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                                                                                                                                La ventana (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Después de la sentencia, un juez concedió a Tulio el beneficio de casa por cárcel. En la habitación donde ahora permanece hay una ventana amplia. Da al costado rural del pueblo y Tulio puede ver la sinuosidad de los potreros, el verde frondoso en todas direcciones y la caligrafía lenta de los guaduales.

                                                                                                                                Jose Hoyos

                                                                                                                                Imagen de referencia.
                                                                                                                                Foto: Pixabay
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Le sugerimos leer: Literatura marginal en Colombia

                                                                                                                                La habitación también dispone de otra ventana, algo más pequeña. Da al barrio y se ve la espalda de las casas de la cuadra, también con ventanas traseras. Abarca un panorama extensísimo, más allá del río. En el día, la enorme ciudad que se ve a lo lejos parece una sombra blanca y difusa, y de noche es un compendio fulgurante de luces hormigueando. Esas luces lejanas hacen que Tulio quiera estar en la ciudad. Encuentra que un fruto muy cosechado en el campo es el deseo intenso de ver la ciudad. Considera que para un campesino verdadero el campo es una realidad: es la ciudad lo que le parece fantástico; la vida agraria se le antoja por momentos vulgar y monótona, en cambio, la metrópoli rebosa de vértigo, perverso, pero vértigo al fin: la promesa que separa al provinciano del citadino. Ese campesino hipotético, piensa Tulio, viene a detectar las grietas de esa convicción a medida que se acerca a la ciudad, cuando la excitación de lo exótico es desplazada por la amenaza de lo peligroso. Entonces vuelve al campo, y contribuye a mantener un orden: que el entorno natural y pedestre conserve su esencia aun con él adentro, a diferencia de la ciudad, cuya condición fundamental es que sea solo anhelada, admirada exclusivamente a lo lejos. La ciudad deja así de tener el rango de un obstáculo y pasa a tener la dignidad de una ficción: la misma forma en que Tulio asume su reclusión.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Podría interesarle leer: Proteger las lenguas para preservar lo que somos como humanidad

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                                                                                                                                Una buena mañana lo visitó su amigo Juano y conversaron todo lo que pueda conversarse. Juano es un conversador de esos que cuentan con dos orquestas: una que toca música ligera para el baile, y otra que interpreta a Mozart a lo lejos. Hablaron, entre otras cosas, del bostezo entendido como un aullido silencioso. Y de la fragilidad de esas felicidades que se basan demasiado en la verdad. Juano elogió el panorama y dijo que a pesar de que los potreros parezcan la versión platónica de un potrero, él siempre ha estado en contra de la naturaleza y nunca se ha subido a una montaña. Tulio evitó mostrarle el telescopio porque los lentes para ver a lo lejos seguramente le habrían parecido un engaño de espejos. Después, al estar de nuevo solo, emplazó el telescopio hacia la montaña y volvió a ver la vida de trastienda de esas cinco casas anónimas. De tan pocas cosas que les pasan, esas personas ni siquiera se ven. Los sembrados y jardines se mantienen rozagantes como por sí solos, nunca se ve la mano que los trabaja. Es el silencio lo que convierte la tierra en girasoles. Cuando rastrea esos parajes comprende que el jardinero auténtico no cultiva plantas ni flores, sino la tierra que hay debajo de ellas.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: La literatura del “Nunca más”: voces y narrativas de la dictadura militar argentina

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                                                                                                                                La ventana barrial se le hace más eficiente por discreta. Poca gente advierte que está siendo observada y continúa con sus ritos domésticos. Suceden ficciones que no saben, ni ellas, ni sus protagonistas, si son leídas por alguien. Rumbo al potrero, pasa dos veces al día un muchacho con su perro. El muchacho es apurado y ansioso. Camina como quien siempre vive en el minuto que está por llegar, y cuando llega ese minuto ya está viviendo en el siguiente. Entran al potrero y el perro se despliega y salta y corre mientras el muchacho se sienta bajo el árbol frondoso a pensar en Dios sabe qué. Mira con mucha generosidad. Mira como si las cosas tuvieran un sentido. El reposo que ahí encuentra es el mismo que Tulio encuentra al mirarlo. A veces el perro se cansa y quiere irse, pero el muchacho no. Es el perro el que saca a pasear al muchacho. Tulio sabe que si el muchacho se supiera observado, dejaría de ser y empezaría a representar. Algo parecido sucede con la realidad: en cuanto se pone en palabras pasa a ser ficción.

                                                                                                                                Tulio se pregunta qué será eso que perturba la vida del muchacho y lo hace vivir como a la espera de un suceso inminente. Excepto cuando llega a la pausa del potrero. Los detenimientos son el drenaje de las miserias existenciales. Soltar el lastre de las inminencias y las reclusiones siempre es más fácil cuando se cuenta al menos con una ventana.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

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                                                                                                                                Foto: Pixabay
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Le sugerimos leer: Literatura marginal en Colombia

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Podría interesarle leer: Proteger las lenguas para preservar lo que somos como humanidad

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                                                                                                                                Una buena mañana lo visitó su amigo Juano y conversaron todo lo que pueda conversarse. Juano es un conversador de esos que cuentan con dos orquestas: una que toca música ligera para el baile, y otra que interpreta a Mozart a lo lejos. Hablaron, entre otras cosas, del bostezo entendido como un aullido silencioso. Y de la fragilidad de esas felicidades que se basan demasiado en la verdad. Juano elogió el panorama y dijo que a pesar de que los potreros parezcan la versión platónica de un potrero, él siempre ha estado en contra de la naturaleza y nunca se ha subido a una montaña. Tulio evitó mostrarle el telescopio porque los lentes para ver a lo lejos seguramente le habrían parecido un engaño de espejos. Después, al estar de nuevo solo, emplazó el telescopio hacia la montaña y volvió a ver la vida de trastienda de esas cinco casas anónimas. De tan pocas cosas que les pasan, esas personas ni siquiera se ven. Los sembrados y jardines se mantienen rozagantes como por sí solos, nunca se ve la mano que los trabaja. Es el silencio lo que convierte la tierra en girasoles. Cuando rastrea esos parajes comprende que el jardinero auténtico no cultiva plantas ni flores, sino la tierra que hay debajo de ellas.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: La literatura del “Nunca más”: voces y narrativas de la dictadura militar argentina

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                                                                                                                                No ad for you

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