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Reflectores
12 de marzo. Lugar: Dolby Theatre en Los Ángeles. Premios Oscar 2023. Los actores y actrices están a la expectativa de que Florence Pugh y Andrew Garfield anuncien al ganador de la categoría Mejor Guion Adaptado. Los espectadores ven pasar los fragmentos de las cintas nominadas: Living, Top Gun Maverick, Glass Onion: A Knives Out Mistery, Sin novedad en el frente y Ellas hablan.
Hay un breve silencio que se corta con el anuncio de Ellas hablan como ganadora. Los asistentes aplauden, la cámara enfoca a Sarah Polley, guionista de la película, abrazando a sus seres queridos. Luego, sube a recibir su Oscar.
Polley tomó el micrófono y sentenció para todo el universo que seguía la gala: “Un acto radical de democracia en el que personas que no estaban de acuerdo en todo, lograron sentarse en una habitación y labrar juntos un camino libre de violencia. Lo hicieron no solo hablando, sino también escuchando”.
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La noche finaliza. Los invitados van a la fiesta de tradición y vanidad. Los espectadores siguen su vida como si nada. El impacto de que una película ilustre cómo un grupo de mujeres habla para revelarse contra los hombres pasa desapercibido. La herida que se abre en Latinoamérica empieza a arder y no hay un doctor cerca que pueda auxiliarla. Yo no soy doctora, pero puedo alumbrar un poco sobre la realidad denunciada en nuestra literatura. A lo mejor después de esto, las palabras de personas que decidieron hablar sean escuchadas.
Voces femeninas
“Ellas hablan” es una novela escrita por Miriam Toews que retrata un suceso ocurrido entre 2005 y 2008 en una comunidad menonita llamada Manitoba, ubicada en Bolivia. Un grupo de mujeres fueron drogadas y después violadas por hombres de la comunidad. Estos actos fueron atribuidos a Satán como forma de castigar a las mujeres por pecar o como resultado de una activa imaginación femenina.
Resulta que Satán puede transformarse en lo que quiera. Este “demonio cruel y suspicaz” puede ser un hombre o puede ser una élite. Y, desgraciadamente, a este ser malvado le faltan orejas y no puede escuchar cuando sus víctimas hablan, cuando gritan por un cambio.
Bajo esta lógica esclavista en pleno siglo XXI, el demonio decidió un día meterse a Molotschna (pueblo ficticio que reemplaza a Manitoba en el libro) y en forma de hombre empezó a aprender. Qué buen alumno es el diablo. En esta comunidad, consiguió que las mujeres no vieran la necesidad de saber cosas. Porque saber cosas y, encima, decirlas, asusta a cualquier demonio.
En el libro se resalta: “¿es que no existe un precedente humano, una persona con la que sentirnos identificadas?”. No puede haberlo, porque para que los pueblos oprimidos sigan estando así, es mejor verlos como animales sobre los que se tiene dominio. O eso pensaban los dominadores en Molotschna. La realidad, como siempre se ha dicho, sí que sirve de inspiración.
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Hay que decir, que según esta narrativa que surgió en Bolivia y llegó a lo más selecto de la élite del cine mundial: “Algunas de las personas a las que queremos también son personas a las que tememos” y así es muy difícil ganarle una batalla a un enemigo camuflado como amigo. Es que el diablo es bastante astuto al dar sus peleas. Lo irónico, es que ese poder y autoridad de la que se ufana, es efímera. Pues, si a Satán le quitas sus esclavos o haces que se revelen en contra de él, empieza a tambalearse.
Satán también es omnipresente. Puede estar en forma de hombre en una comunidad menonita. Puede incluso viajar al pasado y transformarse en una enorme corporación gringa ubicada en Bolivia, a Satán parece gustarle mucho Latinoamérica.
Pero antes de “Ellas hablan” hay una precuela testimonial y literaria: “Si me permiten hablar” de Moema Viezzer. En este relato crudo, Domitila cuenta su historia, que no es muy diferente a la premiada en los Oscar. No me malentiendan, si me permiten hablar, les puedo explicar. Resulta que, por allá en los años 70, en un pueblito muy bonito llamado Siglo XX, había una mina. Fuente de dinero y poder de los hombres extranjeros que ven a Latinoamérica como yacimiento de salvajes.
Satán, ahora disfrazado de estos hombres, manipula a las familias mineras para obtener lo que quiere: tener hasta la última partícula de estaño de esa mina, sin importar qué tanto le cueste al pueblo boliviano. Y la misma vaina pasa con el lenguaje, por eso Domitila subraya: “No todos los que hablan bonito saben actuar bien ¿no?” No cabe duda, el diablo en nuestro suelo continental tiene el don del verbo. Consigue que cada una de las dagas con las que está desangrando al país se sientan como cosquillas. Y cuando estás ocupado, como trabajador, pensando en cómo sobrevivir el día a día en una mina con un nivel de vida miserable es muy poco, casi nada, lo que puedes hacer.
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La buena noticia es que Satán, como dije, no es invencible. Con la fuerza popular suficiente es posible quitarle alguno de sus cuernos. ¿Cómo? Por ejemplo, ganándole una batalla en las urnas o reduciendo sus ganancias descomunales con una huelga. Los dos casos, tanto el de Molotschna como el de Siglo XX, son memorias dignas de rebeliones en contra de Satán. Ellas hablaron, las mujeres acabaron con el poder extractivista del diablo.
¿Qué tienen en común estas dos historias?
Que Satán realmente no existe. No le faltan orejas. Ni controla desde Estados Unidos a los jefes de Latinoamérica para que hagan y deshagan como se les dé la gana. Tiene orejas, pero prefiere no escuchar. Las víctimas, hombres o mujeres. mineros o creyentes, ignorantes o letrados, están sometidas por una fuerza que no terminan de entender, pero contra la que tienen que hacer algo. Un enemigo que duerme bajo el mismo techo que ellos. Y que mientras duermen, ataca. Al final todo es cuestión de tomar una decisión colectiva. Mujeres contra hombres blancos o pueblo contra conquistador, como se nos enseñó desde 1492.
Hay dos opciones: huyes como las mujeres de Molotschna con la esperanza de encontrar un mejor camino y conseguir el cambio que quieres en tu comunidad, o te quedas y luchas como Domitila con la fortaleza y dignidad de tu pueblo como armas para vencer a ese enemigo tan pesado. Lo que sí no te puedes permitir nunca es no hacer nada. Es jamás quedarte callada y este, sin duda, es uno de los grandes rasgos de las artes comprometidas. La literatura y el cine ya lo hicieron, ahora nos falta a nosotras leer y ver “Ellas hablan”.
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