La vida antes y después de Sartre

Juan Parra y Laura Alvarado han hecho una pequeña oficina en la Biblioteca Pública Municipal de El Cocuy (Boyacá), que recientemente ganó el Premio Nacional de Bibliotecas Públicas Daniel Samper Ortega 2022. Desde allí pretenden llevar la filosofía a la sociedad y, en especial, darles a los niños del pueblo herramientas desde las letras.

Daniela Cristancho
27 de diciembre de 2022 - 12:00 p. m.
Juan Parra, de Bucaramanga, y Laura Alvarado, de El Cocuy, estudiaron filosofía en la Universidad Industrial de Santander.
Juan Parra, de Bucaramanga, y Laura Alvarado, de El Cocuy, estudiaron filosofía en la Universidad Industrial de Santander.

¿Cómo nació su relación con la biblioteca?

Laura Alvarado: Soy de El Cocuy, y aquí en el pueblo regularmente los niños entran, cogen un libro y se van, como si estuvieran en una tienda gratis. Así lo hice yo. No empecé a ir a la biblioteca con ese ideal noble de “me encantan los libros”. Aquí solo hay colegios públicos y el único privado es uno pequeño que creó la iglesia luterana. En ese colegio, en un recreo, una niña me dijo: “Ya no puedo jugar más con usted. Me tengo que ir porque yo sí tengo que estudiar y ganarme la beca para seguir en este colegio”. Le pregunté qué era una beca y ella me señaló: “Algo que les dan a los más inteligentes, pero a usted nunca se la van a dar”. Tenía siete años, me fui a la casa y les pregunté a mis papás cómo hacía para ser la más inteligente para ganarme muchas becas. Ellos me contestaron que tenía que leer mucho. Y así decidí que me iba a dedicar a leer todos los libros de la biblioteca. Fue más ese afán y competencia que sienten los niños cuando se proponen algo. Tenía una bitácora en la que registraba qué tanto tenía que avanzar. Quería cumplir una meta de llegar a leer los libros de adultos, que eran los que no tenían imágenes. Me decía: “El día que llegue allá voy a ser una adulta”, y leía hasta caminando con tal de cumplirla. Después me di cuenta de que me gustaba leer y estudié filosofía en la Universidad Industrial de Santander (UIS), donde conocí a Juan, que es de Bucaramanga.

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¿Cómo fue el regreso a la biblioteca?

L A.: Nosotros fuimos parte de los grupos de investigación de la universidad, creamos varios semilleros y trabajamos muy de cerca con los profesores. Sabíamos que queríamos hacer algo muy serio con la filosofía, llegar lejísimos. No queríamos caer en hacer un buen libro o un buen análisis de algún autor, que a veces reducen la filosofía a eso. Queríamos también empezar a llevar la filosofía a la sociedad, que tuviera injerencia social, y hasta cierto punto eso no lo permitía la academia. Entonces el año pasado le dije a Juan que viniéramos a la biblioteca y empezáramos a hacer nuestro proyecto cultural y filosófico aquí. Nos presentamos a convocatorias del ministerio de Cultura y comenzamos por hacer talleres de escritura, y con la creación de una editorial independiente, Espeletia Ediciones, de literatura y de la memoria viva del pueblo.

¿De dónde viene ese compromiso con la filosofía?

Juan Parra: Nosotros siempre decimos que nuestra vida no es antes y después de Cristo, sino antes y después de Sartre. Tomamos al tiempo el curso sobre él. Para mí, Jean Paul Sartre es mi pastor y nada me faltará. En segundo semestre, yo me quería salir de la carrera de filosofía, decía que no era lo mío, las clases me parecían aburridas. Una profesora me hizo una invitación: “No te retires. Voy a dictar un seminario de existencialismo el próximo semestre, matricúlalo”. De Sartre había escuchado que había rechazado el Nobel y sabía que había escrito La náusea y ya. Empezamos ese seminario de existencialismo, que es usted con el mundo. Estábamos leyendo a Sartre en 2018, con el contexto de las elecciones y todo el tema de los paros. Leímos que cada uno tiene que ser responsable de sus actos, porque esa es la libertad, porque el hombre está condenado a ser libre. Era un seminario muy fuerte, porque era ese momento de crisis, y es en el momento de crisis donde nace la filosofía. Ahí decidí que quería ser filósofo.

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L. A.: A partir de él concluimos que nos íbamos a comprometer con la filosofía y con la filosofía en el mundo y con el mundo mismo a través de la filosofía. Nos hizo tomar conciencia de todas nuestras acciones.

¿Cómo han reaccionado los niños a este tipo de proyectos?

J. P.: Los niños son los más encantados con todo lo que hacemos nosotros, porque El Cocuy está muy alejado, es el último pueblo de toda esta carretera, entonces no llega mucho. Los turistas vienen, pero no se quedan mucho tiempo. Los talleres de escritura mostraron que los niños quieren fantasear, conocer, experimentar. Por eso para nosotros la filosofía era lo mejor, que ellos pudieran comenzar con lecturas que los acercaran a la filosofía, porque a fin de cuentas ese amor por el saber, que significa filosofía, hace que usted se conozca a sí mismo. Nuestros talleres de escritura empiezan con algo muy importante que son los diarios personales, porque es fundamental que usted escriba sobre usted, su vida, y cómo va a darle sentido a lo que hace en el día a día. Con eso al final hacen un cuento, una reseña o un monólogo. Para nosotros ese proceso desde la editorial nos demostró que debemos abrir horizonte acá, porque nosotros teníamos pensado irnos a hacer una maestría. Pero a la semana de que termináramos el proceso con el Ministerio llegaron los niños a decirnos: “Profe, escribí este cuento”. Por eso decidimos quedarnos, pintamos la biblioteca, revisamos los libros, los reacomodamos y seguimos aprovechando este espacio.

¿Ya habían trabajado juntos en otros proyectos?

J.P.: Sí, en la UIS hay unos salones que se tomaron los estudiantes y los manejan ellos. El de filosofía era el centro de estudios más folclórico, era un lugar de fiestas. Nosotros empezamos a utilizar el espacio porque nos gustaba y estaba bien dotado para estudiar, pero fuimos haciendo pequeños cambios de modales, por ejemplo, pedirle a la gente que fumara en la ventana y eso luego fue una bola de nieve. Empezamos a reunir estudiantes que querían también dictar algo y así tuvimos clases de idiomas, de guitarra, de poesía. Entonces fue cambiando de un espacio de fiesta a realmente un sitio donde se puede dialogar y, sobre todo, estudiar. Luego lo constituimos una especie de asociación, la Asociación de centro de estudios de filosofía (ACEF). Empezamos a hacer el cinema y empezamos a meterle mucha cultura, filosofía, música, cine, literatura, incluso los deportes y así se fue formando un espacio muy multicultural. Además, conseguimos, por ejemplo, que el centro de estudios estuviera abierto las 24 horas durante todo el semestre. Veíamos a algunos estudiantes hasta los domingos y eso era muy importante porque muchas de las personas que entran a ese programa de filosofía tienen problemas en la casa. Entonces nosotros aprovechamos ese momento para poder tener realmente un espacio seguro para nosotros.

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Daniela Cristancho

Por Daniela Cristancho

Periodista y politóloga de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en resolución de conflictos e investigación para la paz.@danielacsidcristancho@elespectador.com

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