Las bibliotecas sobrevivirán a Internet y a los algoritmos, según historiadores
Los historiadores Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen auguran en su ensayo “Bibliotecas. Una historia frágil” que “las bibliotecas físicas sobrevivirán a Internet y los bibliotecarios no serán reemplazados por algoritmos”.
Jose Oliva
En una entrevista, el británico Pettegree pone como ejemplo “más claro” para argumentar esta tesis lo que ha sucedido con la prensa escrita, “que hoy se puede leer de forma digital, pero no ha desaparecido en papel”.
Recuerda Pettegree que el cambio de pergaminos a libros impresos “también fue revolucionario y también hubo miedo, pero se incrementó la capacidad de lectura de la población. Ahora Internet no va a suponer la muerte del libro, porque la gente sigue comprando el objeto físico, y se hace difícil pensar en unas bibliotecas del futuro sin libros”.
En su opinión, las bibliotecas meramente digitales experimentales no están funcionando, y además las bibliotecas públicas tienen una función social.
Pettegree y Der Weduwen, ambos de la Universidad de Saint Andrews (Escocia), ya habían escrito anteriormente sobre la cultura de los libros, y con esa experiencia vieron la importancia y el papel que jugaron las bibliotecas privadas a lo largo de la historia.
De los 2,6 millones de bibliotecas institucionales que hay en el planeta, solo unas 404.000 son públicas, lo que, según el neerlandés Der Weduwen, desmiente la creencia general de que la mayoría de los libros están en manos públicas.
Para trazar esta historia ambos autores han consultado más de 300 bibliotecas y archivos, colecciones institucionales, bibliotecas eclesiásticas, escolares, universitarias, es decir, todas las diferentes formas de hacer llegar los libros a los lectores.
Al principio, las bibliotecas eran “un espacio para las personas ilustradas, los eruditos, pero con el tiempo ha ido cambiando el contenido de los libros y se han acercado más a la población”. Cuando llegó la imprenta en 1450, hacer libros era lo suficientemente barato como para que académicos, curas, abogados o médicos pudieran sumarse a este grupo de coleccionistas.
La imprenta, continúan los autores, supuso que la lectura llegara a todos los estratos de la sociedad en el siglo XVIII-XIX, aunque advierten: “Resulta paradójico que se tardaran 400 años desde la invención de la imprenta hasta que se aprobó la primera ley de bibliotecas públicas y se instalara en la sociedad la conciencia social de su importancia”.
Pettegree asegura que tanto los Estados democráticos como totalitarios han utilizado los libros como parte de su esfuerzo de guerra, y ahora también se está viendo con la censura en las bibliotecas escolares de Estados Unidos.
Según los autores, el fuego es la principal amenaza de todas las bibliotecas, pues la mayoría de los edificios históricos se construyeron con piedra y madera. Sin embargo, “la humedad, el polvo, las polillas y los piojos de los libros hacen mucho más daño a lo largo de los años que la destrucción deliberada de colecciones”, comenta Der Weduwen.
En una entrevista, el británico Pettegree pone como ejemplo “más claro” para argumentar esta tesis lo que ha sucedido con la prensa escrita, “que hoy se puede leer de forma digital, pero no ha desaparecido en papel”.
Recuerda Pettegree que el cambio de pergaminos a libros impresos “también fue revolucionario y también hubo miedo, pero se incrementó la capacidad de lectura de la población. Ahora Internet no va a suponer la muerte del libro, porque la gente sigue comprando el objeto físico, y se hace difícil pensar en unas bibliotecas del futuro sin libros”.
En su opinión, las bibliotecas meramente digitales experimentales no están funcionando, y además las bibliotecas públicas tienen una función social.
Pettegree y Der Weduwen, ambos de la Universidad de Saint Andrews (Escocia), ya habían escrito anteriormente sobre la cultura de los libros, y con esa experiencia vieron la importancia y el papel que jugaron las bibliotecas privadas a lo largo de la historia.
De los 2,6 millones de bibliotecas institucionales que hay en el planeta, solo unas 404.000 son públicas, lo que, según el neerlandés Der Weduwen, desmiente la creencia general de que la mayoría de los libros están en manos públicas.
Para trazar esta historia ambos autores han consultado más de 300 bibliotecas y archivos, colecciones institucionales, bibliotecas eclesiásticas, escolares, universitarias, es decir, todas las diferentes formas de hacer llegar los libros a los lectores.
Al principio, las bibliotecas eran “un espacio para las personas ilustradas, los eruditos, pero con el tiempo ha ido cambiando el contenido de los libros y se han acercado más a la población”. Cuando llegó la imprenta en 1450, hacer libros era lo suficientemente barato como para que académicos, curas, abogados o médicos pudieran sumarse a este grupo de coleccionistas.
La imprenta, continúan los autores, supuso que la lectura llegara a todos los estratos de la sociedad en el siglo XVIII-XIX, aunque advierten: “Resulta paradójico que se tardaran 400 años desde la invención de la imprenta hasta que se aprobó la primera ley de bibliotecas públicas y se instalara en la sociedad la conciencia social de su importancia”.
Pettegree asegura que tanto los Estados democráticos como totalitarios han utilizado los libros como parte de su esfuerzo de guerra, y ahora también se está viendo con la censura en las bibliotecas escolares de Estados Unidos.
Según los autores, el fuego es la principal amenaza de todas las bibliotecas, pues la mayoría de los edificios históricos se construyeron con piedra y madera. Sin embargo, “la humedad, el polvo, las polillas y los piojos de los libros hacen mucho más daño a lo largo de los años que la destrucción deliberada de colecciones”, comenta Der Weduwen.