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En El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, Holden Caulfield cuenta cómo lo expulsaron del internado y cómo salió a hurtadillas una noche y se fue a Nueva York a probar suerte, antes de que a sus padres les llegara esa mala noticia.
Era embustero y medio ateo. Despotricaba de los curas, a quienes incluyó en su largo listado de “falsos o falsísimos”, palabras de uso frecuente en su narración, porque encontraba en ellas un sinónimo del mundo de los adultos.
“Si quieren saber la verdad, ni siquiera aguanto a los curas. Todos los de los colegios donde he estudiado ponen una vocecita de lo más falsa cuando empiezan a dar sermones”.
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Aunque era menor de edad, fumaba sin parar, pedía whisky a donde llegaba y hacía cuanta locura se le iba ocurriendo en el camino. Incluso hasta llegó a emborracharse en un bar.
“Me quedé allí sentado emborrachándome (…) Lo que hice, eso sí, fue tener un cuidado de mil demonios de no armar escándalo ni nada. No quería que nadie se fijara en mí ni que me preguntara qué edad tenía”.
El guardián entre el centeno es el libro de la iniciación de la adolescencia, esa etapa de la vida en la que los adultos son un estorbo para hacer lo que se nos da la gana, en 1951, cuando fue publicado y hoy.
La obra, señalada de incitar al desprecio por la familia y de promover el consumo de licor y la promiscuidad, fue censurada en bibliotecas públicas, colegios y universidades, aunque en otros centros académicos se convirtió en materia de estudio. La Asociación Americana de Librerías lo calificó como uno de los libros más censurados durante décadas, al considerarse “inapropiado para ciertas edades”.
Todos las rayos y centellas que descargaban contra la novela parecieron encontrar un motivo mayor cuando un joven con problemas psicológicos, que llevaba el libro en su bolsillo, mató de cinco disparos a John Lennon en diciembre de 1980.
Mark David Chapman, el asesino, se sentó en una acera a leer la historia de Holden mientras llegaba la policía. La obra se sumó al expediente criminal cuando el homicida afirmó: “Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield; el resto de mí debe ser el diablo”.
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La asociación entre ese crimen y otros casos posteriores, en los que los psicópatas cargaban El guardián entre el centeno, marcó la historia del clásico de la literatura.
En su defensa, la poeta y novelista Gioconda Belli lanzó una afirmación contundente: “Que uno se asquee del mundo tendría que conducirnos a querer cambiarlo, no a asesinar a un hombre (…) De ese asco pueden salir cosas muy buenas. Considero que Salinger pensaba eso, y no provocar a nadie a cometer un acto de esa naturaleza”.
Como el adolescente de su novela que llegó a pensar en hacerse el sordomudo con el argumento de que “no tendría que hablar con nadie el resto de mi vida”, J. D. Salinger se separó inexplicablemente del mundo y de la fama desde 1965 y se refugió en su casa hasta que lo encontró la muerte en 2010.