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Ser un cuerpo, habitar un cuerpo. Estas son dos cuestiones que atraviesan a ‘Cuerpo Etc. Encuentro de prácticas expandidas del movimiento en Suramérica’, que se llevó a cabo del 2 al 6 de noviembre, en la vieja Estación de la Sabana, monumento nacional ubicado en Bogotá, en donde se reunieron más de 35 invitados latinoamericanos, europeos y estadounidenses para compartir experiencias, dialogar, crear y cocrear alrededor de cuestiones corporales. Una amalgama de disciplinas que incluyen la danza, el performance, la coreografía, la curaduría, la gestión cultural y la experimentación. Un crisol de miradas que se pregunta constantemente qué es ser un cuerpo, cómo es habitar uno.
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La Estación de la Sabana está ubicada en el barrio de los Mártires, en pleno centro bogotano. Un monumento que ha visto mejores épocas: el abandono y la inseguridad del sector no recuerdan para nada esa vieja gloria que hizo de esta edificación el orgullo de la capital, pues la unía con el resto del país, la consolidaba como el centro y la impulsaba como el motor social, cultural y político de Colombia. Hoy transitan por sus aceras solamente quienes tienen que hacerlo. Los demás, si pueden, evitan a esta estación (por miedo, por desconocimiento).
Y es aquí donde ‘Cuerpo Etc.’, un proyecto regional organizado por el Goethe-Institut, con el liderazgo de su sede en Bogotá, en coordinación con la Red de Artes Vivas en Colombia y el apoyo del Espacio Odeón, decidió congregar a sus invitados.
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“Hay algo que ocurre con las artes en movimiento y con los artistas cuyo instrumento artístico es el cuerpo: podemos imaginar alternativas sobre cómo habitar un lugar. A veces lo hacemos de manera inconsciente; en otras ocasiones, seguimos una coreografía. Pero en cualquiera de estos casos, siempre señalamos que hay otras formas de habitar un espacio con nuestros cuerpos”, dice Eloisa Jaramillo, creadora, curadora e investigadora colombiana, quien además es la directora de la Red de Artes Vivas en Colombia.
Así, según Jaramillo, la ciudad deja de ser un actor pasivo que se conforma con aceptar que ciertos sectores tengan narrativas prefabricadas y exclusiones, para pasar a ser un campo de resistencias contra el olvido y el abandono. “Las artes en movimiento son, finalmente, una conversación constante sobre los usos que les damos a los espacios”, continúa, “sobre todo teniendo en cuenta que el cuerpo en Latinoamérica tiene otros usos, otros lenguajes, otras maneras de ser”.
Entonces, ¿qué es un cuerpo en nuestro contexto latinoamericano? ¿Cómo habita? ¿Cómo lucha?
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Actualmente, el edificio principal de la Estación de la Sabana (inaugurada en 1917 y diseñada por el arquitecto colombiano Mariano Santamaría) funciona como la sede del Fondo Pasivo Social Ferrocarriles de Colombia; una entidad que presta servicios de salud a los pensionados de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia, Puertos de Colombia y a sus respectivos beneficiarios.
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La mayoría del resto del predio es un campo de pastos verdes, ortigas esbeltas y pálidas, una que otra flor. Además, están los cascarones oxidados de lo que en el pasado fueron trenes y vagones, y construcciones derruidas, como ecos de películas de terror. La analogía no es exagerada: Saori, una mujer trans vestida de negro, relata cómo allí se violaban, torturaban y asesinaban a mujeres trans. Un juego de doble exclusión: no podían entrar en los años dorados de la estación, pero en los años de decadencia fueron cuerpos de deseo y violencia, de pasión y muerte.
A su alrededor, integrantes de la Red Comunitaria Trans, del colectivo queer Las Tupamaras y del movimiento social Toloposungo hacen performances: simulan orgasmos, rozan sus cuerpos, se desnudan, se contorsionan, se comen las bocas, lamen sus pieles, gritan de horror y de placer, interpelan a las audiencias y les recuerdan que sus vidas son frágiles, sí, pero también poderosas como flores en el concreto. Saeed Pezeshki, curador y performer mexicano, las, los y les sigue con atención, toma fotos, captura videos, aplaude.
“El cuerpo, finalmente, es un contenedor de memorias. Memorias que no solo se arraigan en el cerebro, sino que también están todos aquellos lugares reconocidos y preconocidos que se van albergando en nuestras corporalidades”, dice Pezeshki. Mucho de su trabajo gira en torno a cuestiones biográficas y memoriales. No sorprende, entonces, su interés por este ejercicio de memoria que se despliega ante sus ojos.
Su interés en esta puesta en escena viene, según él, porque encapsula lo que está sucediendo en la región latinoamericana en cuanto a las artes en movimiento y su relación con el cuerpo: “ya lo importante no es pensar en sentidos estrictamente coreográficos y de buscar lugares en los cuales salir de gira. Ahora hay una explosión de avanzada que busca generar experiencias, diálogos y nuevos lenguajes para que todos, todas y todes podamos expresarnos. Es maravillo que un cuerpo hoy pueda modificarse y expresarse como quiera. Y eso es algo que está sucediendo frente a nuestras narices”.
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La ambición del ferrocarril, a través de la Estación de la Sabana, era interconectar a un país de geografías quebradas y diferentes: atravesar un cuerpo que cada tantos cientos de kilómetros podía mutar radicalmente, pasar de las sabanas a las montañas, del frío al calor, de lo posible a lo imposible, de un acento a otro. Una Babel geográfica que unía lo que antes estaba quebrado y que reducía los tiempos de desplazamiento en un país que antes había mantenido ciertas endogamias socio regionales.
Hoy, un poco más de un siglo después, la ilusión de un país interconectado por sus líneas férreas es un recuerdo oxidado (como los cadáveres de los vagones). Sin embargo, para el bailarín y antropólogo venezolano Oswaldo Marchionda hay un espacio de unión nacional que lo impresionó: el de los cuerpos que luchan.
Marchionda estuvo presente durante el estallido social de mayo en Colombia. “Me maravilló ver a estos jóvenes poner sin miedo lo único que tienen: sus cuerpos. Replicando algo que sucede en toda la región, donde el cuerpo está puesto en las protestas. Y acá desde el cuerpo y con el cuerpo se dio una respuesta inédita. Lo extraordinario no fue la muerte o la violencia, sino el nivel de performancia al que se llegó en las marchas. Probablemente no se identificaban como creadores, pero estaban creando desde sus convicciones políticas y sociales”.
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Y si hablar de Colombia (o definirla) como un todo es difícil, por las particularidades de cada región, el reto se incrementa si se intenta crear un relato latinoamericano. Sin embargo, Marchionda no titubea ante la pregunta de cómo es el cuerpo de Latinoamérica, qué lo define: “¡Magia! ¡Macondo! Hay una canción de Rubén Blades llamada El apagón, que dice que nuestra magia es la envidia del mundo. Yo creo que en nuestra América por ahí es la cosa: la vida está aquí, no solo lo creativo, sino la vitalidad. Aunque muchos procesos retrógrados quieran acabar con nuestra esencia, seguimos buscando maneras de resistir y de celebrar la vida”.
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“Olor a miau y a perfume/ Todo lo que baja, sube/ Somos la envidia de Europa:/ Nuestra magia la provoca”, cantó Rubén Blades, solo un año después de la liquidación de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia y de la estocada final a la decadencia de la Estación de la Sabana. Sin embargo, quizá la cura, su cura, esté en aquello otro que acompaña el nombre del encuentro: “Etcétera”, y que se mueve como un huracán por una región que, como la definió Martín Caparrós en su más reciente libro (Ñamérica), siempre ha sido cuna de mitos y de revoluciones.
Un etcétera que para Eloisa Jaramillo es “esa mezcla de puntos de vista, en la que no se busca un consenso, sino la exaltación de la diferencia para ver cómo construimos nuevas realidades”; que para Saeed Pezeshki es “crear nuevos relatos y nuevas formas de curaduría que no excluyan, sino incluyan, apropien y no alejen”, y que para Oswaldo Marchionda es “hacernos cargo del poder del río Amazonas, de la altura de los Andes, de la mezcla que nos hizo únicos a través de nuestros cuerpos”.
Un etcétera que se sigue escribiendo y que no dejará de escribirse.