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Hay distintos escenarios: varios museos, ferias del libro, óperas y festivales de cine han anunciado la cancelación de exposiciones, editoriales, escritores, cantantes y ciclos de películas de sus programaciones. Según la mayoría, además de ser un acto simbólico en contra de la guerra, es la forma que encontraron para no aportarle más dinero al gobierno de Vladímir Putin, que ajustó quince días de atacar a Ucrania.
También están los artistas rusos que han renunciado a presentarse debido a que reprueban las decisiones tomadas por su presidente. Los representantes del pabellón ruso en la Bienal de Venecia decidieron renunciar porque, según el comunicado en el que explicaron su ausencia, “cuando los civiles mueren bajo el fuego de los misiles, no hay lugar para el arte”.
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El último panorama de separación cultural, artística y de entretenimiento con los rusos, se evidencia con la decisión de no ingresar, de ninguna forma, al país: Disney, Warner y Sony no estrenarán sus películas. Netflix bloqueó todos sus servicios. Spotify no les permitirá acceder a un servicio prémium. La edición rusa de la revista Vogue dejará de imprimirse y marcas como Mc Donalds y Starbucks han decidido para sus ventas, así como las de tecnología como Apple.
En el primer escenario hay varios peligros que se discuten en el panorama cultural del mundo: si bien varios de los recintos culturales han aclarado que su decisión no cancela a artistas ni obras rusas que se opongan a la guerra, es bastante difícil garantizar que esta salvedad no promueva la creencia de que Europa y Occidente “atacan”, “rechazan” o “aíslan” a los rusos. Creencia de la que, además, Putin se ha valido en varios de sus discursos para intentar legitimar sus decisiones. En este caso cabe mencionar a la Feria del libro de Frankfurt, que anunció que la literatura rusa y de no ficción estará presente siempre y cuando sean editoriales alemanas las que la produzcan y comercialicen. “La medida no está dirigida contra los autores rusos y la accesibilidad de su producción de libros. La Feria del Libro de Fráncfort seguirá admitiendo stands individuales de editoriales rusas, aunque esta admisión será más bien una posibilidad teórica a la vista de las sanciones impuestas (transacciones de pago restringidas, restricciones al tráfico aéreo, etc.)”, anunciaron en un comunicado.
Varios han aclarado que, además, su decisión o su postura pública es una formalidad: debido a las sanciones, será cada vez más difícil la circulación de obras físicas.
Se especula sobre las graves consecuencias para la cultura y la libertad de expresión cuando la creación deja de publicarse por decisión de sus creadores. Es decir, si artistas rusos como Alezandra Sujareva y Kirill Savchenkov, que renunciaron a presentarse en la Bienal de Venecia, manifiestan su deseo de silenciarse o retirarse, la autocensura está casi que excusada debido a que, con estos gestos, demuestran su rechazo hacia las acciones bélicas de su presidente, y entonces su renuncia termina casi que incluyéndose en su obra artística. Termina por ser parte de su discurso creador.
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La preocupación comienza cuando son los demás quienes bloquean la difusión y el acceso a la cultura rusa. Las justificaciones coinciden en que es una forma de bloquear cualquier tipo de apoyo económico al gobierno de Putin, además de que algunos creen que hay mucho de propaganda a favor del líder en el arte ruso. Por último, apelan al simbolismo de dejar de consumir cualquier producción proveniente de este país: rechazar lo que produzcan, rechazaría la guerra.
Estos actos, que se han ido anunciando poco a poco a medida que avanzan los ataques de Putin, han sido considerados por muchos como una contradicción y un acto que tendría el efecto contrario al deseado: bloquear la cultura rusa terminaría siendo una contraofensiva para este país, es decir, terminaría generando más guerra en forma de xenofobia y censura.
Como lo registró el periódico uruguayo “El observador”, varios artistas se han manifestado en contra de esta lluvia de cancelaciones y del boicoteo generalizado que se ha desatado:
“En el momento en que un intelectual, periodista, escritor, cede al pensamiento único, se niega histéricamente a tratar de entender el punto de vista del otro (aún enemigo, sobre todo enemigo) en ese rechazo a querer saber, deja de ser un intelectual, un periodista, o un escritor”, dijo la escritora Ariana Harwicz, después de enumerar algunos de los bloqueos como deja de programar a Tchaikovsky de algunas orquestas, el desplazamiento de los cuadros de Mikhaïl e Ivan Morozov, la salida de Chéjov de festivales de teatro y la decisión última del Festival de Cannes, que excluyó a las delegaciones rusas de su edición 2022. “El arte vaciado de su poder de disidencia, el arte como verdugo, al servicio de la peste de la emoción”, concluyó Harwicz.
A su postura se suma la del escritor mexicano Emiliano Mogne: “Me escriben para invitarme a dejar de leer autores rusos y hacer pública mi renuncia —las redes están llenas de entusiastas descerebrados—. Cómo explicarle a ochenta kilos de estupidez que la cultura y el arte son, de hecho, la última trinchera contra la barbarie”. Con ellos estarían de acuerdo quienes han calificado de “absurdos” los pedidos de ciudadanos en redes que han propuesto prohibir la venta de vodka y la intención que tuvo la Universidad de Bicocca en Milán de cancelar una clase sobre la obra del escritor Fiódor Dostoievski. Unos cuantos también solicitaron la demolición de una estatua dedicada al autor en Florencia. El alcalde esta ciudad se negó.
También se han sumado figuras o líderes de opinión colombianas como Valeria Santos, quien considera “una estupidez” la cancelación de la cultura rusa.
Alimentando la rusofobia estamos sembrando décadas de más guerra. Así no. Cancelar la cultura rusa es una estúpidez. https://t.co/vSEv9LQzhP
— Valeria Santos (@valeriasantosb) March 4, 2022
Por su parte, el Festival de San Sebastián anunció que no excluiría a ninguna película rusa de su programación: “Seguiremos evaluando películas de manera individual, nunca en función de la nacionalidad a la que estas pertenezcan”.
Uno de los anuncios más recientes fue el de la Feria del Libro de Guadalajara, que publicó un comunicado en el que anunció la suspensión del contacto con “cualquier editor oficial de la Federación rusa” e invitó editores y escritores de Ucrania a exhibir sus títulos sin costo alguno. El comunicado también está firmado por la Feria Internacional del Libro de Bogotá, pero sus directivos le aclararon a este diario que su firma en aquella publicación es falsa y que todo hace parte de un malentendido. Actualmente, preparan un comunicado en que aclararán que no se sumarán a esta decisión.
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Y a pesar de que no solamente los intelectuales, escritores, artistas, músicos, sino también los consumidores de arte en el mundo, se han manifestado en contra del “boicot” a la cultura rusa, las sanciones se mantienen: el ministerio de Cultura y Deporte de España instó a la “suspensión de los proyectos e iniciativas en curso con la Federación Rusa, así como la cancelación de aquellas que se hubieran previsto y aún estuvieran pendientes de iniciarse”. Se cancelaron las funciones del Ballet Bolshoi en el Teatro Real o del Ballet del Teatro Mariinsky en el Festival de Peralada. El Liceo de Barcelona también canceló las actuaciones del pianista Denis Matsuev y la soprano Anna Netrebko, todas estas acciones registradas por el ABC de España.
Por su parte, el periódico El País de España anunció que los festivales de cine de Cannes y Venecia vetaron la participación rusa. El Museo ruso de Málaga, que es una filial del Museo Estatal de San Petersburgo, se debate entre seguir o cerrar. La ópera Metropolitana de Nueva York prescindió de la presencia de la soprano rusa Anna Netrebko, así como el Scala de Milán, que no contará con la presencia del director de orquesta ruso, Valery Gergiev. Además, la Filmoteca de Andalucía suspendió la proyección de Solaris, película dirigida por el ruso Andréi Tarkovski, y la sustituyó por la versión de la misma obra que realizó el estadounidense Steven Soderbergh en 2002.
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