La voz conciliadora, pero incómoda de Patricia Lara
Patricia Lara, escritora y periodista colombiana, encontró en las palabras el medio para decidir por sí misma. Esto la encaminó a usar la literatura y reportería para narrar, en su complejidad, el conflicto armado colombiano.
María José Noriega Ramírez
Hija, mamá, filósofa, periodista, fiel creyente de los ideales de izquierda, y crítica del conflicto armado en Colombia, así se podría definir a Patricia Lara, si es que acaso es posible hacerlo. Hija única que creció con todas las comodidades, amiga de María Mercedes Carranza, Jorge Bateman, Mario Ochoa, entre otros, es además una víctima, entre millones, que la guerra ha dejado a su paso.
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Hija, mamá, filósofa, periodista, fiel creyente de los ideales de izquierda, y crítica del conflicto armado en Colombia, así se podría definir a Patricia Lara, si es que acaso es posible hacerlo. Hija única que creció con todas las comodidades, amiga de María Mercedes Carranza, Jorge Bateman, Mario Ochoa, entre otros, es además una víctima, entre millones, que la guerra ha dejado a su paso.
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“Fui criada para estudiar administración de empresas. Era mi destino”, se lee en Mujeres que dicen verdades, libro en el que Alejandra De Vengoechea plasma el perfil de varias mujeres periodistas. “La decana”, como la nombra De Vengoechea, siempre quiso tomar decisiones propias y fue a través de la escritura que encontró el medio para hacerlo. Nueva Frontera, Revista Alternativa, Cambio 16, El Espectador y El País de Cali, albergan sus columnas de opinión y sus escritos. Sin embargo, “el periodismo es efímero. Uno le mete todo a un artículo y se acaba. Lo que quedan son los libros”. De ahí, que haya escrito Siembra vientos y cosecharás tempestades, Las mujeres en la guerra, Amor enemigo, Hilo de sangre azul y Tras el rastro de tu padre.
Por ser defensora de la democracia, de la distribución equitativa del ingreso, así como de la justicia social, la equidad y la igualdad de oportunidades, Lara asumió la condena social, impuesta por pensamientos sectarios, que trae consigo el ser abanderada de dichos principios sociales en Colombia. Guerrillera y terrorista han sido algunos de los calificativos que ha recibido. Incluso, María, su hija, fue discriminada en el colegio “por ser hija de comunista”, cuenta Lara a De Vengoechea.
“Fui marcada por la violencia. A mi tío Oliverio lo secuestraron en 1965 en Larandia, lo asesinaron a machete y apareció enterrado cinco años después cerca de sus tierras. En julio de 1982 secuestraron a Gloria, hija de Oliverio, la más cercana de mis primas. En noviembre su cadáver fue encontrado en un barrio de Bogotá. ¡Fue horrible!”. Del dolor de la guerra, que vivió en carne propia, nació el interés de Lara por narrar el conflicto armado colombiano. Siembra vientos y cosecharás tempestades, sobre el M-19, fue resultado de ello. La autora tenía curiosidad por conocer a aquellas personas que se tomaron la Embajada de República Dominicana y robaron 5.000 armas del Cantón Norte. “¿Cómo así que el jefe de este movimiento hace todas estas cosas? Quiero entrevistarlo”, se lee en el perfil que escribió De Vengoechea.
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Y es que Lara, en su interés por narrar la guerra, ha dado voz a los diversos actores del conflicto. Generar diálogos entre víctimas y victimarios, de un bando y de otro, es lo que ha tratado de hacer a través del periodismo y la literatura. No en vano, la lección que le dejó Danilo Cruz Vélez, filósofo, fue la de ir directamente a las fuentes y alejarse de la superficialidad; la que le dejó Gabriel García Márquez fue amar el buen periodismo, y la de Bateman, fue entender que todas las personas, en algún punto, tienen la razón.
Quizás, el libro que mejor encarna esta intención de la escritora colombiana es Las mujeres en la guerra. “Al ver en San Vicente del Caguán los rostros de las mujeres de las FARC- armadas pero con miradas de niñas- y los dolores de madres compungidas por la ausencia de sus hijos, surgió la idea de hacer Las mujeres en la guerra”. Lara, según cuenta en el libro De Vengoechea, recuerda especialmente una frase de Margarita, guerrillera del ELN y del M-19: “si antes de comenzar a matarnos tuviéramos la capacidad de conversar y de ver al ser humano que hay enfrente, pararíamos la guerra y cambiaríamos el país”.
Narrar a Colombia no ha sido fácil, mucho menos cuando se trata de contar ese país que se ha teñido de sangre por más de medio siglo. La misma Lara lo afirma: “empecé a pagar escondederos de a peso”. Incluso, hasta fue a parar a una cárcel de Estados Unidos por su cercanía con la izquierda, por su forma de pensar.
- ¿Valió la pena enfrentarse al imperio?, le pregunta De Vengoechea.
- Claro que sí, responde Patricia Lara.