Las cajas mágicas de Ofelia Rodríguez
Un texto sobre la barranquillera Ofelia Rodríguez, quien fue homenajeada recientemente por la galería de arte de Spike Island (Inglaterra), en la que se organizó la exposición antológica “Talking in Dreams”(“Hablando en sueños”), patrocinada por el British Arts Council.
Eduardo Márceles Daconte
Desde que estaba en la escuela secundaria en Barranquilla, ciudad donde nació en 1946, Ofelia Rodríguez se interesó por las artes visuales. Empezó a estudiar dibujo en los cursos libres de la Escuela de Bellas Artes con Alejandro Obregón, quien impartía la cátedra con el desparpajo de su vocación experimentalista y bohemia. Lo que inició como una vocación juvenil permaneció a través de su carrera académica en la Universidad de los Andes de Bogotá, donde tuvo tutores tan distinguidos como la crítica de arte Marta Traba y los artistas Armando Villegas, Santiago Cárdenas y Umberto Giangrandi.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Desde que estaba en la escuela secundaria en Barranquilla, ciudad donde nació en 1946, Ofelia Rodríguez se interesó por las artes visuales. Empezó a estudiar dibujo en los cursos libres de la Escuela de Bellas Artes con Alejandro Obregón, quien impartía la cátedra con el desparpajo de su vocación experimentalista y bohemia. Lo que inició como una vocación juvenil permaneció a través de su carrera académica en la Universidad de los Andes de Bogotá, donde tuvo tutores tan distinguidos como la crítica de arte Marta Traba y los artistas Armando Villegas, Santiago Cárdenas y Umberto Giangrandi.
Lea: Poli Mallarino o la mirada que siente.
Por aquella época desarrolló una pintura que se nutría de la genética y su interés por las teorías científicas. Las células microscópicas se convertían sobre el lienzo en espacios de color que formaban un tejido orgánico. Con esta obra alcanzó a ganarse una beca para hacer una maestría en bellas artes en la Universidad de Yale, en 1970. Allí se percató de los estereotipos que gravitan en el ámbito académico estadounidense sobre el arte latinoamericano. Se rebeló contra ellos con una pintura diferente de grandes formatos que confeccionaba cortando figuras de tela que luego cosía con hilo, a modo de collage, sobre un fondo monocromático de preferencia negro o blanco con matices grises.
Su experiencia académica en Estados Unidos la preparó para enseñar en una facultad de arte en Bogotá, pero se mudó a pinturas pequeñas, monotipos y grabados como medio de expresión. Superada esta etapa colombiana se radicó en París, donde descubrió, entre otras cosas, las cajas artesanales de madera que utilizan los franceses para guardar el queso o colgar las llaves, entonces se dedicó a investigar las expresiones de la artesanía popular de América Latina. Pensaba que si un escritor como García Márquez conquistaba el mundo a partir de los curiosos sucesos de un ámbito rural llamado Macondo, tenía que funcionar también en las artes plásticas.
Radicada en Londres por amor conyugal, empezó a reciclar objetos encontrados por azar, cosas reminiscentes de sus vivencias en Barranquilla, los retablos que venden en los mercados mexicanos, los tejidos indígenas de Perú o las coloridas artesanías colombianas. En Estados Unidos se había familiarizado con el arte pop, representado por Andy Warhol, es decir, la transformación de objetos comunes en obras de arte. También estuvo expuesta a la obra del artista Joseph Cornell, quien asimiló a sus “cajas” objetos cotidianos que compraba en mercados de pulgas. En esa coyuntura empezó a explorar el tema de las cajas, las cuales se constituyen en su contribución más significativa a las artes visuales.
Asimismo, conoció el trabajo de Lucas Samaras, artista a quien tuvo de profesor durante sus estudios en Yale, conocido por sus ensamblajes en técnica mixta, sus innovadoras cajas de contenidos híbridos y sus experimentos fotográficos que insisten en reconocerse a sí mismos con una obsesión narcisista. Teniendo en cuenta que la realidad latinoamericana es a veces extraña, compleja, onírica y que escapa a la lógica cartesiana, se lanzó por el camino de una pintura que insiste en grandes áreas de color en composiciones geométricas, que dan la idea de un amplio espacio en donde integra elementos autobiográficos o recuerdos de infancia: iguanas, tortugas, fauces de babilla, leyendas ribereñas como la del hombre caimán o imágenes crípticas para estimular los sentidos como dedos, uñas, corazones, orejas, rostros, lenguas sangrantes, pieles de animales o cepillos hirsutos.
Lea también: La Galería Sextante abre de nuevo la exposición “Olvidándome de mí” de Powerpaola.
La originalidad de Ofelia Rodríguez radica en la coincidencia de objetos y elementos incongruentes que se dan cita en sus pinturas o cajas mágicas en las que incorpora chupos de bebé, tornillos, cachos, figurillas de indios, animales en miniatura, juguetes plásticos y pieles afelpadas que, en su conjunto, aluden al arte kitsch.
En su obra, como solía suceder con los surrealistas o los dadaístas como Francis Picabia o Jean Arp con sus “papeles rotos”, o las fragmentaciones de Joan Miró, se dan las circunstancias propicias para reflexionar sobre las características de una plástica posmoderna. Solo que aquí está la visión del mundo caribeño en toda su intensidad de trópico fantástico con el encanto primitivo de sus mitos, leyendas y tradiciones populares, como el Carnaval o los fetiches de santería.
Su pintura trasciende las limitaciones naturales de los soportes tradicionales, en tanto que integra las costuras para remendar rasgaduras e introduce retratos u objetos encontrados como un desarrollo posmoderno del collage. Sus líneas curvas de colores cálidos, que perfilan figuras orgánicas, peludas o sangrantes, aluden a cierto erotismo sublimado más espontáneo que racional. Sus cajas mágicas son sencillas construcciones tridimensionales en madera que, como relicarios o pequeñas capillas, guardan en su interior objetos disímiles y simbólicos que remiten a una connotación a veces lúdica o irónica, imprimiéndoles una categoría estética a los elementos populares. La artista barranquillera vivió largas temporadas en Cartagena de Indias con Rurik Ingram, su esposo sueco, donde falleció el lunes 28 de agosto de 2023.
Le recomendamos: Una exposición que conmemora los 50 años de la toma de la espada de Bolívar.
Si le interesan los temas culturales y quiere opinar sobre nuestro contenido y recibir más información, escríbanos al correo de la editora Laura Camila Arévalo Domínguez (larevalo@elespectador.com) o al de Andrés Osorio (aosorio@elespectador.com).