Las batallas del arte en Ucrania
La guerra en Ucrania también ha afectado a la cultura, pero el teatro y la escritura se han convertido en espacios de resistencia al dolor y a la muerte. Este es el abrebocas de una charla que El Espectador y el Gimnasio Moderno realizarán el viernes 22 de julio, a las 7:00 p. m., usando los cinco meses que se cumplen de la invasión rusa como un pretexto para debatir las consecuencias culturales de la guerra.
María José Noriega Ramírez
Llegar a Úzhgorod y reconstruirse a través del arte. Huir de Mariúpol, a 1.456 km de allí, y viajar hacia el oeste de Ucrania, dejando atrás sus hogares y los sótanos que los resguardaban de los bombardeos, o huyendo de los campos de filtración rusos en algunos casos, recorriendo una distancia mediada por el dolor de la guerra. Ser desplazados dentro de su propio país y optar por el teatro, aun cuando a su alrededor priman las armas, la destrucción y la muerte. Revivir a través de la vida y la obra del poeta Vasyl Stus un proyecto del Teatro Dramático Mariúpol, y hacerlo a pesar de la violencia y del bombardeo del 16 de marzo.
Ensayar en un cuarto y recordar el legado de Stus, quien murió en un campo de prisioneros soviético después de batallar por querer escribir y hablar en ucraniano, sabiendo que las paredes que antes sostenían su templo artístico ya no son las mismas. Pasar de decir “ya no hay teatro”, como se lo confesaron algunos de los miembros del grupo artístico a The New York Times, a hacer teatro por fuera del teatro, con la ambición de pisar las tablas de Úzhgorod, pero también las de Cracovia y Polonia, y, por qué no, las de otras partes del mundo.
“El arte, en su esencia, es rebeldía”, dice la historiadora Aneta de la Mar Ikonómova. “Es una manera creativa de expresar lo que está sucediendo. Rompe el discurso político y lineal que se conoce”, agrega. Los actores de Mariúpol son un ejemplo, sí, pero también lo son los músicos de la Orquesta Filarmónica de Ucrania, que, en marzo, pocos días después de haber comenzado la invasión, tocaron el Himno a la alegría, de Beethoven —que también es el canto de la Unión Europa desde 1985—, en la Plaza de la Independencia de Kiev. Entre barricadas, y de improviso, los violinistas, flautistas y trompetistas, entre otros músicos, entonaron la Novena sinfonía del compositor alemán, aludiendo a la unión y la armonía, en medio de las divisiones que se traducían en ataques cada vez más intensos, que llegaron, entre otros lugares más, a Kharkiv, donde la violinista Vera Lytochenko se encargó de tocar sus notas desde la profundidad de los sótanos hasta la infinitud del internet.
Y sí, el arte ha sido una forma de resistencia a los bombardeos, pero los espacios culturales también han sido blanco de la guerra. La Casa de la Cultura de Kiev, el Museo de Arte de Járkov y la catedral de Nuestra Señora de Kazán, en Marinka, en el óblast de Donetsk, una de las zonas más golpeadas por el conflicto en el este del país, acompañan al Teatro de Mariúpol en una lista que incluye edificios religiosos, espacios históricos, centros culturales, monumentos, museos y bibliotecas afectados por la guerra. Son por lo menos 150 los lugares culturales que han sido parcial o totalmente destruidos desde que las tropas rusas ingresaron a territorio ucraniano, el pasado 24 de febrero; lo que puso, incluso, en peligro las obras de Maria Primachenko, una artista ucraniana que reflejó en sus pinturas el reino del terror de Josef Stalin en Ucrania, y acabó con la casa-museo del poeta y filósofo Grigory Skovoroda, así como con el busto del poeta Taras Shevchenko.
Resistencia. Resistencia y teatro, y ahora resistencia y literatura, y a la mente se me viene el poeta ucraniano Ilya Kaminsky, quien, aunque huyó de Odessa y encontró asilo político en Estados Unidos desde 1993, se mantuvo unido a la tierra a través de sus versos. Porque si mediante la fundación Poets for Peace quiso brindar aliento a los refugiados de la guerra de los Balcanes, ampliando este proyecto a los afectados por los ataques a las Torres Gemelas, leyendo poemas para afrontar el sufrimiento humano, ahora lo hace publicando los mensajes que intercambia con escritores ucranianos en tiempos de guerra.
Le sugerimos: Sin un adiós a las armas
“En cuanto a la poesía: nunca pensé que escribiría sobre un soldado ruso que murió con vibradores robados en sus manos. Ahora puedes escribir sobre cualquier cosa. Atrás quedaron los tabúes. Hay más detalles y franqueza en los poemas, las líneas son más audaces, más anchas, a veces demasiado audaces, demasiado anchas. Quiero hablar más alto, aún más alto, para que me escuchen”, escribió Lesyk Panasiuk, mensaje que replicó Kaminsky en “En las ciudades ocupadas, el tiempo no existe: conversaciones con escritores de Bucha”, recordando al filósofo Emil Cioran, quien escribió: “A millas de distancia de la poesía, todavía participamos en ella por esa repentina necesidad de gritar, la última etapa del lirismo”.
Multiplicidad de relatos y tonos. La unión de percepciones y lenguajes artísticos. Todos ellos son trazos en la escritura de la historia de la guerra, que si bien, como dice De la Mar Ikonómova, apenas está empezando y no sabemos cómo va a resultar, entre los muchos peligros que existen está la polarización, el riesgo de ver en blanco y en negro, y en obviar aquello que no cabe allí. Dice que hasta Colombia no llega, pero en Europa, donde estuvo recientemente por doce días, notó que la rusofobia (que no es nueva) impide en algunos casos que entre abuelos y nietos se hable de lo que está pasando. Así lo vio en Bulgaria, su país de origen, donde los mayores de sesenta años tienden a ser rusófilos y los jóvenes tienden a ser rusófobos. “Si a ti te gusta Rusia, yo no hablo contigo. Eso es determinante”, comenta.
Sin embargo, tiene una convicción clara: “El arte va más allá de las cuestiones políticas”, y mientras sigue reflexionando sobre la guerra en Ucrania, se le viene a la mente “Miss Sarajevo”, una canción compuesta por Bono y después interpretada por el tenor Luciano Pavarotti, que se convirtió en la banda sonora de un documental sobre la guerra de Bosnia. El asesinato de Imela Nogic, Miss Sarajevo, a manos de un francotirador, luego de que en un concurso de belleza de 1993 varias mujeres portaran pancartas que decían “No dejen que nos maten”, es el centro de ello. Y así como a raíz de ese conflicto se ha entonado varias veces: “Hay un tiempo para la primera comunión, / un tiempo para East Seventeen, / hay un tiempo para volverse a La Meca, / hay un tiempo para ser una reina de belleza”, falta por ver qué más surge de la guerra que hoy en día vive Europa del este.
*
A través del siguiente formulario se pueden inscribir a la charla “Diálogos de El Magazín: La cultura en medio de las guerras”.
Llegar a Úzhgorod y reconstruirse a través del arte. Huir de Mariúpol, a 1.456 km de allí, y viajar hacia el oeste de Ucrania, dejando atrás sus hogares y los sótanos que los resguardaban de los bombardeos, o huyendo de los campos de filtración rusos en algunos casos, recorriendo una distancia mediada por el dolor de la guerra. Ser desplazados dentro de su propio país y optar por el teatro, aun cuando a su alrededor priman las armas, la destrucción y la muerte. Revivir a través de la vida y la obra del poeta Vasyl Stus un proyecto del Teatro Dramático Mariúpol, y hacerlo a pesar de la violencia y del bombardeo del 16 de marzo.
Ensayar en un cuarto y recordar el legado de Stus, quien murió en un campo de prisioneros soviético después de batallar por querer escribir y hablar en ucraniano, sabiendo que las paredes que antes sostenían su templo artístico ya no son las mismas. Pasar de decir “ya no hay teatro”, como se lo confesaron algunos de los miembros del grupo artístico a The New York Times, a hacer teatro por fuera del teatro, con la ambición de pisar las tablas de Úzhgorod, pero también las de Cracovia y Polonia, y, por qué no, las de otras partes del mundo.
“El arte, en su esencia, es rebeldía”, dice la historiadora Aneta de la Mar Ikonómova. “Es una manera creativa de expresar lo que está sucediendo. Rompe el discurso político y lineal que se conoce”, agrega. Los actores de Mariúpol son un ejemplo, sí, pero también lo son los músicos de la Orquesta Filarmónica de Ucrania, que, en marzo, pocos días después de haber comenzado la invasión, tocaron el Himno a la alegría, de Beethoven —que también es el canto de la Unión Europa desde 1985—, en la Plaza de la Independencia de Kiev. Entre barricadas, y de improviso, los violinistas, flautistas y trompetistas, entre otros músicos, entonaron la Novena sinfonía del compositor alemán, aludiendo a la unión y la armonía, en medio de las divisiones que se traducían en ataques cada vez más intensos, que llegaron, entre otros lugares más, a Kharkiv, donde la violinista Vera Lytochenko se encargó de tocar sus notas desde la profundidad de los sótanos hasta la infinitud del internet.
Y sí, el arte ha sido una forma de resistencia a los bombardeos, pero los espacios culturales también han sido blanco de la guerra. La Casa de la Cultura de Kiev, el Museo de Arte de Járkov y la catedral de Nuestra Señora de Kazán, en Marinka, en el óblast de Donetsk, una de las zonas más golpeadas por el conflicto en el este del país, acompañan al Teatro de Mariúpol en una lista que incluye edificios religiosos, espacios históricos, centros culturales, monumentos, museos y bibliotecas afectados por la guerra. Son por lo menos 150 los lugares culturales que han sido parcial o totalmente destruidos desde que las tropas rusas ingresaron a territorio ucraniano, el pasado 24 de febrero; lo que puso, incluso, en peligro las obras de Maria Primachenko, una artista ucraniana que reflejó en sus pinturas el reino del terror de Josef Stalin en Ucrania, y acabó con la casa-museo del poeta y filósofo Grigory Skovoroda, así como con el busto del poeta Taras Shevchenko.
Resistencia. Resistencia y teatro, y ahora resistencia y literatura, y a la mente se me viene el poeta ucraniano Ilya Kaminsky, quien, aunque huyó de Odessa y encontró asilo político en Estados Unidos desde 1993, se mantuvo unido a la tierra a través de sus versos. Porque si mediante la fundación Poets for Peace quiso brindar aliento a los refugiados de la guerra de los Balcanes, ampliando este proyecto a los afectados por los ataques a las Torres Gemelas, leyendo poemas para afrontar el sufrimiento humano, ahora lo hace publicando los mensajes que intercambia con escritores ucranianos en tiempos de guerra.
Le sugerimos: Sin un adiós a las armas
“En cuanto a la poesía: nunca pensé que escribiría sobre un soldado ruso que murió con vibradores robados en sus manos. Ahora puedes escribir sobre cualquier cosa. Atrás quedaron los tabúes. Hay más detalles y franqueza en los poemas, las líneas son más audaces, más anchas, a veces demasiado audaces, demasiado anchas. Quiero hablar más alto, aún más alto, para que me escuchen”, escribió Lesyk Panasiuk, mensaje que replicó Kaminsky en “En las ciudades ocupadas, el tiempo no existe: conversaciones con escritores de Bucha”, recordando al filósofo Emil Cioran, quien escribió: “A millas de distancia de la poesía, todavía participamos en ella por esa repentina necesidad de gritar, la última etapa del lirismo”.
Multiplicidad de relatos y tonos. La unión de percepciones y lenguajes artísticos. Todos ellos son trazos en la escritura de la historia de la guerra, que si bien, como dice De la Mar Ikonómova, apenas está empezando y no sabemos cómo va a resultar, entre los muchos peligros que existen está la polarización, el riesgo de ver en blanco y en negro, y en obviar aquello que no cabe allí. Dice que hasta Colombia no llega, pero en Europa, donde estuvo recientemente por doce días, notó que la rusofobia (que no es nueva) impide en algunos casos que entre abuelos y nietos se hable de lo que está pasando. Así lo vio en Bulgaria, su país de origen, donde los mayores de sesenta años tienden a ser rusófilos y los jóvenes tienden a ser rusófobos. “Si a ti te gusta Rusia, yo no hablo contigo. Eso es determinante”, comenta.
Sin embargo, tiene una convicción clara: “El arte va más allá de las cuestiones políticas”, y mientras sigue reflexionando sobre la guerra en Ucrania, se le viene a la mente “Miss Sarajevo”, una canción compuesta por Bono y después interpretada por el tenor Luciano Pavarotti, que se convirtió en la banda sonora de un documental sobre la guerra de Bosnia. El asesinato de Imela Nogic, Miss Sarajevo, a manos de un francotirador, luego de que en un concurso de belleza de 1993 varias mujeres portaran pancartas que decían “No dejen que nos maten”, es el centro de ello. Y así como a raíz de ese conflicto se ha entonado varias veces: “Hay un tiempo para la primera comunión, / un tiempo para East Seventeen, / hay un tiempo para volverse a La Meca, / hay un tiempo para ser una reina de belleza”, falta por ver qué más surge de la guerra que hoy en día vive Europa del este.
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A través del siguiente formulario se pueden inscribir a la charla “Diálogos de El Magazín: La cultura en medio de las guerras”.