La vorágine, cien años de nihilismo
La vorágine: una obra literaria atemporal que despierta interpretaciones diversas que sigue resonando a propósito de la explotación de recursos naturales, la desigualdad y la violencia.
Jair Villano
El aporte de La vorágine a la literatura colombiana es incuantificable. Cien años después de su publicación sigue generando variadísimas lecturas. Sólo las grandes obras gozan de esa condición: de interpretaciones y diálogos que los lectores harán de acuerdo a su generación.
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El aporte de La vorágine a la literatura colombiana es incuantificable. Cien años después de su publicación sigue generando variadísimas lecturas. Sólo las grandes obras gozan de esa condición: de interpretaciones y diálogos que los lectores harán de acuerdo a su generación.
La armoniosa conjugación de elementos literarios hace que la obra de José Eustasio Rivera siga cautivando lectores. Es un error, dicho sea de paso, que su primer contacto para muchos sea la desafortunada experiencia de las lecturas de colegio.
No: La vorágine no es de fácil lectura y de análisis obvios.
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No es una novela realista, aunque lo es; no es una novela romántica, aunque el lenguaje de Cova lo sea; no es una novela de denuncia, aunque las detalladas descripciones de la esclavitud y explotación de los indígenas lo refute; no es una novela de viajes, aunque el periplo del poeta y sus acompañantes lo ilustre; no es una crónica periodística, aunque algunas de sus páginas lo hagan parecer; no es un diario de viajes, no es una obra costumbrista, no es una denuncia.
No es nada de eso, porque es todo eso. Es decir, es mucho más: es una novela en el significado más amplio y preciso del género. Es la novela colombiana par excellence, aunque transcurren cien años de su publicación, y los actores han cambiado, la violencia sigue siendo el fatum del colombiano de a pie.
¿Del colombiano de a pie? Me equivoco: en realidad, de todos los colombianos, ya que de alguna forma -por experiencia propia, por vivencia de familiares o conocidos- todos en este país hemos padecido -y, por ende, sabemos-, lo que es la violencia.
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De sus múltiples análisis, la hermenéutica más interesante que de La vorágine ha propuesto la crítica es la de Rafael Gutiérrez Girardot.
Para el filósofo nacido en Sogamoso y educado en Alemania, la obra de Rivera es nihilista: la selva es el teatro en el que individuos sin dios contemplan el crudo devenir de sus existencias.
La primera frase de la obra, como la última, son de cruda elocuencia: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”, dice Cova, anunciando que lo que el lector encontrará en las páginas restantes es el testimonio de una vida sinsentido y aplastada por el vacío y la soledad del verde selvático.
Sobre esto, dice Gutiérrez Girardot: “La frase y, consecuentemente, la novela es la expresión de la experiencia del nihilismo contemporáneo, de la “muerte de Dios” o, como también se ha llamado a este momento histórico, de la “ausencia de Dios””.
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Pero además es un cuestionamiento al modernismo de su tiempo, lo que hoy podríamos traducir como neoliberalismo. Lo que Cova narra es similar a lo que pasa en zonas donde se impone la ley del más fuerte, esto es, territorios a los que se explota sin importar los detrimentos socioambientales que ello implica.
El valor supremo es suplido por los paradigmas existenciales del neoliberalismo, a saber, el éxito, la fortuna, la felicidad como fines a los que no importan los medios para su alcance. De esta forma, la naturaleza es víctima del humano, el humano víctima del humano. Y aunque los tecnócratas lo nieguen, el humano es (y será) víctima de los estragos ambientales.
La burla a la “soledad domesticada de los poetas” que hace Cova adquiere una connotación especial en tiempos en los que el turismo hippie propone experiencias ajenas al ruido y la contaminación del mundo.
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La flora y la fauna de los paseos modernos carecen del romanticismo y la domesticación del sujeto que ansía aislarse de la estridencia mundana. La selva aquí no opera como el lugar al que los angustiados se escapan para aliviar sus penas. La selva devora, pero además es devorada.
No es increíble que la novela de José Eustasio Rivera dialogue tan bien con el presente. Para Agamben, contemporáneo es aquel que ve la oscuridad, no la luz de su tiempo.
La bonanza cauchera ha transmutado a bonanza marimbera, petrolera, minero-energética, etc. La riqueza de unos en desmedro de la pobreza de otros, como si estuviéramos destinados a un eterno retorno.
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Sería injusto quedarse con esa sola interpretación, La vorágine, además, sobrevive por sus atributos prosísticos, por adelantarse a los gestos literarios de su momento, por la conjugación de los elementos de los que hablé en párrafos atrás, incluso por el drama cursi de Cova y su enamorada Alicia.
Cien años es poco para la oscuridad que resplandece en sus grietas.
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