traductores como Juan Fernando Hincapié o Santiago Ochoa, quienes no solamente desde sus conocimientos entienden el sentido de un libro, sino que andan con diccionarios y hasta con mapas en mano para verificar cualquier detalle que pueda ser externo al oficio de traducción e interpretación.
“Había dos propósitos: el primero es hacer visible al traductor colombiano. Las grandes obras que consumíamos acá todas llegaban de otras latitudes. Siempre que hacemos un libro de estos el traductor per se tiene que ser de aquí”, afirmó Fernando Rojas, gerente general de Panamericana.
La última obra de la literatura universal que se publicó fue Moby Dick, de Herman Melville. Alejandro Alba, editor del libro, contó que: “Moby Dick es una novela que se escribió en un lenguaje arcaizante, está a la mitad del siglo XIX. Traducir el sentido y no solo el significado se dificultó mucho. Además entender las intenciones del autor. Es una gran dificultad entender el sentido de la obra, en qué tono habla el narrador. El traductor tiene que ser un muy buen lector, un buen conocedor de la lengua que traduce, de la cultura y el momento histórico en el que apreció determinada obra literaria. Una buena traducción es una gran manifestación de captar bien el sentido de la obra”.
Santiago Ochoa, traductor de Moby Dick, a la pregunta sobre qué es lo más complicado de editar y traducir este tipo de obras literarias, dijo que: “La traducción de autores clásicos de la literatura trae consigo la complejidad y riqueza propia de sus obras: recursos narrativos depurados, un tratamiento del lenguaje que suele ser novedoso, un léxico tan rico como innovador, contribuciones fundamentales en términos literarios, filosóficos y de muchos otros órdenes; conceptos que permanecen reverberando en las páginas del libro y en la retina del lector. En el caso de Moby Dick, habría que destacar varios factores que aluden a la complejidad de su traducción: es un libro surcado por un lenguaje y estilo arcaizante, que bebe tanto de Shakespeare como de la versión bíblica del rey Jacobo; esto, aunado a una narrativa que prefigura –y en la que puede vislumbrarse ya–, buena parte de la literatura del siglo XX. Adicionalmente, la traducción de más de 17.000 términos náuticos, muchos de ellos inexistentes en la lengua española, y la presencia continua de la polisemia propia del inglés, llevada por Melville a extremos hasta entonces casi desconocidos”.
Por su parte, y respondiendo a la misma pregunta, Juan Fernando Hincapié, quien hizo las traducciones de Drácula, Frankenstein y Sherlock Holmes, comentó que: “Respecto de la traducción, hay ciertos obstáculos que son inherentes al trabajo, y que desde luego varían de autor a autor y de contexto a contexto. El lenguaje, no obstante, sigue siendo la principal preocupación de un traductor. Con esto me refiero al tránsito de una palabra o una expresión de un sistema lingüístico enmarcado en una época, a otro sistema lingüístico y a otra época (en mi caso, español colombiano de este siglo). Puesto que ya he hablado en otras entrevistas de Drácula y Frankenstein, me referiré en esta ocasión a algo que sucedió en la traducción de las cuatro novelas de Sherlock Holmes. Para llevar a cabo algunas de sus investigaciones, Holmes se vale de una fuerza alterna, irregular, compuesta en su totalidad de ‘street Arabs’, para quienes es más fácil averiguar ciertos datos. No me sentía cómodo usando la traducción ‘árabes’, de manera que, junto con el corrector de estos libros (Gustavo Patiño, uno de los mejores en su oficio en el país) nos pusimos a averiguar el caso más a fondo. Resulta que no se trata de una referencia a su lugar de procedencia, sino más bien a su nomadismo, y por esto optamos por ‘vagabundos’ (también habríamos podido usar ‘gamines’). Haber dejado ‘árabes’ equivaldría a que un traductor del siglo XXII, al traducir al inglés una novela colombiana de esta época, tradujera el muy colombiano “chino” por “chinese”.
A ambos traductores se les preguntó también que además de los contextos y de los autores mismos, ¿qué rasgos diferencian a todas estas obras en cuanto al proceso de traducción y edición? ¿Cómo distanciarse de otras ediciones que ya se han realizado sobre estos libros? Hincapié afirmó que: “Ninguna traducción es final; las traducciones son apenas versiones de una obra. A mi modo de ver, es importante traducir los clásicos cada cierto número de años, porque los idiomas van cambiando. Son cambios muy lentos, y son apenas perceptibles, pero nunca se detienen. En este sentido, que una editorial como Panamericana haya apostado por un traductor colombiano, con un bagaje idiomático y un inventario léxico determinados por su lugar de nacimiento, su crianza y su formación (que, desde luego, tiene puntos afines con traductores de otras latitudes y otras generaciones, pero conserva algo que es único de su lugar de nacimiento, su crianza y su formación), es algo muy positivo”.
Lo invitamos a leer Historia de la literatura: “El conde Lucanor”
Mientras que Ochoa aseguró que: “Cotejé mi traducción de Moby Dick con catorce versiones en español, una en italiano, y otra en portugués. Creo distanciarme de otras traducciones al hacer uso de un español latinoamericano y tan neutro como me fue posible, al escuchar los ecos estrictamente personales que tiene para mí la obra de Melville, no solo en cuanto traductor, sino, y ante todo, en cuanto lector. Mi traducción se aparte de todas aquellas que conozco en un rasgo fundamental: es la primera en que Ismael, narrador del Moby Dick, se dirige, no a una multitud de lectores, sino a uno solo. El tratamiento en singular señala a un narrador que no dispensa a los lectores desde una posición de poder. Muy al contrario: denota y prefigura a un ser marginal, disidente, desertor, apátrida, errante, a un outsider que es, sin duda alguna, el hermano mayor, o quizá el padre, de personajes tan célebres como Gregorio Samsa, Mersault o Godot; en otras palabras, de la literatura del siglo XX. Hay también una diferencia notable en la traducción de la primera frase del libro, acaso la más célebre de la literatura: ‘Call me Ishmael’, que en nuestro idioma se ha traducido indefectiblemente como ‘Pueden ustedes llamarme Ismael’, y que yo traduzco como, ‘Dime Ismael’. El lector podrá inferir desde esta primera línea una otredad y un desplazamiento no solo en la forma, sino también en el contenido de mi traducción de Moby Dick”.