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Las alegres ambulancias y la herencia del primer pueblo negro libre en América

Un acercamiento a Las alegres ambulancias, un grupo que mezcla tambores africanos con instrumentos modernos. Los miembros pertenecen al Cabildo Lumbalu. El Lumbalu o Baile de Muerto, son los cantos funebres, cantados en lengua palenquera.

Camila Eslava
23 de mayo de 2023 - 02:34 p. m.
Laburgo y Batata, dos de los integrantes de la agrupación Las alegres ambulancias.
Laburgo y Batata, dos de los integrantes de la agrupación Las alegres ambulancias.
Foto: Las alegres ambulancias
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Me detuve a ver un video. Laburgo, Emelinda Burgos Salgado, tiene un turbante rojo en la cabeza, se encuentra sentada en una silla de plástico. Mientras canta a capela, fija la mirada en un solo punto; el viento mueve suavemente las ramas de los árboles y la ropa que cuelga sobre una reja. Cuando termina el verso libera su sonrisa. Pareciera como si la cámara la pusiera nerviosa, o acaso está muy concentrada en su canto, que apenas y se mueve. Laburgo es hija de las Alegres Ambulancias, heredera de las cantaoras ancianas de su territorio, de Dolores Salinas, de su madre Graciela Salgado, de las leyendas y cuentos traídos desde África y guardados con unción, en un pequeño territorio de América, llamado San Basilio de Palenque.

Me envía un audio: “Nací en San Basilio de Palenque en 1961, el día 23 de febrero, jueves a las cinco de la mañana. Desde los siete años comencé yo a ayudar a mi mamá a cantar. Siempre que tocaba el tambor, yo estaba ahí de pie y le iba respondiendo a ella. Tuve seis hijos, cuatros están vivos. Tengo nueve nietos y dos bisnietas”.

Quise saber más de ella y busqué fotos en internet. No fue difícil encontrarlas, es una cantante reconocida: en una está rayando coco, en otra, mezclando dulce en un caldero que, a su vez, está encima de un fogón de leña. Tiene un vestido rosado con cuello bandeja de arandelas, con flores amarillas y naranjas que le llega por debajo de las rodillas, y está descalza sobre un piso de tierra colmado de ceniza; en otra foto, está alzando a su nieto, le está dando jugo en lo que parece un tetero, se ve contenta. Quizás, la foto que más me llamó la atención fue en la que se le capturó extendiendo sus brazos, con los ojos cerrados, en medio de un Lumbalú: un ritual que se dedica al casi muerto y luego al muerto durante nueve días, un pacto entre vivos y no vivos, entre parientes cercanos y lejanos, de aquí y del más allá. En el Lumbalú hay peinados, juegos y bailes de velorio al ritmo de un tambor, el instrumento que todo lo sabe y tiene un lenguaje propio, único, como el de las y los palenqueros.

¿Qué son las Alegres Ambulancias?, le pregunto a Batata, el hermano y también heredero de la tradición musical de la familia de Laburgo: “Es un cabildo Lumbalú. En su interior maneja la lengua palenquera originada entre la etnia africana. Escribimos en palenquero y en español, y con ello intentamos ser parte de las manifestaciones vivas del caribe colombiano”, me contesta.

Quieren, dicen ellos, enamorar a las juventudes y enseñar la importancia de su lengua. “En la colectividad está lo lindo de nuestra familia, eso es lo que he visto toda mi vida y así lo seguimos haciendo”, continúa. Le pregunto por su mamá, la popular cantante Graciela Salgado, le digo que me cuente un recuerdo que lo haya marcado. Batata relata que ha vivido muchas cosas con Las Alegres Ambulancias, y que recuerda, especialmente, el día en que su madre mandó a llamar a toda su familia al teatro Amalia Rosa, en Barranquilla, a pedirles muy especialmente que escucharan bien cómo ella cantaba, y que vieran bien cómo ella tocaba, para conservar sus raíces vivas.

Los cantos, las costumbres, y las palabras que hoy Laburgo y Batata transmiten a sus nietos, a su comunidad y al mundo, hacen parte del sincretismo imprevisible que se transformó y viajó miles de kilómetros, por tierras y por mares, y que nunca pudo olvidar su origen. Partiendo de los poderes de la memoria, de los pensamientos del rastro, como lo diría, Édouard Glissant, en este suelo, muchas de las costumbres y de los idiomas de sus antepasados se perdieron, pero supieron crear su lengua propia, y en ella, albergar sus misterios, sus cantos y sus ritmos, características y rasgos culturales que hacen parte de la historia de Colombia.

Su lengua, constantemente amenazada, pero sobreviviente, como las demás lenguas criollas, fue considerada una deformación inculta de otras lenguas, pero con admirable resistencia, después de cientos de años, lo único que han demostrado, —y esto también lo vio Glissant— es que el mito de la pureza es justamente eso, un mito sin vigencia ni reconocimiento.

Vuelvo a Laburgo, la cantaora, que tiene una conexión en todos los sentidos con su madre, y que reconoce muy bien el trabajo cultural de las mujeres de su tierra. “Yo en Palenque me dedico a enseñarle a los niños a cantar la herencia que me dejó mi madre, y cuando termino me pongo a vender mis dulces”. Laburgo nunca dejó de hablar la lengua de su madre y lleva en su garganta su ascendencia y una luz para guiar a los muertos, pero también a los vivos, al encuentro con sus orígenes. “Las Alegres Ambulancias son una escuela de San Basilio de Palenque, es mi familia. Para mí es una universidad, mi célula y mis hijos. Todas las canciones que cantamos son mis favoritas, todas me gustan y eso es lo mío, ese es legado de nuestra madre. Al público le gusta mucho La Cosita de la señora, entonces enseguida les salgo: ‘Así, así, así, ahora, ahora, ahora, los hombres se están muriendo por la cosita e’ la señora’”, concluyó.

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Por Camila Eslava

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