Publicidad

“La vida política entra en nuestras vidas privadas para mal”:
Juan Gabriel Vásquez

Entrevista con el escritor Juan Gabriel Vásquez sobre su nueva novela “Los nombres de Feliza” (sello editorial Alfaguara), que recrea la vida y obra de la exiliada y fallecida escultora Feliza Bursztyn, al tiempo que le da una mirada a la historia política colombiana desde Rojas Pinilla hasta Turbay Ayala.


Nelson Fredy  Padilla
07 de diciembre de 2024 - 10:00 p. m.
Juan Gabriel Vásquez tiene 51 años de edad y ha publicado nueve novelas que han recibido importantes premios internacionales.
Juan Gabriel Vásquez tiene 51 años de edad y ha publicado nueve novelas que han recibido importantes premios internacionales.
Foto: Cortesía de Penguin Random House-Laura Morales
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Feliza Bursztyn murió el 8 de enero de 1982 en un restaurante en París cuando iba a cenar con amigos, incluido Gabriel García Márquez, quien en una columna de opinión dijo que ella murió de tristeza. ¿Desde cuándo ese episodio quedó sembrado en usted hasta convertirlo ahora en la novela “Los nombres de Feliza”?

Esto comenzó en 1996. Yo estaba pasando unos años con el pretexto de unos estudios en París (en La Sorbona), pero tratando de aprender a escribir novelas, que era lo único que me interesaba y en un momento especialmente difícil que tuve por un problema de salud. Empecé a dar vueltas por París con un libro en la mano que me distraía de los trayectos entre médicos y en el metro. Era una recopilación de las columnas de García Márquez y había una que me llamó la atención por encima de las otras, que hablaba de una mujer que yo nunca había oído mencionar: la escultora Feliza Bursztyn. A mí me surgieron muchas preguntas: ¿por qué García Márquez la conocía tan bien? ¿Por qué ella estaba en París? ¿Quién era Feliza? ¿Por qué decía que murió de tristeza? Eso se quedó en mi memoria. Fueron pasando los años. Yo escribí otros libros, pero desde hace 27 años iba averiguando quién era esta mujer hasta descubrir cómo se podía explorar su vida fascinante mediante la novela, que es lo que yo he tratado de hacer en los últimos años: investigar las vidas reales de gente real a través de la ficción. (Lea la historia detrás de la novela póstuma de García Márquez, “En agosto nos vemos”).

¿Cómo era ella?, para acercarnos al personaje y entender su trascendencia.

Feliza fue una mujer de muchas contradicciones. Una mujer de familia más o menos conservadora, hija de una pareja de emigrados judíos polacos que llegaron a Colombia en los años 30, pero extraordinariamente libre, que siempre luchó por quitarse de encima todas las limitaciones que le caían, como mujer artista que quería ser abriéndose un espacio en la vida artística colombiana. Se educó en París como artista y cuando descubrió que en Colombia no había fundición ni montañas para sacar el mármol, decidió trabajar con lo que sí tenía a mano y montó toda una obra alrededor de la recuperación de la chatarra, incluidos vehículos que se estrellaban en accidentes de tráfico que ella convertía en obras de arte. Se rebeló contra los patrones artísticos que imperaban en su momento.

Hay una escultura de ella en la calle 100 con carrera 7.ª, norte de Bogotá, un homenaje de ella a Gandhi.

Sí. Es una escultura que ha estado ahí desde los años 70.

Para acercarse a esta historia hay que saber que Felicia era una exiliada, pues el gobierno de Julio César Turbay Ayala la persiguió por sus ideales de izquierda. ¿La tristeza de la que hablamos incluyó la exploración del alma del exilio a través de ella?

Sí, así es. Toda la novela discute desde ciertos puntos de vista la situación de los que tienen que salir obligadamente de su país. La historia de Feliza comienza con el exilio de sus padres y termina con el suyo en tiempos del Estatuto de Seguridad; esa ley tan represiva y oscura que se promulgó durante el gobierno de Turbay. Más de un colombiano tuvo que salir al exilio para continuar con la vida en otro lugar y proteger su vida.

García Márquez tuvo que huir hacia México casi al mismo tiempo.

Un poco antes. De hecho, la parte de la relación de complicidad y cariño que tuvo García Márquez con Feliza se debió a verse reflejado en ella y tratar de protegerla de diversas maneras.

Usted me está respondiendo desde París y su libro lo lleva a uno de paseo por esa ciudad. Me recordó la novela “Dora Bruder”, del Premio Nobel de Literatura francés Patrick Modiano, la historia fragmentaria de una niña que desaparece en esas calles en la época de la Segunda Guerra Mundial y el escritor las recorre en busca de pistas para entender quién era y cómo era su vida. Algo similar es lo que usted hizo, con la autoridad de alguien que ha vivido allí y con la ayuda de Pablo Leyva, el esposo de Eliza. ¿Cierto?

Sí, tengo una relación muy fuerte con la ciudad, que no siempre es fácil. Es una ciudad que puede ser difícil. En los años 90 viví aquí momentos complicados, pero ya forma parte de mi mitología literaria. Aquí se escribieron muchos libros que para mí son importantes, que me han importado personalmente, no solo los libros del boom latinoamericano, sino el Ulises de Joyce. El hecho de que Feliza hubiera aprendido su oficio aquí en los años 50 y regresado aquí en el 81 para para vivir sus últimos días, aunque no lo supiera, se convirtió para mí en una manera de estructurar mi relación con ella y mi escritura del libro, que se convirtió en una especie de reconstrucción de sus itinerarios. Recorrer esta ciudad forma parte de mi vida y también recorrer el París de ella fue un ejercicio muy emocionante y no siempre alegre, porque fueron días difíciles para ella.

También están entre líneas otras obras literarias de origen parisino como “El coronel no tiene quien le escriba” y “En busca del tiempo perdido”, donde se retrata el París de Proust. ¿Cómo operan esas influencias a la hora de escribir?

Se sienten esas presencias que, claro, son muy incómodas porque son grandes novelas que pesan mucho cuando lo están mirando a uno por encima del hombro, más en el caso del novelón de Proust de 3.000 páginas que a mí siempre me acompaña y que uno no termina nunca de leer. Estuvo aquí presente, entre otras cosas por esta reflexión: en el primer tomo está hablando de cómo escribir sobre personajes reales y es muy difícil porque los personajes reales nunca logramos realmente verlos por dentro. En cambio, a un personaje de ficción sí lo podemos entender con el alma, dice Proust. Yo leía eso y me preguntaba cómo hago para que los lectores y yo mismo podamos ver con el alma a un personaje que sí existió, que es Feliza. ¿Cómo convencer a los lectores de que un personaje que existió realmente lo podemos conocer igual que conocemos a la señora Dalloway (de Virginia Woolf), a Fermina Daza (de García Márquez) o a quien sea? Ese era uno de los retos de la escritura.

Usted habló antes del mármol y en este caso creo que le tocó a lo Rodin; esculpir la piedra hasta encontrar su obra: la vida de una artista; un reto grande.

Es exactamente eso. Se trata de la vida de una escultora y estaba yo tratando de hacer en literatura un poco lo que un escultor hace con su material, que es darle forma a la vida de Feliza, que ya estaba ahí a través de la gente que la conoció. ¿Para qué? Para que signifique algo. Acabo de leer un gran libro que le recomiendo a todo el mundo: La llamada, de Leila Guerriero. Es un retrato de una mujer argentina, que fue montonera durante la dictadura. Leila cuenta su vida y al final la oye a ella hablando con otras personas y contando los hechos de su vida, porque los hechos por sí solos no permiten entender nada. Es lo mismo que sentí al enfrentarme a la figura de Feliza. No es una sucesión de hechos lo que yo he escrito, sino un intento por interpretar su vida también desde dentro, metiéndome en su cabeza y en sus emociones.

Hace cuatro años publicó otra novela basada en la realidad, inspirada en la familia del cineasta Sergio Cabrera: “Volver la vista atrás”, que, como “Los nombres de Feliza”, también podría ser calificada como biografía. ¿Por qué ha persistido en trabajar en esa frontera entre realidad y ficción?

Mi manera de trabajar siempre ha sido a partir de personajes reales, con nombres reales, novelas en las que no invento episodios, porque yo siempre he trabajado en mis libros comenzando como periodista. Nacen de un encuentro, de una investigación, de una especie de reportaje que llevo a cabo con una persona que me interesa, y luego, como los libros suelen ocurrir en un pasado, ahí el periodista se convierte en historiador y al final entra el novelista y su única justificación es tratar de decir algo que no dice ni el periodista ni el historiador. Lo que he tratado con este libro y con el anterior sobre Sergio Cabrera es contar algo que la biografía de ellos no cuente por sí sola. Por eso los llamo novelas, porque son interpretaciones de sus lugares en el mundo.

Los veo como ejercicios para desafiar la historia. En el caso de Feliza, a través de su vida usted también retrata la Colombia desde los años 50 hasta los años 80, desde la dictadura de Rojas Pinilla hasta el mandato de Turbay.

Sí, sí. Partamos de la base de que los escritores tenemos obsesiones que no entendemos muy bien y una de las mías es el pasado colombiano y la intersección que me ha parecido siempre muy misteriosa entre la vida política y la vida privada. La manera como la vida política entra en nuestras vidas privadas y les da forma, generalmente para mal. Y a mí me ha interesado eso siempre, no de manera programática, pero ahora que ya he escrito varios libros, me voy dando cuenta de que uno los podría poner uno junto al otro y cubrir la historia colombiana, más o menos desde la mitad del siglo XIX, que aparece ya en mi novela Historia secreta de Costaguana (2007). Así he tratado de explorar este país tan complicado que tenemos y tan interesante.

En la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional estamos estudiando este semestre la novela “La vorágine”, a propósito de su centenario y para inspirar a mis alumnos a buscar nuevas formas de contar nuestra historia de violencia, lo que usted ya ha intentado hacer con “El ruido de las cosas al caer” (2011) y “La forma de las ruinas” (2015). ¿Qué opina al respecto?

Que es inagotable el tema, porque además cada generación tiene sus propias preguntas. Las sociedades en general producen ficción sobre lo que las inquieta, lo que las molesta, sobre las preguntas que no encuentran respuestas claras y sobre eso se escriben novelas, que son la prueba de que no hemos llegado al fondo de nuestra violencia, de las razones de su subsistencia. La vorágine me parece un gran ejemplo, desde la primera frase: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”. Ahí está la palabrita. Y después García Márquez se obsesionó con la idea de que la literatura colombiana no había sabido lidiar con la violencia y estuvo buscando modelos para lidiar con ella. La literatura colombiana siempre ha tenido esa pequeña estirpe que sigue buscándole el cuento a la violencia, tratando de averiguar lo que no hemos sabido, de hacer las preguntas que no se han hecho. Y la verdad es que no hay respuesta para estas preguntas, pero hay que seguir haciéndolas.

Preguntas que están en su libro, porque la vida de Feliza transcurre entre sus ideas de izquierda y un gobierno de extrema derecha como el de Turbay, polarización que no ha permitido que los procesos de diálogo social se consoliden y que usted analizó en su reciente libro “Los desacuerdos de paz” (2022). Teniendo en cuenta eso y que usted también fue columnista de El Espectador, le pregunto: ¿Los colombianos estamos condenados a esos ciclos incesantes de violencia?

Esa es la pregunta que me hago yo también. Cuando publiqué ese libro habían pasado diez años desde el comienzo de las negociaciones de La Habana. Habían pasado frente a nuestros ojos tres o cuatro países distintos, todos tenían una relación distinta con nuestra guerra y todos tenían una idea distinta de cómo terminar con ella, pero ninguno lo hizo realmente. Hasta los acuerdos de 2016, que en lugar de unirnos como país fueron explotados, sobre todo por el uribismo, para dividirnos y enfrentarnos. Entonces empieza uno a preguntarse por la situación mental de un país que es incapaz, aun frente a esos acuerdos que fueron exitosos, de aprovecharlos correctamente para sacar adelante un proyecto colectivo de paz.

En el libro sobre Feliza, y en el de los Cabrera, explora el fanatismo político colombiano que desemboca en un odio de clases. ¿Ese fenómeno se ha agravado?

Son tensiones que siempre me han interesado mucho, que vienen desde adentro de la sociedad y de las que no es fácil hablar porque los mecanismos no son visibles. Yo creo que ahí es cuando las novelas se vuelven interesantes. Es la opción de la ficción o de la imaginación, que pueden contar a veces cosas que la historia no nos puede contar porque no hay pruebas. Entonces las novelas con frecuencia se vuelven el lugar donde se puede hablar de esto.

Este país estuvo a punto de elegir a un presidente como Rodolfo Hernández, que era una especie de Trump colombiano, y terminamos en este gobierno de izquierda. ¿Ahora usted ve en el horizonte la posibilidad de una presidenta, de una mujer gobernando Colombia, como está pasando en México?

Sí, sí, sí. Eso me parece que está perfectamente dentro de nuestras posibilidades como país. Ya una mujer fue alcaldesa de la ciudad más grande de Colombia y esto ha ocurrido también en otras ciudades, en otras gobernaciones. A raíz de esas últimas elecciones, que para mí giraban alrededor de lo que es mi gran obsesión, que es la implementación de los acuerdos de paz, yo pensé que esto iba a salir mejor, no ha salido bien. Esa ha sido para mí una fuente de enorme decepción.

¿Se refiere a Claudia López?

Creo que está entre los candidatos más notables en este momento, pero falta mucho y es arriesgado decir cualquier cosa.

También lo pregunto pensando en Feliza, porque representa a esas mujeres revolucionarias que marcaron la senda del papel femenino en la historia de Colombia. En ese sentido, ¿su libro es un homenaje a las que siguen luchando contra el patriarcado, que siempre decidió la historia política y artística de Colombia?

Ese es uno de los grandes temas de la novela. El intento de esa generación de mujeres por abrirse un espacio en el arte colombiano que recibió mucha resistencia. Uno de mis grandes descubrimientos escribiendo la novela fue esa relación fascinante entre Feliza y Marta Traba, que era la gran crítica de ese momento, la que hacía y deshacía reputaciones y que tuvo siempre una relación de mucha complicidad con Feliza. Las dos formaban parte de una generación de mujeres pioneras, entre las que también podemos hablar de Beatriz Jaramillo, Olga de Amaral y Beatriz Daza, que luego dieron paso a grandes artistas como Doris Salcedo, que fue también una presencia mientras yo escribía este libro por razones diversas. Feliza era de una personalidad fuerte, una mujer rebelde, contestataria, muy dispuesta a llevar la contraria y al mismo tiempo muy querida por sus amigos. Era una mujer que, en los años 60, tenía retratos del Che Guevara en su estudio, pero al mismo tiempo era íntima amiga de Belisario Betancur. Una de esas personas capaces de abrirse hacia todo el mundo y de admitir la diversidad en su vida. Algo que sigue haciendo falta hoy.

Finalmente, el libro también rescata la vida del poeta Jorge Gaitán Durán, fundador de la revista “Mito” y uno de los compañeros de vida de Feliza.

Sí, es una querencia que tengo y en todos mis libros hay versos. La poesía es importante para mí, es importante en mi vida como manera de estar en el mundo. En este caso no tuve que inventar nada porque Feliza fue pareja durante muchos años de ese gran poeta, que fue a su manera también un pionero con su obra y con la revista Mito, donde empezó a publicar García Márquez, por ejemplo. Me dio mucho gusto recuperarlo a él y a su poesía, para que lo lean más colombianos.

Dice para que lean más colombianos y me surge una última pregunta: ¿por qué insistir en hacer literatura en esta era digital dominada por redes sociales?

Yo también me lo pregunto. Hay dos maneras de contestar. Una es que no escribimos novelas ni leemos novelas necesariamente para algo, sino porque va por una pasión un poco irracional, una necesidad de conocer ciertos mundos de los que no está contando nadie más. Otra manera de contestar es que los seres humanos somos criaturas frustradas y no soportamos bien esto de tener una sola vida y de no poder vivir otras, no poder ser otras personas. Y la ficción es el único mecanismo que hemos encontrado para eso, para vivir otras vidas, saber más de lo que son los otros y prolongar nuestra propia experiencia y la ficción da eso. No hay más remedio que seguir escribiéndola y leyéndola.

Usted ya pasó de los 50 años de edad. ¿Cómo cambia la perspectiva de la vida después del medio siglo?

Estoy tratando de averiguar eso, pero sí cambia, sí cambia, cambia mucho. Entre otras cosas, hay una perspectiva literaria que también es muy aterradora. Uno lee libros que leyó a los 20 o a los 30 y que dijeron algo en ese momento y hoy dicen algo completamente distinto y uno se da cuenta de que es uno el que ha cambiado. Tal vez nos hemos vuelto más pesimistas o tal vez la experiencia se va acumulando y va enriqueciendo el lenguaje para la novela. Esto nos pone frente a la realidad del tiempo que ha pasado. Y, sobre todo, y esto es más preocupante, la realidad de que el tiempo que nos queda ya va siendo menos y uno tiene que empezar a pensar en decisiones grandes.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

Temas recomendados:

 

Bernardo(31155)08 de diciembre de 2024 - 06:55 p. m.
La política ni "entra" ni "sale" de nuestras vidas. Está en la médula de la vida individual y colectiva humana.
Hector(5615)08 de diciembre de 2024 - 04:34 p. m.
Siempre será un deleite leer un nuevo libro de Juan Gabriel Vásquez. Me gustan mucho los libros bien escritos y que dejan alguna enseñanza.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar