Las extremidades de Galán
De cómo se dispuso de la cabeza, las manos, los brazos, las piernas y los pies de José Antonio Galán.
Tatiana Acevedo / acevedo.tatiana@gmail.com
En la imponente Biblioteca Nacional, en el centro de Bogotá, reposan dos “recibos” bastante escalofriantes. El primero lo expiden las autoridades de Socorro, Santander, el 23 de febrero de 1782. En él certifican “con placer” la recepción de una cabeza, un brazo y una mano. El segundo, emitido por el alcalde de Charalá el 7 de marzo de 1782, registra el recibimiento de un cajón con un juego de pierna y pie derecho. Todos los órganos enumerados pertenecían al cuerpo de José Antonio Galán, un mestizo pobre y de pasado gris que pasó a la historia por convertirse en el líder de la Revolución de los Comuneros.
Las historias de Galán o la insurrección comunera las aprendimos en el colegio gritando en numerosas izadas de bandera “¡Viva el Rey, abajo el mal gobierno!”. Son historias por todos conocidas. Se sabe que las reformas Borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII impusieron una nueva reglamentación fiscal y afectaron a comerciantes y criollos de cierta capacidad económica. De ahí en parte la rebelión, en cabeza de la Provincia del Socorro, a la que se sumaron los sectores populares y de donde surgieron liderazgos como el de Galán. Como también se sabe que el ejército comunero marchó hasta Zipaquirá, en donde se firmaron las Capitulaciones, un documento de negociación que en sus 35 puntos exigía reformas administrativas, mayores oportunidades para los criollos y un mejor tratamiento para los indígenas. Para cuando el amotinamiento se dispersó, criollos, mestizos e indígenas volvieron a sus casas.
La otra parte del relato, menos estudiada durante los años escolares, es la que cuenta que no todos los rebeldes cedieron. Galán reúne a sus tropas e inicia una correría por distintos municipios en los que agita las profundas contradicciones sociales.
“Mueran los blancos”, se gritaba en Honda; “abajo los rentistas y funcionarios coloniales”, estipulaban las consignas a lo largo del río Magdalena. Durante dos meses Galán no sólo osó liberar a esclavos de minas y haciendas, sino que repartió tierras, reclutó campesinos e indígenas y llegó incluso a promulgar la idea de sustituir la soberanía española por la del Rey Inca Túpac Amaru.
Su rebeldía se había salido de madre. El castigo debía ser ejemplar. El 20 de octubre de 1781 José Antonio Galán fue capturado en Onzaga, Santander. Con Galán tras las rejas el virrey Flores concedió un perdón general, bajó el precio del tabaco y el aguardiente y regresó varios impuestos a los porcentajes anteriores. Sin embargo, para el rebelde no hubo clemencia.
Galán infringió los códigos sagrados del orden colonial y se atrevió a subvertir la verticalidad, un pecado bastante caro. Por ello, las autoridades dispusieron de su vida y, una vez muerto, de su propio cuerpo. Se ordenó así el corte de la cabeza y la división del cuerpo en distintas partes. Una práctica acaso bastante común, cierto, pero poco divulgada.
En el manuscrito “Recibo de la cabeza y mano de Galán en el Socorro” se narra la llegada de la cabeza y el brazo a la ciudad. Insertos en una vara con forma de pincho, cabeza y brazo serán exhibidos en la plaza pública. Una vez desmenuzado el cadáver, es su descendencia la que será declarada “infame” y es su casa la que será sembrada “de sal para que de esa manera se dé olvido a su nombre”.
¿Quién fue José Antonio Galán?
José Antonio Galán nació en Charalá, en la provincia del Socorro, en 1749. Hijo de campesinos mestizos, fue analfabeto hasta su muerte. Había prestado servicio militar en su juventud y esto influyó en su ascenso dentro del ejército comunero. Pese a la rápida promoción dentro de las huestes revolucionarias, las contradicciones entre Galán y la dirigencia del movimiento comenzaron desde muy temprano, pues no fue bien visto que, en sus primeras actuaciones, declarara libres de tributos a los indígenas.
Aunque casi toda su vida la dedicó a trabajar como jornalero, no llegó a poseer tierra propia. De acuerdo con el historiador Mario Aguilera, cuando el alcalde de Charalá quiso cumplir con el punto de la sentencia que ordenaba regar su casa con sal, debió comunicar a las autoridades de Santafé que en su jurisdicción no se había encontrado el importe de un cuartillo, ni menos que José Antonio Galán tuviese casa ni domicilio formal en ésta.
En la imponente Biblioteca Nacional, en el centro de Bogotá, reposan dos “recibos” bastante escalofriantes. El primero lo expiden las autoridades de Socorro, Santander, el 23 de febrero de 1782. En él certifican “con placer” la recepción de una cabeza, un brazo y una mano. El segundo, emitido por el alcalde de Charalá el 7 de marzo de 1782, registra el recibimiento de un cajón con un juego de pierna y pie derecho. Todos los órganos enumerados pertenecían al cuerpo de José Antonio Galán, un mestizo pobre y de pasado gris que pasó a la historia por convertirse en el líder de la Revolución de los Comuneros.
Las historias de Galán o la insurrección comunera las aprendimos en el colegio gritando en numerosas izadas de bandera “¡Viva el Rey, abajo el mal gobierno!”. Son historias por todos conocidas. Se sabe que las reformas Borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII impusieron una nueva reglamentación fiscal y afectaron a comerciantes y criollos de cierta capacidad económica. De ahí en parte la rebelión, en cabeza de la Provincia del Socorro, a la que se sumaron los sectores populares y de donde surgieron liderazgos como el de Galán. Como también se sabe que el ejército comunero marchó hasta Zipaquirá, en donde se firmaron las Capitulaciones, un documento de negociación que en sus 35 puntos exigía reformas administrativas, mayores oportunidades para los criollos y un mejor tratamiento para los indígenas. Para cuando el amotinamiento se dispersó, criollos, mestizos e indígenas volvieron a sus casas.
La otra parte del relato, menos estudiada durante los años escolares, es la que cuenta que no todos los rebeldes cedieron. Galán reúne a sus tropas e inicia una correría por distintos municipios en los que agita las profundas contradicciones sociales.
“Mueran los blancos”, se gritaba en Honda; “abajo los rentistas y funcionarios coloniales”, estipulaban las consignas a lo largo del río Magdalena. Durante dos meses Galán no sólo osó liberar a esclavos de minas y haciendas, sino que repartió tierras, reclutó campesinos e indígenas y llegó incluso a promulgar la idea de sustituir la soberanía española por la del Rey Inca Túpac Amaru.
Su rebeldía se había salido de madre. El castigo debía ser ejemplar. El 20 de octubre de 1781 José Antonio Galán fue capturado en Onzaga, Santander. Con Galán tras las rejas el virrey Flores concedió un perdón general, bajó el precio del tabaco y el aguardiente y regresó varios impuestos a los porcentajes anteriores. Sin embargo, para el rebelde no hubo clemencia.
Galán infringió los códigos sagrados del orden colonial y se atrevió a subvertir la verticalidad, un pecado bastante caro. Por ello, las autoridades dispusieron de su vida y, una vez muerto, de su propio cuerpo. Se ordenó así el corte de la cabeza y la división del cuerpo en distintas partes. Una práctica acaso bastante común, cierto, pero poco divulgada.
En el manuscrito “Recibo de la cabeza y mano de Galán en el Socorro” se narra la llegada de la cabeza y el brazo a la ciudad. Insertos en una vara con forma de pincho, cabeza y brazo serán exhibidos en la plaza pública. Una vez desmenuzado el cadáver, es su descendencia la que será declarada “infame” y es su casa la que será sembrada “de sal para que de esa manera se dé olvido a su nombre”.
¿Quién fue José Antonio Galán?
José Antonio Galán nació en Charalá, en la provincia del Socorro, en 1749. Hijo de campesinos mestizos, fue analfabeto hasta su muerte. Había prestado servicio militar en su juventud y esto influyó en su ascenso dentro del ejército comunero. Pese a la rápida promoción dentro de las huestes revolucionarias, las contradicciones entre Galán y la dirigencia del movimiento comenzaron desde muy temprano, pues no fue bien visto que, en sus primeras actuaciones, declarara libres de tributos a los indígenas.
Aunque casi toda su vida la dedicó a trabajar como jornalero, no llegó a poseer tierra propia. De acuerdo con el historiador Mario Aguilera, cuando el alcalde de Charalá quiso cumplir con el punto de la sentencia que ordenaba regar su casa con sal, debió comunicar a las autoridades de Santafé que en su jurisdicción no se había encontrado el importe de un cuartillo, ni menos que José Antonio Galán tuviese casa ni domicilio formal en ésta.