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La imagen de una plaza con caballos y carruajes recibe a la audiencia. Esta escena podría ubicarse en el centro de algún pueblo en el interior de Colombia, o propiamente en Sevilla (España), donde Wolfang Amadeus Mozart situó la ópera que se presenta hoy sobre el escenario: Las bodas de Fígaro.
Los acordes familiares de la obertura anuncian con una melodía alegre la historia de amor y astucia que está a punto de desenvolverse. Con una casona de fondo que recuerda a aquellas que se aprecian entre los cafetales caldenses, empiezan a aparecer deferentes personajes montados sobre bicicletas que se desplazan sobre las tablas.
La ópera bufa, que se estrenó el pasado miércoles 31 de agosto y fue producida entre el Teatro Mayor y la Compañía Estable, fue compuesta entre 1785 y 1786 con el libreto de Lorenzo da Ponte, inspirado por la obra de Pierre Agustín Caron de Beaumarchais: La folle journée, y se estrenó por primera vez hace 236 años.
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Esta cuenta la historia de Fígaro, un empleado de la hacienda del conde de Almaviva, quien está comprometido con la joven Susanna. A pesar de que el conde ya estaba casado con Rosina, la condesa, este busca reinstaurar un antiguo derecho que había abolido, el cual le permitía pasar la noche antes de la boda con la prometida de su criado. La trama se complica, pues el conde comienza a poner su plan en marcha, mientras que la pareja de enamorados se une a la condesa para frustrar sus acciones a través de un engaño. Sin embargo, esta no es la única conspiración que se cuece en medio de la comedia. La ama de llaves, Marcelina, busca a Bartolo para que la ayude a hacer que Fígaro cumpla un contrato que lo obliga a desposarla y así acuden al conde para efectuar el plan. Con los bandos dispuestos, comienza una carrera de astucia en la que siempre existe el riesgo de ser descubierto. Los planes de cada lado involucran a otros personajes, como el paje Cherubino, que también llega a cumplir un papel importante en el desenlace de una cómica situación.
En esta ocasión, el elenco internacional fue conformado por la soprano colombiana Julieth Lozano Rolong, en el papel de Susana; el barítono español José Antonio López, como Fígaro; la soprano inglesa Kate Royal, como la condesa; el barítono uruguayo Marcelo Guzzo, como el conde; el bajo barítono colombiano Valeriano Lanchas, como Bartolo; la mezzosoprano venezolana Ana Mora, como Marcelina, y la mezzosoprano colombiana Laura Mosquera, como Cherubino, entre otros. Junto a la Orquesta Filarmónica Juvenil de la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el Grupo de Teatro de la Universidad de los Andes trabajaron bajo la dirección musical del austriaco Martin Haselböck para dar vida a los personajes de esta comedia.
A pesar de que la versión original fue pensada para estar ambientada en el siglo XVIII en España, la versión ideada por el director escénico y fundador de la Compañía Estable, Pedro Salazar, sitúa la historia en un tiempo más moderno. “Creo que si vamos a hacer ópera en Colombia tenemos que buscar la forma de hablar de nosotros mismos, y esta vez estamos hablando de nosotros hoy”. Salazar cuenta que el material en el que se basa esta ópera fue censurado en un principio por el gobierno monárquico al momento de su publicación, debido a que “es la rebelión de un sirviente contra su patrón. Habla sobre el fin de la era feudal y sobre la libertad de cada uno de decidir sobre su propia vida y con quién estar. Creo que esas dinámicas de clase, de género, de la vida misma, están presentes en Colombia hoy”.
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Aquí el conde es presentado como un ciclista moderno que también sale de cacería, la condesa como una mujer triste que practica boxeo, Bartolo como un abogado o doctor que conduce un Volkswagen escarabajo azul y a Cherubino, el paje que demuestra afectos por la condesa, se le muestra como un joven de estilo moderno que baila al son de su propio tambor. Estas son algunas de las características modernas que se infundieron a los personajes que llevan siglos siendo representados.
Para Marcelo Guzzo, el barítono uruguayo que interpreta al conde Almaviva, “esta obra es atemporal en muchos sentidos. Es muy humana en su trama. Las falencias y los aciertos de su historia nos acompañan en nuestro ADN y veremos siempre al hombre ayer, hoy y mañana caer en las tentaciones del poder, el romance, etc. No hay mayores dificultades al cambiarla de contexto, siempre y cuando se respete la línea de pensamiento”.
Precisamente la línea del pensamiento fue lo que Salazar apuntó junto con el escenógrafo Julián Hoyos para crear la puesta en escena. Aunque afirma que llegar al resultado no fue fácil debido a la edad de esta ópera: “Hay algo en el estilo que queríamos evocar. Es una ópera que viene de la comedia francesa, por lo que hay una parte que es como un juego y otra en la que se explora la dura realidad de existir, de sentir el desamor, de sentir la injusticia, que no necesariamente se ubican en el juego cómico”. Uno de los retos fue equilibrar las partes a las que se refiere Salazar, sin dejar de lado el estilo propuesto por Mozart, para hablar de quienes somos hoy en Colombia.
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Además de querer hablar de la sociedad colombiana en medio de una historia sevillana de hace más de 200 años, no quisieron perder los detalles de época, reflejados en elementos como el maquillaje y los peinados de algunos personajes. El vestuario, diseñado por la ucraniana Olga Maslova, resalta por su colorido frente a las paredes blancas de la escenografía. Además, fluye bajo el concepto de hablar de Latinoamérica en el universo de Mozart. “Revisamos la moda española y sevillana, y encontramos que usan mucho color. Un ejemplo son las películas de Pedro Almodóvar y su uso de colores primarios. Ahí encontramos una estética entre lo que existe y lo que buscamos”.
Para crear los espacios que se utilizan en los actos de esta ópera, Salazar cuenta que “miramos haciendas y casas de campo en Colombia, tanto de tierra fría como caliente, en lugares tropicales o más de montaña. Al mismo tiempo investigamos lo que es Sevilla y las aristocracias de hoy en día y ahí profundizamos sobre el contraste entre el patrón y sus empleados, es decir, sobre las dinámicas de esas relaciones. Al principio pensamos en hacer una casa colonial, pero al mirar eso en la maqueta nos pareció algo muy convencional y nos interesó llegar a una propuesta más teatral que realista”.
A pesar de que esta es una obra que toca temas universales y atemporales, Salazar ve una arista adicional a la presentación de Las bodas de Fígaro en el contexto actual, ya que “se ha hablado del cambio de estructuras sociales, y esta ópera habla de eso. Por eso fue tan censurada y tan revolucionaria en su momento. Habla del tema de la igualdad entre los hombres, a pesar de su clase o rango, y en Colombia se discute la necesidad de generar una sociedad más igualitaria. Por un lado, este tema se toca en medio de la comedia que tiene el amor como tema central, un anhelo que cada uno de los personajes trata de encontrar y que encontrará de diferentes maneras”. Con esta producción, Salazar no quiso colombianizar la visión de Mozart, sino usarla como excusa para acercarse a nuestra sociedad y, a través de elementos de nuestra cultura, apropiarse de ese relato para aprender de nosotros mismos. “Creo que la comedia es muy interesante: los personajes van a lo más profundo de sí mismos a través del disfraz y de perderse en su interior para salir transformados. Esa es la esencia de esta ópera”.