“Las brujas de Salem”: no fue el diablo, fue la condición humana
Una reseña sobre la obra escrita por Arthur Miller llamada “Las brujas de Salem”, el libro elegido por Fabio Rubiano para basar la conversación en el pódcast de literatura de El Espectador, El refugio de los tocados.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Recordando los juicios de Salem, Arthur Miller escribió una obra de teatro. No fue precisamente fiel a lo que ocurrió. Se tomó ciertas libertades creativas: le sumó años a algunos personajes (según los registros), redujo actores para la trama y se centró en lo que la condición humana puede lograr ante el miedo y la represión. Los hechos ocurrieron en 1692: 19 personas fueron condenadas a muerte por brujería. En nombre de Dios y en pro de su obediencia, la comunidad de Salem se sumergió en un delirio que los convenció de que debían defenderse, sin importar el precio, de la maldad. Del demonio, que lo veían representado en las brujas y sus poderes. Su fanatismo religioso los condujo a organizar exorcismos, involucrarse en chismes, delatar vecinos y ahorcar personas.
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Recordando los juicios de Salem, Arthur Miller escribió una obra de teatro. No fue precisamente fiel a lo que ocurrió. Se tomó ciertas libertades creativas: le sumó años a algunos personajes (según los registros), redujo actores para la trama y se centró en lo que la condición humana puede lograr ante el miedo y la represión. Los hechos ocurrieron en 1692: 19 personas fueron condenadas a muerte por brujería. En nombre de Dios y en pro de su obediencia, la comunidad de Salem se sumergió en un delirio que los convenció de que debían defenderse, sin importar el precio, de la maldad. Del demonio, que lo veían representado en las brujas y sus poderes. Su fanatismo religioso los condujo a organizar exorcismos, involucrarse en chismes, delatar vecinos y ahorcar personas.
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En Salem, actual estado de Massachusetts, se desató una lucha de colonos y, en medio de esta, las personas protegieron su alma yendo todos los días a la iglesia y cumpliendo severamente con los designios de la Biblia. En medio de esta tensa calma, algunas jóvenes fueron sorprendidas bailando. Era de noche y su danza no se veía inocente. Después del incidente, se enfermaron, pero los síntomas comenzaron a preocupar: una inconsciencia de una de ellas prolongada, ojos en blanco, gritos, contorsiones exageradas de algunas partes del cuerpo, etc. Al ver estos comportamientos, se decidió llamar a otro reverendo para aclarar el asunto. Así comenzó una cacería de brujas que terminó por convertirse en la excusa para ocultar miedos, cobrar venganzas y cuidar el propio metro cuadrado.
Al comenzar a escucharse el nombre de las y los sospechosos, las acusaciones se basaron en sensaciones, intuiciones o designios divinos. Las jóvenes que fueron sorprendidas hablaron bajo una presión que las puso a hablar para salvarse a sí mismas, pero se olvidaron de la justicia. De hecho, el concepto de justicia fue cuestionado en este libro: qué es, cómo se administra y quiénes son los más indicados para hacerlo. En Salem, la histeria y el absurdo sorprenden al lector, sobre todo porque se habla de una cotidianidad vivida en medio de una represión consentida. Ese fue su pacto social y así, por un tiempo, lograron vivir en armonía. Una cárcel con bienestar.
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Arthur Miller notó las similitudes entre las dos épocas y persecuciones. Al ser acusado de comunista, además de asombrarse por los argumentos que se usaron para señalarlo (firmó algunos manifiestos y fue visto en algunas reuniones), realizó un paralelo entre las faltas de garantías de aquel periodo colonial y las de su tiempo, además del pecado por el que se le acusó. Las “conductas antiamericanas” fueron tan populares por aquellos años en los que no habían salido de una Segunda Guerra Mundial, para entrar en una Guerra fría debido a la paranoia por la experimentación de la Bomba atómica por parte de la URSS y la guerra de Corea. El senador Joseph McCarthy encontró la forma de hacerse más popular a partir de procesos irregulares que denunciaron una serie de personas sospechosas de, siquiera, simpatizar con el comunismo. Se llamó macartismo a aquella “cacería de brujas” que Miller supo relacionar con los juicios de Salem.
En el primer capítulo de El refugio de los tocados, el pódcast de literatura de El Espectador, Fabio Rubiano eligió Las brujas de Salem para basar la conversación. Así es la dinámica de este formato: los invitados eligen una obra literaria, la periodista la lee y se diseña una conversación con el objetivo de conocer más del libro, pero también del invitado que, a través de ese gusto, termina por hablar sobre su cotidianidad, sus gustos y sus miedos.
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Para muchos, leer teatro es difícil, para el dramaturgo y director del Teatro Petra, es placentero y muy emocional. Esta obra, que para él ha sido una de las “mejores” de la humanidad, resulta fascinante por la habilidad de Miller para manifestarse en contra de todo aquel que viese el diablo en la diferencia. Para todo aquel que viera amenazas en lo que se saliera de lo establecido. En Salem, por ejemplo, las causas de esta paranoia se debían a que la comunidad era puritana y había acabado de llegar de Inglaterra a causa de, paradójicamente, otra persecución. Al llegar a Estados Unidos, se adueñaron de los territorios indígenas, así que lidiaron con tres traumas: otros cristianos que podrían amenazar su origen con costumbres menos rígidas o hasta paganas, o los indígenas que recuperarían sus tierras. Además del demonio, que por la época de Miller se veía rojo y hablaba ruso.
En tiempos donde todo genera miedo o culpa, cualquiera es una amenaza. Así fue cómo lograron que todos en Salem contribuyeran a una vigilancia permanente: si alguien no iba al culto, sospechoso. Si alguien dudaba de la existencia del diablo, también. Si alguien dudaba de la existencia de Dios, culpable.
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Y aunque el fondo de Las brujas de Salem se enmarca en hechos reales ocurridos en el Siglo XVII y el macartismo de los años 50, el eje central es una historia de amor entre una joven y un hombre casado. Él quiso terminar su aventura y seguir con su matrimonio. Ella quedó enamorada y herida: los chismes y las habladurías comenzaron, además, por asuntos personales. No fueron los cachos de la bestia roja a la que le sale fuego por la boca, fue la condición humana.