Editoriales: las batallas por sobrevivir en medio de la independencia
Una radiografía sobre el panorama que viven las editoriales independientes en Colombia, construida a partir de sus fundadores y escritores, quienes han sumado esfuerzos por mantener vivos sus proyectos.
Samuel Sosa Velandia
Hace algunas semanas, la Cámara Colombiana del Libro entregó unas cifras que registraron que los hábitos de lectura en el país habían mejorado. Dicha encuesta contratada por la entidad arrojó que siete de cada diez ciudadanos aseguraban ser lectores, lo que indicó un aumento en comparación con 2017, el último año el que el DANE realizó la “Encuesta Nacional de Lectura y Escritura – ENLEC”.
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Hace algunas semanas, la Cámara Colombiana del Libro entregó unas cifras que registraron que los hábitos de lectura en el país habían mejorado. Dicha encuesta contratada por la entidad arrojó que siete de cada diez ciudadanos aseguraban ser lectores, lo que indicó un aumento en comparación con 2017, el último año el que el DANE realizó la “Encuesta Nacional de Lectura y Escritura – ENLEC”.
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Si bien los números señalan que el 75% de los colombianos encuestados reportó haber leído por lo menos un libro durante el 2023, las cifras continúan siendo bajas en paralelo con otros países de la región, como México y Argentina. Asimismo, y como lo aseguraron las editoriales independientes que hablaron para El Espectador, el comportamiento y la relación del Estado con la oferta nacional sigue siendo lejana y carente de garantías.
“En este momento, mensualmente, a un librero le están llegando cerca de 1.500 títulos nuevos, que en su mayoría son novedades españolas y producidas por los grandes grupos empresariales que dominan el mercado. De esos libros que llegan, puede que ni el 10% sean colombianos”, afirma John Naranjo, director de Rey Naranjo Editores, una de las editoriales independientes de Bogotá, que lleva desde 2010 sirviendo como una plataforma para autores nuevos y consagrados en la industria nacional, en la que parece exigirse mayor presencia de lo local, la cual es una característica difusa, ya que la Ley del libro, en su artículo 2, determina que cualquier volumen impreso en Colombia, sin importar si fue hecho en otro país, se considera colombiano.
Esta legislación es también objeto de críticas, ya que se ha dicho que parece desactualizada y no responde a las necesidades del entramado editorial colombiano. “Es una ley que se formuló en un momento en el que la industria editorial colombiana era más débil”, aseveró Felipe González, fundador de la editorial capitalina Laguna Libros y director de la Cámara Colombiana de Edición, en entrevista para la Revista Cambio.
Naranjo coincide en este punto, incluso, manifiesta que parte de las dificultades a las que se enfrentan las editoriales independientes son el resultado de una inacción por parte del poder ejecutivo y legislativo.
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“La ley del libro ha beneficiado a los productores, es decir, a las empresas de impresión que fueron una gran fuente de empleo y que convirtieron a Colombia en un líder en la materia durante la década de los 80´s y 90´s, pero eso desapareció porque los chinos se apropiaron de ese mercado. Por eso, ese estatuto hay que reescribirlo, porque fue hecho para otra época y nunca ha favorecido ni a los lectores, ni a los productores intelectuales de los libros”. Y a pesar de que no hay cifras exactas sobre este asunto, las editoriales son testigos de que a lo largo y ancho del territorio nacional hay una gran cantidad de autores creando obras.
“La política del libro es de minorías, pero hoy ese pequeño grupo será la mayoría del mañana, porque actualmente existe una legión importante de autores, ilustradores, fotógrafos y demás creativos”, señaló Naranjo. No obstante, esta alta oferta se ve relegada en un mercado del libro “monopolizado y desigual”, como lo aseguró Óscar Hembert, fundador de Oromo librería, una editorial de la ciudad de Cali. Además de los problemas financieros, Hembert mencionó la desconfianza que existe de los lectores sobre los productos nacionales.
“La gente siempre busca los mismos libros, las mismas editoriales y autores. Cuando uno les muestra el trabajo local, les cuesta salir de ese chip. Existe una desconfianza sobre lo propio”. En parte, para Naranjo esto radica en una visión colonialista que ha definido el proyecto de nuestra nación, pues bajo su mirada la falta de identidad lectora es el resultado de un problema de apropiación.
“El libro emerge como un baluarte de la comunicación y de la civilización de un territorio. Pero aquí ni los políticos son conscientes de ese valor que tiene el libro, por tanto, no pueden defenderlo. En países como Francia, Alemania o Italia han logrado resguardar su cultura impresa y su lenguaje, pero nosotros no hemos podido porque seguimos defendiendo los intereses de los españoles, que también capitalizaron la lectura”.
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Al parecer, la llegada de Gustavo Petro a la presidencia trajo un aire de esperanza a esta industria, pero el mandatario también ha sido criticado: las promesas de campaña “no han sido cumplidas”, por lo que el sector cultural, entre ellos editores y escritores, enviaron más de una decena de cartas en las que expresaron al ejecutivo su inconformidad por el manejo que se le estaba dando al entramado, que en mayo ni siquiera tenía un representante de la cartera en propiedad. Durante esos mismos días, se le envió al presidente un documento en el que se le reclamó que “el fomento del libro, las bibliotecas y la lectura estaban subvaloradas en la apuesta actual del Ministerio”.
Otro de los asuntos que ha dificultado la labor de las editoriales independientes es una práctica que tiene que ver con el sistema educativo. “El público lector no crece y yo creo que el problema tiene que ver con el paradigma educativo, más que de la industria editorial. Se debe reformar lo pedagógico y crear un enfoque que motive a los jóvenes a la lectura. A pesar de que el nivel de alfabetización es alto, no hay compresión lectora, ni interpretación”, comentó Carlos Felipe Ospina, cofundador de Editorial Zaíno.
Con todo este panorama, para Ospina es un “milagro” que existan estas editoriales independientes y que, incluso, tras la pandemia hayan logrado mantenerse vigentes. “A mí me parece milagroso que existamos en Colombia, porque por todos los costos no es económicamente viable y porque la lectura en nuestro país no es una prioridad. No se puede creer que, porque estemos trabajando, se haya encontrado una solución al problema”.
La colectividad editorial
Para las editoriales independientes ha sido fundamental el trabajo colaborativo. Las mismas problemáticas, preocupaciones y necesidades les han servido para propiciar un diálogo y una defensa por su labor. La Cámara Colombiana de la Edición Independiente, una asociación de 76 editoriales de todo el país, que nació junio de 2023, sirve como ejemplo de los efectos de agremiarse.
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“Este no es el primer esfuerzo que hay de editoriales independientes en el país por juntarse, pero tal vez es de los más grandes e importantes. Eso nos ha funcionado bien para que podamos posicionarnos en el mercado y convertirnos en algo rentable”, explicó Ospina. Por medio de talleres y conversatorios no solo se ha buscado hablar sobre las problemáticas, sino también dotar de conocimientos e insumos a estas empresas para hacer sostenibles sus proyectos.
Felipe González, director de la asociación, comentó para la revista Cambio que esto se inició luego de que algunas editoriales se desafiliaran de la Cámara Colombiana del Libro en mayo de 2020: no se sentían representadas. Se quejaban de una falta de conexión con las directivas de esta organización. Por esta razón, esta colectividad se ha trazado el objetivo de representar estas voces que se sienten relegadas de lo oficial y de esa historia que, sostienen, también les pertenece.
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