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Durante la inauguración de los Juegos Olímpicos 2024, en París, una escena acaparó las miradas y opiniones del mundo. El momento del evento en el que un grupo de personas figuraban detrás de una larga mesa, con un hombre azul en frente de ella, como en un festín, se hizo viral en los días posteriores a la ceremonia inaugural, pues fue interpretada como una alusión o burla a la iconografía católica de la última cena. En particular, la escena fue asociada con la obra del artista italiano Leonardo da Vinci que lleva el mismo nombre, aunque Thomas Jolly, el director artístico de la ceremonia, aseguró que no se traba de una burla al ritual católico, sino que se inspiraron en los míticos festines de los dioses del Olimpo en la antigua Grecia.
La polémica no cesa en torno a la escena de la ceremonia de inauguración de los Juegos de París, que incluyó a drag queens y fue denunciada por el presidente turco Recep Tayyip Erdogan como un ataque al cristianismo y calificada de “vergonzosa” por el expresidente estadounidense Donald Trump.
Aunque los elogios han sido unánimes sobre las imágenes de la ciudad de las luces, mucho menos entusiasmo causaron determinados cuadros escénicos. “Llamaré al papa tan pronto como sea posible para compartir con él la inmoralidad cometida contra el mundo cristiano y contra todos los cristianos. Los Juegos Olímpicos se usaron como una herramienta de perversión que corrompe la naturaleza humana”, indicó Erdogan en una reunión de su partido islamoconservador.
“La última cena” y Da Vinci, en el ojo del huracán
El fresco del italiano, que causó revuelo, se encuentra en el convento de Santa Maria delle Grazie en Milán, Italia, y fue creado entre 1495 y 1498. La obra, que fue realizada entre una mezcla de temple y óleo sobre yeso seco, ha sido estudiada durante siglos. La escena representa el momento en el que Jesús anunció que uno de sus apóstoles lo traicionaría y muestra las reacciones de cada uno de ellos. La perspectiva y la composición dinámica de la obra han sido destacadas en la historia del arte.
“También pintó en Milán para los frailes de S. Domenic, en Santa María delle Grazie, una Última Cena, algo bellísimo y maravilloso. Dio a las cabezas de los apóstoles gran majestad y belleza, pero dejó imperfecta la de Cristo, no creyendo posible dar aquella divinidad celestial que se requiere para la representación de Cristo. […]”, así describió Giorgio Vasari la pintura de Da Vinci en su texto “Las vidas de los artistas”. “Leonardo imaginó y logró expresar el deseo que había entrado en la mente de los apóstoles de saber quién traicionaba a su Maestro. Así, en el rostro de cada uno se ve amor, miedo, indignación o dolor por no poder comprender el significado de Cristo; y esto no provoca menos asombro que el odio obstinado y la traición que se ven en Judas”, continuó.
Mientras que la escena muestra un momento específico de la Biblia, en la escena se están desarrollando múltiples pasajes. Mientras que Jesús anuncia la traición de uno de sus acompañantes, al mismo tiempo el apóstol Felipe le pregunta “¿seré yo, maestro?”, y, a su vez, Cristo está bendiciendo los alimenos de esa cena, mientras se muestra que él y Judas están intentando alcanzar el mismo plato.
La obra de Da Vinci en el convento no ha sido fácil de conservar, pues debido a la técnica utilizada por el artista, la pintura comenzó a deteriorarse poco después. Este fresco ha sido sometido a varias restauraciones a lo largo del tiempo, la primera fue en 1726, y durante la Segunda Guerra Mundial estuvo expuesto durante un tiempo a los elementos, lo que causó otro tipo de daños.
“En agosto de 1943, los aliados lanzaron una campaña de bombardeos masivos sobre Milán y sus afueras. Las explosiones y los incendios consiguientes mataron a más de 700 personas y destruyeron muchos de los edificios y monumentos más importantes de la ciudad, incluida una parte importante de Santa Maria delle Grazie. Milagrosamente, la pared con el cuadro sobrevivió, probablemente porque había sido apuntalada con sacos de arena y colchones, pero el techo del refectorio fue volado y las otras paredes quedaron diezmadas. Durante varios meses, la Última Cena permaneció expuesta a la intemperie, cubierta únicamente con una lona, hasta que se reconstruyó el refectorio (el comedor del monasterio donde se pintó la Última Cena) y un equipo de restauradores comenzó a trabajar para preservar y restaurar la cuadro”, escribieron Steven Zucker y Beth Harris en el portal Smart History.
Desde 1980, la Unesco denominó a “La última cena” y el monasterio que la alberga como Patrimonio Mundial de la Humanidad por “su influencia considerable, no sólo en el desarrollo de un tema iconográfico sino también en el destino de la pintura” y finalmente: “no es exagerado decir que esta pintura abrió una nueva era en la historia del arte”.