Las incertidumbres del amor posglobal

Una escritora cuenta su experiencia personal en estos tiempos y pregunta: ¿Seremos capaces de inventar una nueva forma de amor con todos aquellos que no conocemos?

Alejandra Jaramillo Morales * / Especial para El Espectador
26 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
"El amor que es solidaridad, cuidado del otro. Cuando reconocemos que los privilegios que tenemos deberían disminuir para mejorar la vida de los que tienen menos”.
"El amor que es solidaridad, cuidado del otro. Cuando reconocemos que los privilegios que tenemos deberían disminuir para mejorar la vida de los que tienen menos”.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Una vez más teníamos que despedirnos. Ya estamos acostumbrados. Una colombiana y un alemán que viven entre dos países. Hemos construido rituales para los aeropuertos, pero esta vez era diferente. Terriblemente diferente. Mi marido debía regresar a Alemania el 30 de marzo en uno de los vuelos humanitarios que realizó la embajada. Debía irse, allá trabaja, allá está su hijo, allá está su vivienda principal. Yo debía quedarme en Colombia. Por primera vez la despedida no sería en el aeropuerto. Me quedé en casa mientras iba asistiendo al relato que él me hacía, esa extraña manera de entrar al aeropuerto el Dorado en medio del confinamiento. Todo era extrañamiento. Una fila larguísima de alemanes en las afueras del aeropuerto. Ya adentro un espacio desolador. No había ni dónde comprar una botella de agua. Funcionarios y fuerzas alemanas organizando el vuelo. Caminos extraños para llegar hasta la sala de abordaje. (Recomendamos: El coronavirus y el poder del amor).

Estábamos —estamos— sitiados. La facilidad de viajar para encontrarnos ya no existía. Esa tranquilidad que nos traía vivir a 9.000 kilómetros sabiendo que ante cualquier emergencia solo nos separaban doce horas de vuelo, había desaparecido. Estábamos abocados a la incertidumbre plena, que es quizás una característica intrínseca del amor, pero que como condición de la vida cotidiana se vuelve arrolladora. ¿Cuándo volveríamos a vernos? ¿Y si él se enferma o yo? ¿Y si alguien cercano muere? La lógica de la movilidad que había creado la interconexión global se pausaba y nos impedía ahora movernos. La era global, que había creado las condiciones para tantos amores a distancia nos cerraba las puertas. Nos dejaba solos, poseídos del todo por la incertidumbre. Esta situación de confinamiento y de miedo que estamos viviendo nos recuerda lo que por momentos olvidamos: que por más seres autónomos que seamos estamos en la vida, y en la vida hay situaciones sin elección, órdenes que se desarrollan por encima de nosotros. También es bueno recordar que estamos ante una naturaleza que vive por encima de nosotros, así nos hayamos creído, como especie, amos de todo. Por eso, este momento nos recuerda que la naturaleza está ahí acechante, lista siempre, para cambiar nuestra realidad. Y ahí estábamos nosotros, separándonos los 9.000 km que parecían simples y que ahora son nuestra prueba más abrumadora y sin solución.

Pero ese problema del egoísmo del amor es en el fondo uno de los problemas más humanos de esta emergencia. Porque es el amor lo que nos mueve y porque en el amor estamos viendo caras tremendas, retos muy profundos. Ya hemos visto personas que ven morir a sus familiares en las calles, o familias que deben deshacerse de los cadáveres en las aceras. Hemos visto múltiples personas que han muerto, sin siquiera poder hablar con sus familias. Hombres que han tenido que conocer a sus hijos recién nacidos por una pantalla. Tanta gente con sus familiares enfermos que no pueden acompañarlos. Gente que se muere de hambre en medio de la pandemia. O lo que es trágico al doble, los hermanos venezolanos caminando de regreso a Venezuela. Hemos oído a esos insensatos que piensan que no importa que mueran los ancianos. Estamos viendo el amor enfrentarse al confinamiento, a las dudas, a la incapacidad de superar las distancias. Y pareciera que hasta nuestros amigos más cercanos, casi vecinos, viven hoy en un planeta diferente. De cualquier manera, el amor busca sus caminos, hemos visto también muchas maneras de reunión a través de las redes sociales, cómo nos inventamos formas de amarnos en estas distancias. Paliativos potentes contra la soledad. Y mientras tanto me pregunto: ¿Seremos capaces de inventar una nueva forma de amor con todos aquellos que no conocemos?

Ahora bien, mientras tratamos de solucionar nuestras propias locuras en el encierro, el mundo de los poderosos está transformándose. Habrá nuevas políticas y nuevas maneras de entender esa globalización a la que supuestamente pertenecíamos. Hoy somos como personajes de una novela cuyo autor aún no conoce el final y nos lleva, en desorden, tratando de encontrar a dónde ir. Pero ese autor, que son los gobernantes, los políticos, los empresarios, encontrará su salida, y ahí está el peligro.

Lo que me parece más importante ahora es la reflexión, la actitud crítica que nos lleve a estar vigilantes en el reavivamiento de nuestro mundo. Los pensadores y pensadoras en el mundo han ido mostrando diferentes vertientes de comprensión de esta emergencia. Primero están los que piensan en una conspiración, idea en la que no pienso detenerme. En un segundo lugar aquellos optimistas que piensan que esta emergencia sanitaria va a llevar al capitalismo a su fin. O a una gran transformación que significaría salir de esta situación con un sistema económico más igualitario y diferente. (Zizek, Petit).

Yo lamento decir que no creo en eso. El capitalismo nos ha dado tantas muestras de su fortaleza. Los movimientos políticos que suceden a lo largo del planeta cada día me hacen pensar más que sí habrá crisis económica, habrá una recesión, pero la política que está inserta en la mente de los gobernantes sigue siendo clara: el capital es el poder. Así, tampoco habrá grandes cambios políticos, por lo menos no al interior de las naciones (Badiou).

Un tercer grupo de pensadores se ha preocupado por la vulneración de los derechos civiles, de la libertad de los ciudadanos y ciudadanas. Ese bien preciado de Occidente al que se le olvida que la libertad tiene que ver con la igualdad, no solo con la libertad de mercado. En fin, varios pensadores han llamado la atención sobre la otra pandemia, los estados de locura social que puede desatar el confinamiento.

El extremo control sobre los cuerpos que implica pensar el encierro y todo lo que los gobernantes de los países pueden empezar a ingeniarse a través de estas medidas de control extremas (Kamecke, Meruane, Preciado, Harvey). Y hay un cuarto grupo, un poco más pesimista, que nos llama la atención sobre los sistemas de control que el big data le ha permitido a las sociedades orientales. ¿Qué pasaría si occidente descubre que la manera de controlar la salud pública, sin invertir demasiado en los pobres, puede venir de un control extremo a través de lo digital? Como decía Byung-Chul Han, “los apologistas de la vigilancia digital proclamarían que la big data salva vidas humanas” y así caeríamos todas las sociedades en ese perverso control de los cuerpos y las mentes.

¿Qué pasará cuando el monstruo del capitalismo se despierte y tenga que rehacerse?, ¿quiénes serán los más vulnerados? Porque más allá de las parejas que podemos tomar aviones, lo importante es la gente que no tiene condiciones mínimas para vivir. ¿Cuánta más pobreza podrán soportar nuestros países?

¿Qué pasará con el amor cuando los países del norte abran sus fronteras entre ellos y descubran que lograron mitigar ese problema gravísimo de inmigración que hace años los aqueja?, ¿volverán a reconocer la responsabilidad social que tienen como países explotadores del tercer mundo? O simplemente descubrirán que fueron capaces de cerrar sus fronteras y pensarán que no hace falta abrirlas del todo. Suena exagerado y claro, el capitalismo necesita el movimiento global, la interconexión espacial. Pero esta emergencia puede dar lecciones catastróficas para disminuir la interconexión del globo. ¿Qué pasará cuando los gobernantes descubran las cifras absolutas de muertos producidos por la pandemia y en sus cálculos, lo que hoy parece esencial, salvar la vida por encima de la economía se invierta y piensen en el futuro cómo proteger a los más pudientes? El virus no discrimina, la atención que se le dé sí (Butler).

Vuelvo al amor como motor de las acciones humanas. Creo en él como un procedimiento de verdad, como diría Alan Badiou, y en mi propia relación espero lo mejor, que más allá de esta novela bizantina que tendremos que vivir, podamos seguir construyendo esa relación que hemos soñado en la distancia. Pero quiero invocar al amor que no sabe a quién ama. Eso que sentimos cuando nos preocupan más los desconocidos que los conocidos. El amor que es solidaridad, cuidado del otro. Cuando reconocemos que los privilegios que tenemos deberían disminuir para mejorar la vida de los que tienen menos.

Lo que quiero hacer con estas palabras es llamar a que pensemos que el capital es uno solo y si hay que distribuirlo mejor, debemos estar dispuestos a perder. Si es que algún día el capitalismo cede. Eso es el amor, esa sería la tarea en este momento, reconocer que hay un planeta con millones de personas que necesitan mejorar su condición de vida. Esa idea de un amor a lo invisible, a lo que no soy yo, es mi llamado hoy. Invito a que ayudemos a muchos otros a entender cómo el sistema político global discrimina y cómo los gobernantes en el planeta pueden llevarnos a sistemas inmensamente más autoritarios de los que ya teníamos.

Por eso nuestra tarea será proteger los derechos civiles, y sobre todo buscar igualdad, justicia en la manera en que los recursos del planeta sigan siendo utilizados. Las distopías llegan, los mundos que antes eran solo de la literatura y el cine se hacen posibles. Sin embargo, nunca olvidemos que nuestra capacidad crítica continua, crece y puede controvertir, y quizás hasta revertir, la locura del futuro, de los posibles finales de esa novela que aún están por escribirse.

* La bogotana Alejandra Jaramillo Morales ha publicado las novelas “La ciudad sitiada” (2006), “Acaso la muerte” (2010), “Magnolias para una infiel” (2017) y “Mandala” (2017), obra digital. Libros de cuentos: “Variaciones sobre un tema inasible” (2009), “Sin remitente” (2012) y “Las grietas” (2017), ganador del Concurso Nacional de la Cámara de Comercio de Medellín y  nominado al Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2018. “Las lectoras”, su primera novela histórica,  será publicada en  2020. Escribió dos novelas para adolescentes con el sello Loqueleo; “Martina y la carta del monje Yukio” (2015) y “El canto del manatí” (2019) y libros de críticacomo “Nación y Melancolía: narrativas de la violencia en Colombia” (2006) y “Disidencias, trece ensayos para una arqueología del conocimiento en la literatura latinoamericana del siglo XX” (2013).  Es docente de literatura de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Alejandra Jaramillo Morales * / Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar