Las invasiones bárbaras y el olvido (De Urufa a Europa IV)
Luego de que por varias razones el conocimiento que había acumulado la humanidad hasta los tiempos de Cristo se perdió o fue directamente eliminado, mil años más tarde un grupo de monjes y de estudiosos se dio a la tarea de recuperar algunos de los escritos que aún quedaban disponibles, especialmente en Constantinopla. De aquel trabajo surgió una idea de unidad que fue esencial para la conformación de Europa.
Fernando Araújo Vélez
Y fue entonces cuando durante los primeros siglos del segundo milenio después de Cristo, la iglesia cristiana, a través de los monjes y los escolásticos, y de uno que otro estudioso amante del saber por el saber, decidió unir fuerzas y conocimientos y darle cuerpo a sus enseñanzas para recuperar lo que los hombres sabían sobre la Creación, la Caída y la Redención de la humanidad, que se había extraviado a través de la historia entre tantas migraciones, guerras, terremotos, inundaciones, incendios y demás. Peter Watson lo explicó en su libro “Ideas, historia intelectual de la humanidad”, al escribir que “La coherencia se logró porque todos los hombres que crearon el sistema emplearon un mismo corpus de textos que crecía de forma constante, estaban familiarizados con rutinas académicas similares y compartían la creencia de que era posible elaborar una presentación sistemática y autorizada del cristianismo”.
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Y fue entonces cuando durante los primeros siglos del segundo milenio después de Cristo, la iglesia cristiana, a través de los monjes y los escolásticos, y de uno que otro estudioso amante del saber por el saber, decidió unir fuerzas y conocimientos y darle cuerpo a sus enseñanzas para recuperar lo que los hombres sabían sobre la Creación, la Caída y la Redención de la humanidad, que se había extraviado a través de la historia entre tantas migraciones, guerras, terremotos, inundaciones, incendios y demás. Peter Watson lo explicó en su libro “Ideas, historia intelectual de la humanidad”, al escribir que “La coherencia se logró porque todos los hombres que crearon el sistema emplearon un mismo corpus de textos que crecía de forma constante, estaban familiarizados con rutinas académicas similares y compartían la creencia de que era posible elaborar una presentación sistemática y autorizada del cristianismo”.
Las grandes verdades se habían perdido en algún momento entre los siglos o milenios que transcurrieron desde la Creación hasta el Diluvio, aseguraban, pero habían ido resurgiendo poco a poco por la gracia de Dios, a través de la sabiduría de los profetas del Antiguo Testamento, primero, y gracias al trabajo de un amplio grupo de pensadores y ejecutores que vivieron en los tiempos de la Grecia antigua y del Imperio Romano. “Por desgracia -según Watson-, sus logros se habían perdido una vez más durante las invasiones bárbaras que habían arrasado la cristiandad durante la alta Edad Media”. Pese al nuevo extravío, unas veces consecuencia del paso de los años, de la naturaleza o del olvido, y otras, obra de la violenta y venenosa mano de quienes consideraban que la fe era una amenaza y había que destruirla, algunos textos sobrevivieron.
Los bárbaros eran una larga suma de clanes germanos y de otras procedencias que se habían ido forjando casi que batalla tras batalla y guerra contra guerra, inicialmente, contra ellos mismos, y luego, enfrentados al Imperio Romano, que en el siglo III iba desde las zonas desérticas de África y Arabia, hasta los límites de los ríos Eufrates, Rin y Danubio. Aquellas tribus lograron unirse para declararle la guerra a Roma. Para Watson, “Una combinación de geografía y diplomacia hizo que el grueso de los ataques germanos estuviera dirigido al imperio occidental, mientras que el imperio oriental se vio menos afectado, en especial después de que, desde la década del 240, los ataques de los sasánidas lograran ser contenidos (allí, por ejemplo, el valor del dinero no cayó). Constantinopla, una fortaleza protegida por el mar, permaneció inexpugnable”.
En varios de sus templos, escuelas y edificios reposaban antiguos textos griegos que lograron salvarse, no solo de los bárbaros y sus ataques, sino del fanatismo religioso cristiano, que acabó destruyendo gran parte del saber acumulado de otros tiempos. Roma, como centro del imperio, se desplazó a Milán por unos años, y después a Rávena. Su población, que había alcanzado a ser de un millón de habitantes, aproximadamente, se redujo a treinta mil, y de las 29 bibliotecas que tenía no quedó ninguna. Ni los altos jerarcas ni los sacerdotes ni los estudiosos tenían dinero y tiempo para preservarlas. Tampoco el pueblo las utilizaba, atareado como estaba por defender sus casas, familias, y en general, la ciudad. “A comienzos del siglo IV el bandolerismo había alcanzado tal punto que en algunas zonas se autorizó a la gente a portar armas para defenderse”, como lo reseñó Watson.
El fuego y los reiterados saqueos hicieron que desaparecieran gran parte de las actas y registros del Senado. Día tras día aumentaban los impuestos, y día tras día, también, el pueblo era más pobre y más ignorante. Aún así, se sentía superior a los invasores. Por ello, acuñó el término de “Romania” para diferenciar el estilo de vida de los romanos de aquel de los bárbaros, a quienes denominaban como “salvajes”. Para ellos, todo aquel que no viviera como se vivía en “Romania” era el enemigo, y pasados muchos siglos las heridas que los bárbaros dejaron abiertas seguían sangrando. Para la civilización romana, y más allá de las muertes y del robo de los tesoros materiales de los que los culpaban, los bárbaros eran los grandes responsables de que se hubieran desaparecido decenas de decenas de textos, mapas y dibujos que contenían el saber de su historia, y en general, de la historia.
Aunque Romania seguía teniendo sus costumbres y sus modales, su sabiduría, con los años, fue perdiendo algunas de aquellas características. La fuente del saber, que surgía de los papiros y pergaminos que los antepasados de los antepasados habían escrito, fue destruida en gran parte por los invasores. Sin embargo, no todo lo que ocurrió después fue responsabilidad de los bárbaros. Los cristianos tuvieron mucho que ver con la desaparición de la cultura grecorromana. En palabras de Watson, “en la antigüedad la tolerancia religiosa había sido la regla más que la excepción, pero eso iba a cambiar debido a la animosidad que paganos y cristianos se tenían entre sí”. Por un lado, era fundamental comprender el papel que la conversión del cristianismo en una religión estatal había desempeñado en la historia y en los acontecimientos relativamente recientes.
Por el otro, había varios intereses y muchos interesados en preservar las antiguas creencias, que en síntesis, era la fe en varios dioses. Más allá de ellos y de sus luchas, la novedad del cristianismo con todos sus pormenores fue llevando poco a poco a que los súbditos del imperio, e incluso sus más connotados pensadores, estuvieran más interesados en conocer los misterios de las revelaciones divinas y sus supuestas verdades, que en continuar con la senda del conocimiento comprobado que habían marcado los griegos. “La tarea suprema del estado cristiano era aprender y profundizar en las verdades de la revelación”, según los textos de Anne Glynn-Jones, publicados en 1996. Los paganos jamás se habían opuesto a la investigación de los fenómenos naturales. Por el contrario, los habían promovido. Los cristianos lo prohibían y lo tenían prohibido.
Para Ambrosio, obispo de Milán en los tiempos en los que el imperio se había mudado allí, alrededor de 350 años después de Cristo, no había ninguna razón lógica para que alguien siguiera tratando de estudiar científicamente los cielos, pues en últimas, “¿En qué contribuye a nuestra salvación?” Las teorías y pruebas con las que habían convivido los romanos durante cuatro o cinco siglos, empezaron a ponerse en duda. Para Plinio, los habitantes de la tierra estaban distribuidos por todo el globo, y unos tenían los pies apuntando hacia los pies de otros. En su Historia Natural, decía que “el cielo es similar para todos ellos, y la tierra que pisan va hacia el centro en el mismo sentido desde cualquier dirección”. Lactancio, 300 años más tarde, se preguntaba si podía haber alguien tan inconsciente “¿como para creer que existen hombres cuyos pies están más arriba que sus cabezas?”
Lactancio hacía burla de las premisas de Plinio, y continuaba con su sarta de preguntas en forma de afirmación, alegando que nadie podía ser tan poco claro como para creer “que los cultivos y los árboles crecían al revés, o que la lluvia, la nieve y el granizo caían hacia arriba en dirección a la tierra”.