Las formas de un arte espiritual

El libro de arte Davivienda rinde un homenaje este año al artista geométrico Manolo Vellojín, un barranquillero que se destacó por su inmersión en los conceptos de lo abstracto y lo geométrico.

Andrés Osorio Guillott
14 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
 Algunas de las obras de Vellojín, en la foto, pueden apreciarse en el Museo de Arte Moderno de Barranquilla.  / Cortesía Título: Las formas de un arte redito
Algunas de las obras de Vellojín, en la foto, pueden apreciarse en el Museo de Arte Moderno de Barranquilla. / Cortesía Título: Las formas de un arte redito
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Desde hace 15 años, el Banco Davivienda ha decidido reafirmar el valor del arte a través de un libro que reúna la vida y obra de diversos artistas colombianos o que hayan decidido realizar su ejercicio artístico en el país. Su objetivo es aportar a la historia del arte en Colombia, a través de textos que son pensados como una pieza que termina por complementar el ejercicio creativo y artístico de los autores que son narrados e ilustrados en el libro.

El lanzamiento del libro, que busca dar a conocer los pasos agigantados pero poco visibilizados del artista Vellojín, se hizo en la plaza de la aduana en Barranquilla. Allí, en su tierra natal, se dejó una exposición abierta al público que irá hasta el 15 de diciembre.

Llegaba la década de 1960, Fanny Sanín y Nirma Zárate empezaban a figurar en el arte abstracto y en el arte geométrico. Los mismos campos en los que se situó Manolo Vellojín. Este último llegaba a Bogotá bordeando los 20 años de edad. En Barranquilla dejaba las conversaciones con Eduardo Serrano sobre cine y arte, en especial de la obra de la que todos hablaban en aquella época: la de Alejandro Obregón.

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Los inicios de Vellojín en el arte se encuentran en los coloridos papeles de seda que conformaban un collage. Señal de vida en contravía es el título que reúne algunas de las obras que dan cuenta de los primeros pasos del artista barranquillero en el arte nacional, por el carácter geométrico de estas piezas.

Hablar de lo geométrico llevaría a pensar en una mente que está regida por medidas exactas y por figuras que prohíben alteraciones e improvisaciones. Sin embargo, lo que sucedía al interior de Vellojín era todo lo contrario. Siempre dibujó y desdibujó sus definiciones. La rebeldía con que muchos lo definen era la misma que le impedía construir conceptos establecidos e ideas reiterativas.

“Eduardo Serrano, que es la memoria viva del arte moderno en Colombia, es el único de su generación que queda como curador. Se emocionó mucho porque llevaba varios años diciendo que había que mirar a Manolo”, cuenta Carolina Zuluaga, directora editorial del libro que recoge la vida y obra de Vellojín.

“El artista sabía que sus empeños eran singulares y siempre estuvo convencido de ello; creía con fe ciega en sus designios, y esa es una de las razones por las cuales buscó expresar a toda costa su convencimiento de que el arte es fuerza interior, un impulso que emana de lo más íntimo, de sentimientos y pensamientos personales y que dinamiza las dimensiones del ser humano”, escribe Eduardo Serrano sobre Vellojín en el prólogo del libro para mencionar la importancia de la espiritualidad en el proceso creativo, pues en muchos casos resulta ineludible asociar la creación de una nueva obra con un proceso de meditación e introspección que termina arrojando los colores de nuestro interior y las figuras que de allí subyacen.

Dentro de esa elucubración por lo espiritual se desliga también un interés particular por el tema de la muerte. La muerte no vista como una preocupación sino como un suceso solemne que representa la liberación y el despojo. No obstante, la forma en que Vellojín abordaba la muerte no representaba necesariamente un carácter gótico o mortuorio; por el contrario, lo que caracteriza la estética del barranquillero es el toque barroco que parte de su gusto por la música de esa época y por los rituales de las distintas religiones, en especial de la católica, a la hora de asumir la muerte.

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“Hace unos años hemos querido voltear el reflector y buscar esas otras personas que han hecho aportes muy grandes al arte, pero que por situaciones de la vida no fueron destacados en el momento. Ese es el caso de Vellojín, un rebelde con causa”, afirma Carolina Zuluaga, directora editorial de los libros de arte de Davivienda.

“Hacer un libro requiere de varios eventos afortunados. Si el artista está vivo, pues hay que tener en cuenta que el artista quiera hacerlo para tener los derechos; pero si no está pues que podamos tener acceso a la familia, que podamos tener acceso a la obra. Y cuando hablamos de la obra hablamos de un mínimo de 300 piezas o más”, cuenta la directora editorial del proyecto.

El arte siempre tiene algo que decir, y este caso no era la excepción. En Vellojín no solo se narra el movimiento del arte abstracto en Colombia, también se habla de una obra que estuvo siempre ligada al carácter sagrado que yace en la espiritual y que está permeado por el arte barroco y el arte contemporáneo. Su discreción en vida es coherente con su pensamiento y su obrar, pero es un antónimo con el aporte que le otorgó al arte en Colombia, pues sus collages, ensamblajes, pinturas y esculturas que están representados en obras como Sudario (1972), Beatos (1985), Ofrendas (1986-1987), Vánitas (1992-1993) Oficio de tinieblas (1998), entre otras, dan cuenta de un ser humano que cada vez que reinventaba su estilo le otorgaba un nuevo concepto al arte nacional.

Por Andrés Osorio Guillott

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