Las huellas de Santiago García
La insistencia por una dramaturgia propia y la pregunta por “el problema fundamental” son algunos de los rasgos que más se resaltan al recordar a Santiago García. Fabio Rubiano, César Badillo, Octavio Arbeláez y Eduardo Cárdenas hablaron sobre el exdirector del Teatro La Candelaria.
Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad
“Se nos fue el bufón, el payaso más brillante de nuestro país, el irreverente, el juguetón, el corajudo, el que no dio su brazo a torcer en su actitud rebelde sin dejar de escuchar al contrario en su creatividad del teatro. Genio y figura hasta la sepultura: su misma partida fue insolente, no quiso homenajes ni en su muerte. Los que recibió no fueron con mucho placer, aunque fueran totalmente merecidos”, escribió César “Coco” Badillo, actor y director del Teatro La Candelaria junto con Patricia Ariza.
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“Se nos fue el bufón, el payaso más brillante de nuestro país, el irreverente, el juguetón, el corajudo, el que no dio su brazo a torcer en su actitud rebelde sin dejar de escuchar al contrario en su creatividad del teatro. Genio y figura hasta la sepultura: su misma partida fue insolente, no quiso homenajes ni en su muerte. Los que recibió no fueron con mucho placer, aunque fueran totalmente merecidos”, escribió César “Coco” Badillo, actor y director del Teatro La Candelaria junto con Patricia Ariza.
Badillo tenía catorce años cuando vio actuar por primera vez a García. Después entró al Teatro La Candelaria y entre los dos se inició una relación de más de cuarenta años.
Para Badillo, Santiago García siempre creyó en lo propio. En que en Colombia se podía hacer algo más que réplicas de lo que ya había afuera. Los poderes, el trascendentalismo y los homenajes los trató con irreverencia y sus obras siempre fueron muestras “sardónicas y juguetonas” de su temperamento. Sus procesos y su teoría siempre fueron respaldados por resultados que siempre se concretaron. Madrugaba a ponerse al frente de lo que para él era lo más importante. Su actitud era la del hacer constante.
Fabio Rubiano, director del Teatro Petra, coincide en esto con Badillo: “Él siempre defendía la investigación y los procesos creativos, pero con resultados. Si hacía una investigación escribía un artículo. Si ensayaba un año sacaba obra. No solo era el proceso”. Rubiano tuvo uno de sus primeros contactos con García cuando entró a su taller de investigación teatral. El grupo trabajaba un tema por semestre para explorar los movimientos teatrales en el mundo a partir del pensamiento colombiano, ya que García siempre insistió en una dramaturgia propia. “Se le burlaban y le mamaban gallo, pero si no hubiera sido por su insistencia, aquí no tendríamos la cantidad de producción que ahora gozamos. Para Colombia ese legado es impresionante y definitivo”.
Rubiano repite en sus talleres de dramaturgia que lo más importante es el personaje. Que el tema, la historia y el espacio también deben cuidarse, pero si no hay un personaje no pasa nada. Esta idea, que hace parte fundamental de su trabajo como director y formador, la aprendió de García, y la ejemplificó muy bien cuando recordó cómo le respondía los saludos. “Uno le decía: buenos días, maestro”, y él respondía: “¿Cuál es su problema fundamental?”.
Ese era su saludo. La pregunta directa por la ocupación de la cabeza. García, según Rubiano, podía durar horas contando historias en las que en realidad no pasaba nada, pero de las que no podía desprenderse porque el personaje tenía una pregunta, una idea o un problema.
García se interesaba y esforzaba por su capacidad para complejizar o explorar la creación. Era dedicado. Le interesaba lo que pudiese captar su atención y sus intereses iban directo al contenido, nunca a las apariencias ni los reconocimientos. En el libro Santiago García: el teatro como coraje, de Jorge Prada y Fernando Duque Mesa, se cuenta la vez en la que estaba viendo una improvisación “más o menos”, según él. Una actuación que no lo convenció mucho. Preguntó quién era el actor y le dijeron que Robert Redford, a lo que respondió “Ahhh, bueno”, y agregó que sí, que muy interesante, pero que prefería otro tipo de cosas.
“Un tipo despreocupado por la plata que creía en el trabajo en equipo y en la investigación. Nunca llegaba a dar cátedra sino a explorar. Planteaba hipótesis que se resolvían haciendo ejercicios de investigación en el escenario, no en el escritorio ni echando carreta. Yo aprendí de él, por ejemplo, a desprenderme de los textos que debían modificarse para que prevaleciera el personaje. Si ahora me demoro meses escribiendo una escena y después veo que no sirve, la quito”, concluyó Rubiano.
Octavio Arbeláez, director del Festival Internacional de Teatro de Manizales, lo recuerda como “un hombre sabio que tenía profundos conocimientos, por su formación como arquitecto y artista plástico, además de toda su experiencia teatral. Su legado fundamental lo transmitió a través del grupo La Candelaria, lugar en el que su método siempre fue la creación colectiva: un discurso renovador de la escena que partía de una propuesta en la que todos los que estaban en la obra tenían una participación creativa”.
Arbeláez, que compartió con él en varias versiones del festival y uno que otro encuentro fuera del país, dijo que, además de las respuestas inteligentes cargadas de un humor bogotano muy fino y amable, recordará siempre al maestro integral y accesible. Al hombre grato y generoso con su conocimiento.
Santiago García se tomaba sus aguardienticos y proponía “vacas” para preparar platos que se iba ingeniando con el pasar de la vida atravesada por el teatro. Era un “gocetas” riguroso al que muchos apodaron el Brecht de América Latina, por la visible influencia que tuvo Bertolt Brecht en su formación y trabajo. También lo llamaron el traidor de Brecht: García nunca dejó de buscar su propia voz.
También lo llamaron “el maestro” y “el papá del teatro en Colombia”. La influencia de Brecht en García la tuvo, a su vez, García en la dramaturgia colombiana. En espacios como el Pequeño Teatro de Medellín también dejó una huella indeleble que su cofundador, Eduardo Cárdenas, recordó entre la emoción de habérselo cruzado y el vacío por la ausencia: “Lo conocí en una función de la obra Esperando a Godot. Yo hacía a Estragón y después de la función, cuando me estaba cambiando y desmaquillando, escuché la voz de don Santiago, que se acercó al camerino diciendo: ‘¿Se les puede saludar?’, y a renglón seguido nos llenó de elogios por la versión que acababa de presenciar. Dijo que lo habíamos hecho con ‘humor inteligente y popular. Y conste que yo vi el estreno que supervisó el mismo Beckett en París’. No podré olvidar lo que dijo y hoy con su partida lo recordé con mucho orgullo”, recuerda Cárdenas.
García, que fue decisivo para el presente del teatro colombiano, murió en medio de una crisis que no permitió una despedida colmada de llantos ni de abrazos. Según César Badillo, “este sabio se fue sin ser consciente de tanto horror. Partió como un niño inocente, y aun sufriendo una enfermedad que normalmente ensombrece, nunca perdió el don de payaso. Se fue sin decirnos dónde estaba la “llavecita del cagado espíritu de este mundo”.