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Franz Kafka era un fiel devoto de la tristeza. “¿Has conocido alguna vez la incertidumbre? ¿Has visto cómo se abrían aquí y allá para ti solamente, descontando a los demás, diversas posibilidades, y que con ellas surgía una verdadera prohibición de efectuar todo movimiento? ¿Has desesperado alguna vez de ti misma, simplemente desesperado, sin que entrase en tu mente, ni del modo más fugaz, pensar en el otro? ¿Desesperado hasta el extremo de tirarte al suelo y permanecer así más allá de todos los Juicios Universales?”, escribió para Felice Bauer, a quién profesó su amor.
Se encontró atrapado en el recuerdo y la pasión por la irrecuperable infancia, por no poder estar con su ser amado. Lo apresó una fuerte fascinación ante la idea de la muerte. La muerte aparece en su obra como interlocutora de sus personajes. Es en esa jaula en donde se alojó y donde florecieron sus historias.
Así nació La metamorfosis. Entre la primera guerra europea, la invasión de Bélgica, las derrotas y las victorias, el bloqueo de los imperios centrales por la flota británica, los años de hambre, la Revolución rusa, que fue al principio una generosa esperanza, el tratado de Brest-Litovsk y el tratado de Versalles, que engendraría la Segunda Guerra. Nació en ese mundo y también en el conflicto con el padre, la soledad, los estudios jurídicos, los horarios de una oficina, la profusión de manuscritos, la tuberculosis. También, las vastas aventuras barrocas de la literatura: el expresionismo alemán, las hazañas verbales de Johannes Becher, de W.B. Yeats y de James Joyce.
Gregorio Samsa fue el protagonista de una sórdida pesadilla. Desde la ventana de su habitación se veía un desierto, en el que se fundían indistintamente el cielo y la tierra igualmente grises. Siempre fue un insecto. Un bicho raro entre la generalidad de la especie humana.
El protagonista de la obra de Kafka cumple cien años. Cien años de uno de los libros más emblemáticos del siglo pasado.
Samsa era una criatura herida, castigada. Igual que Kafka, abominaba la autoridad. Quería morir, intentó morir muchas veces, pero volvía a la vida como un camino en otoño: tan pronto como se barre, vuelve a cubrirse de hojas secas.
La primera línea de la obra es la más recordada, la que pareció ser la idea más extraña y, al mismo tiempo, llamativa . Sin embargo, para Kafka nunca fue extraño combinar lo humano y lo animal. “El animal nos resulta más próximo que el hombre. Ahí están las rejas. El parentesco con el animal resulta más fácil que con los seres humanos”.
El sueño intranquilo de Gregorio Samsa fue su inquietud ante la vida que le tocó. Se convirtió en un ser indeseado, pero prefirió esa situación a seguir con su vida indeseada.
La tristeza de la obra se resume en pequeños diálogos. Conversaciones normales que relatan el cansancio del día a día. La intranquilidad de despertar siendo lo que nadie quiere que uno sea. Como siempre: el miedo por salirse de lo normal —como si hubiese algo normal—.
Samsa poseía algo que quizá le faltaba a Kafka: esperanza. Siempre estaba haciendo planes para buscar otro trabajo, pensando en un futuro mejor. Pero esa esperanza al no producir nada distinto a frustración exacerbaba el dolor interior. Quedaba, entonces, la sensación de que, a pesar de la lucha, el amor y el esfuerzo, la tristeza era el único sentimiento. Y lo era.
Ambos se aislaron. Quizás convivieron en el mismo laberinto de caminos misteriosos en los que los pasos se hicieron austeros y toda la vida terminó sin encontrar una salida.
El festival de cortos en Bogotá
Del 9 al 15 de diciembre se realizará en la ciudad el festival de cortos, Bogoshorts. Este año, entre sus actividades programadas está un homenaje a la obra del checo Franz Kafka con una selección de cortometrajes que muestran una adaptación de la obra a este formato. De igual modo, se presentarán cortometrajes que constituyen aproximaciones al autor, su vida y su obra.