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En su universo, las mujeres están obligadas a estar en casa, cuidando de los niños, pues esa es la misión que han venido a cumplir. En su universo, las mujeres han nacido de la costilla de Adán, por tanto, le deben obediencia al hombre. El universo de Christina Dalcher es oscuro, aplastante y orwelliano, y de esta manera es que Voz se convierte en un manifiesto, en un recordatorio de los derechos y la importancia de la mujer. Por esta razón, lo hemos usado para, también, escribirle a la Mujer.
Existen muchas clases de silencios. Existen silencios que son como el vacío, huecos sin fondo constituidos por las cosas que faltan. Una risa, una lágrima de agradecimiento, un piano, e incluso un viento mudo son capaces de llenar este silencio. No hace falta sino un río para que el agua se cuele por todos los intersticios de este silencio.
Hay silencios que son como alienaciones. Se posan en ojos airosos y en las personas que no quieren escuchar malas noticias, se interponen entre los amantes que no encuentran palabras de perdón, y hacen callar a los hijos pródigos. Para luchar contra estos silencios hay que tener un poco de voluntad, de compasión y de autorreconocimiento. Es difícil vencerlos, pero la vida está llena de estas pequeñas luchas y victorias contra uno mismo.
Y hay un silencio especial, un silencio latente. Hay un silencio que se ha adentrado en la piel y en los instintos; hay un silencio profundo y ancho como el mar. No, como el espacio, como una segunda dimensión continua sobre el aire. Hay un silencio que parece eterno. Hay un silencio esclavizante. Existe el silencio de las mujeres que esperan la muerte.
Así que, mujer, no esperes la muerte, que el silencio no te paralice. No esperes a tener un brazalete que contabilice las palabras que dices al día. No esperes a que te electrocute una vez digas más de 100. Que nadie te ordene qué debes hacer, cómo te debes comportar, qué debes decir. No naciste del hombre, te hiciste a ti misma. No das vida, la cuidas, la crías, la haces evolucionar, la haces tuya. No sigues convenciones sociales, las convenciones sociales las haces tú. Y cuando te pregunten “¿qué estás dispuesta a hacer por tu libertad?”, responde: “todo” o lo que es lo mismo: “ser fiel a mi propia voz”.
Porque la humanidad ha sufrido el nacimiento y muerte de imperios, ha visto dictadores alzarse y hundirse. No estarás nunca a salvo, siempre habrá alguien que te deseará callar; el silencio te querrá ahogar siempre, siempre. Que ningún régimen te imponga un brazalete, que ninguna dictadura se alíe con este silencio que acribilla y empala. Grita, grita fuerte. Si a lo largo de la historia has llevado el mundo sobre tus hombros, que lo mínimo que haga sea escucharte. Cásate y ten hijos, o estudia y sé parte de ese ínfimo 2% mundial que tiene doctorado, o llena los escenarios de música y caderas y felicidad; o corre, salta y nada. Vive con quien quieras, vive como quieras, haz lo que se te dé la gana, porque para eso te has ganado tu libertad. Y defiéndela. Sal de la Torre, Princesa de los suelos y los cielos, de los mares y las montañas.
La Tierra, los hombres y la vida misma te necesitan, así que no esperes la muerte, destruye aquel silencio que nadie más es capaz de vencer. Canta y baila. Alza la voz, que para eso eres libre, y con ella, transforma esta realidad que tanto te necesita*.
¨Esta carta está basada en el libro Voz, de Christina Dalcher