Las librerías y editoriales independientes de Cali, a punto de cerrar
Propietarios de editoriales y librerías independientes de Cali hablaron para El Espectador sobre la crisis que atraviesan sus negocios. A pesar de doblar sus esfuerzos por mantenerlos abiertos, corren el peligro de cerrar sus puertas.
Samuel Sosa Velandia
Los años setenta fueron de bonanza cultural para Cali. En aquella época, a la ciudad, llegaron movimientos artísticos y políticos que motivaron el despertar de una generación que se interesó por leer y escribir.
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Los años setenta fueron de bonanza cultural para Cali. En aquella época, a la ciudad, llegaron movimientos artísticos y políticos que motivaron el despertar de una generación que se interesó por leer y escribir.
Los jóvenes de esos tiempos, como Andrés Caicedo, Alvarado Tenorio y Gustavo Álvarez Gardeazábal, hicieron de las letras su medio para narrar su barrio, sus amores, su familia, las artes, los problemas de la juventud y todo eso lo que los cuestionaba. Sus plumas permitieron que en la capital del Valle del Cauca se gestará una cultura literaria, con identidad y sello propio, pero que, desde entonces, ha carecido de espacio de encuentro entre los lectores y los libros.
En Cali existen 28 librerías, según el directorio de la Cámara Colombiana del Libro. Es decir que, por cada 100.000 habitantes, hay 1,5 librerías, una cifra poco alentadora en comparación a lo recomendado por la Unesco, que determinó que por cada 7.500 ciudadanos debería existir un lugar de este tipo.
El bajo número de librerías no solo es una realidad que vive Cali, sino que se ha extendido por todo el territorio nacional. Sin embargo, en esta ciudad hay una crisis que golpea la puerta de las ocho editoriales independientes: los bajos ingresos, las pocas ventas y la falta de oportunidades para solventarse tiene en vilo a sus propietarios, quienes han pensado en cerrar las puertas de sus negocios.
Silvia Valencia, propietaria de Globo Historias, un espacio que nació hace diez años y que se especializa en literatura infantil, es uno de ellos. “Estamos viviendo una crisis por encontrar recursos, por convocar personas, por darle lugar a estos trabajos en estas sociedades de consumo y en las que no ha habido lugar para la formación”, aseguró.
Aunque Valencia dijo que su primera opción no ha sido cerrar, sino buscar un lugar con un arriendo más económico y, por ende, más pequeño, esto implica que se reduzca la oferta de Globo Historias, en donde también funciona un restaurante, se editan libros y se hacen diferentes actividades que buscan hacer de “la lectura un acto igual de orgánico que comer”. Sin embargo, se sienten los rezagos de la crisis y mostró desesperanza frente a la relación que hay entre los ciudadanos con la cultura.
“La gente no reconoce que un libro que cuesta $50.000 o $100.000 no es caro, caso diferente a cuando van a un restaurante y se comen un plato costoso que se ve divino, o cuando se compran un celular. Para las personas, la inversión en cultura no es una prioridad y si lo hacen cuestionan su precio. Además, hay una visión paternalista sobre lo cultural, por lo que se espera que todo sea gratis”.
Héctor Iván Granada, quien es librero y dueño de Libertienda Cafelibro, coincidió en este punto con su colega, pero para él es un problema que se deriva de la lógica y el paradigma con el que se ha construido el proyecto de ciudad y de país. Aseguró que la promoción de la cultura caleña se ha centrado en lo musical y en la fiesta, lo que ha relegado otras artes. “En Cali la música es un fuerte, pues todo caleño y caleña es rumbero, pero aquí también todos deberían ser lectores. Hacer de la fiesta el centro de la ciudad ha llevado a que, de manera paulatina, sean menos las personas que lleguen a las librerías. Si no hay compradores, hay crisis”, reflexionó Granada, quien, con preocupación, manifestó que era probable que estos espacios culturales no resistieran hasta final de este año.
Esta es una situación que también se traslada a las editoriales independientes, las que además se enfrentan a una industria del mercado del libro “monopolizada y desigual”, como lo aseguró Óscar Hembert, fundador de Oromo librería, una editorial caleña. Además de los problemas financieros, Hembert resaltó la desconfianza que existe de los lectores sobre las producciones nacionales al momento de seleccionar una obra para su compra.
“La gente siempre busca los mismos libros, las mismas editoriales y autores. Cuando uno les muestra el trabajo local, les cuesta cambiar el chip. Existe una desconfianza sobre lo propio”, aseveró. No obstante, para los libreros la responsabilidad no solo recae en las personas, aseguraron que este es un problema de índole estatal y local en el que las instituciones gubernamentales no han brindado las suficientes garantías para blindar a esta industria.
“Más que recursos, el problema es de orientación y voluntad política para generar lectores y promover la lectura. Las políticas públicas se han enfocado en los grandes eventos y en la rumba que hay cada dos esquinas, pero no hay librerías. Ni siquiera hay bibliotecas públicas suficientes para toda la población”, manifestó Granada. Por su parte, Hembert dijo que el desinterés que percibe en los jóvenes por la lectura tiene que ver con que desde las instituciones también se ha propiciado un paradigma educativo que solo se preocupa por alfabetizar.
En este punto entra a la discusión la presencia de lo privado en lo público. En ello, Hembert reconoció que ha sido el sector empresarial el que ha permitido el desarrollo de estrategias y escenarios culturales, pero eso también conlleva sus problemas. “Lo privado y, en especial, la pequeña empresa, es la que sostiene la cultura en Cali. Ahora, la historia empresaria del Valle del Cauca se divide en tres generaciones y las dos primeras tenían una visión de ciudad que, gústele o no a uno, pensaba en el desarrollo urbanístico. A estas personas les interesaban las letras, pero sus herederos no tienen ningún interés en leer”.
Un gremio que resiste
En Colombia, para las editoriales independientes ha sido fundamental el trabajo colaborativo. Las mismas problemáticas, preocupaciones y necesidades les han servido para propiciar un diálogo y una defensa por su labor. La Cámara Colombiana de la Edición Independiente, una asociación de 76 editoriales de todo el país, que nació en junio de 2023, sirve como ejemplo sobre los efectos de agremiarse.
Allí, por medio de talleres y conversatorios, no solo se ha buscado hablar sobre las problemáticas, sino dotar de conocimientos e insumos a estas empresas para hacer sostenibles sus proyectos. Y si lo aterrizamos en Cali, también ha dado frutos la conversación entre pares, pues a raíz de la crisis nació la Asociación de Librerías Independientes de Cali, en donde se ha discutido sobre las estrategias y el plan de trabajo para mantener vivos estos espacios que, de manera permanente, están desarrollando actividades para dinamizar la cultura.
Aunque dicen que son conscientes de que su desaparición no sea trascendental en términos masivos o mediáticos, consideran que es como “cerrar las puertas de un colegio, porque las librerías construyen y nutren el pensamiento. Si una sola persona se ve afectada por eso, es suficiente para poner atención”, concluyó Granada.