Las madres: sus vidas, sus historias y sus letras
A propósito del Día de la Madre, algunas de ellas, que hicieron de sus vivencias letras, y otras que prefirieron dedicárselas, contaron el proceso de narrar la maternidad, las experiencias que atraviesan estos cuerpos que engendran vida, mientras que viven también la suya.
Samuel Sosa Velandia
Las madres han sido la inspiración de un sinfín de obras. Su presencia, su labor y su cariño han motivado y sostenido los títulos de consagrados escritores como Albert Cohen, que tras la muerte de su progenitora publicó El libro de mi madre, una especie de cartas de amor en las que reflexiona sobre el peso de la ausencia y del recuerdo como una manera de mantenerla eterna: “En mi sueño, que es la música de las tumbas, acabo de verla otra vez, guapa como cuando era joven, mortalmente guapa y cansada, tan tranquila y muda. Se disponía a abandonar mi habitación y la he llamado con voz histérica que me ha avergonzado en el sueño. Me ha dicho que tenía cosas urgentes que hacer, coser una estrella judía en el oso de peluche que comprara para su hijito al poco de nuestra llegada a Marsella. Pero ha consentido en quedarse un rato más, pese a la orden de la Gestapo”, registró en el manuscrito.
Pero mamá también ha escrito sobre su propia historia, sobre la realidad que atraviesa su cuerpo y la maternidad que solo ella vive y experimenta. Pero hay una queja por eso. Algunos sectores de la sociedad han dicho que hay demasiados libros sobre ser madre y sus vivencias, aunque María Fernanda Cardona, escritora colombiana y autora de Maternidades imperfectas, dijo no estar de acuerdo con esa idea. Incluso, para ella, no son ni serán suficientes las obras, pues aseguró que la escritura ha sido el lugar de catarsis, de reconciliación y de sanación para muchas madres.
“La maternidad es una experiencia supremamente fértil para la escritura, porque contiene todo. Ahí está la ternura, la alegría, pero también el cansancio; las ganas de salir corriendo. Es una experiencia ambivalente por naturaleza. Además, nuestras experiencias como mamás no se han narrado lo suficiente, porque en torno a este proceso solo se permitía un relato, uno rosa y no hay nada más aburrido y lejano a la realidad que eso”, expresó Cardona, quien desde el lugar del feminismo se aventuró a escribir este libro que fue la respuesta a preguntas incómodas que le surgieron.
La autora, de 32 años, tuvo a su primer y único hijo por cesárea y en ese proceso fue víctima de violencia obstétrica, ese suceso le despertó un sentimiento de culpa. ¿De qué? De no ser y hacer eso que supuestamente es una madre. “Cuando nació mi hijo, yo tenía unas expectativas altísimas, pensaba que iba a ser más fácil e instintivo, pero la realidad fue otra. Sentí que no estaba haciendo lo que debía, en especial, cuando me sometí a cesárea porque no tenía la suficiente información y eso resultó en que mi hijo estuviera hospitalizado nueve días en la UCI. Sin embargo, por mi profesión de socióloga y mi necesidad de entenderlo todo, comprendí que hay una patología sobre cómo parimos las mujeres, que pasa por una tecnificación de nuestros cuerpos que hace que no nos sintamos dueñas de él”, relató Cardona.
Sobre esa violencia que se vive en las salas de parto escribió Valentina Serna, médica y autora de Renacer, un libro que denuncia la violencia que se ejerce sobre las embarazadas y que aboga por el parto humanizado. Como madre, pero sobre todo, como profesional de la salud, cuestionó las prácticas médicas, que algún día ella misma idealizó.
“Yo tenía una idea idealizada y romántica sobre el parto, pero fue la escritura la que me permitió liberarme sobre eso. Me sirvió para transformar el dolor en reflexión sobre lo que atravesé, lo pude poner en palabras; fue terapéutico”, contó Serna, que no solo vivió esa precariedad y esa “inhumanidad” desde sus ojos cuando hizo sus prácticas en un hospital público, sino que también su cuerpo lo experimentó cuando tuvo un parto gemelar.
Fue esa experiencia la que la llevó a entender que siempre hay otra forma de hacer las cosas, que lo que enseñan y se aprende no es una verdad absoluta y más cuando es uno mismo quien encuentra otras certezas. Sin embargo, el cuestionarse también pasa por el incomodarse, pero afirmó que habitar esa idea contraria, el parto humanizado, fue “mágico”, como lo retrató en su libro. “Alguna vez leí que cuando nos salimos del círculo donde reside nuestra zona de confort ocurre la magia. El psiquiatra y escritor Víctor Frankl lo dice de otra manera en El hombre en busca de sentido, sin embargo, es en su actitud frente al dolor donde está la posibilidad de conseguir un logro excepcional”. ¿Su logro? Sentirse cómoda y humanizar la llegada de la vida que está pariendo.
Tanto para Valentina Serna como María Fernanda Cardona, el reconocerse como madres ha significado reconocerse como humanas. Este proceso de criar y maternar las ha obligado también a parirse a ellas mismas. Tal y como lo consignó García Márquez en El Coronel no tiene quien le escriba: “Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”. Por eso, ambas coincidieron en que la literatura les ha permitido darse ese abrazo a si mismas.
“A mí escribir me salvo. Fue mi bote salvavidas para transitar los primeros años de vida de mi hijo, porque me ayudó a romperme para comprender y reconstruir mi propia historia. Es decir, las letras fueron mi pegamento, lo que me permitió darle orden, sentido y un lugar a mis experiencias”, dijo Cardona. Asimismo, Serna señaló que la escritura ha sido su aliada y el espejo en el que se ve.
Entre estas autoras también está una que vivió la maternidad desde un cuerpo ajeno, desde el de una de sus mejores amigas, pero que hizo de este proceso suyo para escribir Diez lunas para una espera. Se trata de Velia Vidal, quien como un regalo para Yijhán Rentería hizo esta pieza literaria que está compuesta de arrullos, en los que uno a uno narró la historia de esta mujer y su familia.
Vidal jugó un papel de observadora para contar esta historia que, de alguna u otra forma, también era suya, aunque nunca planeó publicarla. Dijo la autora, nacida en Chocó, que fue un proceso consciente y cercano, pues llevaba años viendo a Rentería siendo mamá. “Además de conversar con ella, yo ya la conocía en ese rol y se me hacía interesante verla que, a pesar de ser una mujer muy inteligente, la maternidad también dejaba que aflorara su instinto”.
La escritora no deseó quedar embarazada, pero sí tener un hijo, aunque eso aún no se ha cumplido y tras la pérdida del útero las posibilidades disminuyeron. Escribir este libro la llevó a entender que la maternidad es cuidar y que no se necesita parir para hacerlo. “Yo no tengo hijos, no tengo utero, pero aun así pude conectar con esta historia y su escritura, lo que me dio a entender que había algo más que lo biológico en ese asunto de la maternidad y en ese encuentro descubrimos que maternar es cuidar y todos los hemos hecho en algún momento”. Que bajo esa lógica es la labor que cumple en Motete, la fundación en la que recibe a niños, niñas y jóvenes de su territorio para ofrecerles un lugar en la educación.
Las madres han sido la inspiración de un sinfín de obras. Su presencia, su labor y su cariño han motivado y sostenido los títulos de consagrados escritores como Albert Cohen, que tras la muerte de su progenitora publicó El libro de mi madre, una especie de cartas de amor en las que reflexiona sobre el peso de la ausencia y del recuerdo como una manera de mantenerla eterna: “En mi sueño, que es la música de las tumbas, acabo de verla otra vez, guapa como cuando era joven, mortalmente guapa y cansada, tan tranquila y muda. Se disponía a abandonar mi habitación y la he llamado con voz histérica que me ha avergonzado en el sueño. Me ha dicho que tenía cosas urgentes que hacer, coser una estrella judía en el oso de peluche que comprara para su hijito al poco de nuestra llegada a Marsella. Pero ha consentido en quedarse un rato más, pese a la orden de la Gestapo”, registró en el manuscrito.
Pero mamá también ha escrito sobre su propia historia, sobre la realidad que atraviesa su cuerpo y la maternidad que solo ella vive y experimenta. Pero hay una queja por eso. Algunos sectores de la sociedad han dicho que hay demasiados libros sobre ser madre y sus vivencias, aunque María Fernanda Cardona, escritora colombiana y autora de Maternidades imperfectas, dijo no estar de acuerdo con esa idea. Incluso, para ella, no son ni serán suficientes las obras, pues aseguró que la escritura ha sido el lugar de catarsis, de reconciliación y de sanación para muchas madres.
“La maternidad es una experiencia supremamente fértil para la escritura, porque contiene todo. Ahí está la ternura, la alegría, pero también el cansancio; las ganas de salir corriendo. Es una experiencia ambivalente por naturaleza. Además, nuestras experiencias como mamás no se han narrado lo suficiente, porque en torno a este proceso solo se permitía un relato, uno rosa y no hay nada más aburrido y lejano a la realidad que eso”, expresó Cardona, quien desde el lugar del feminismo se aventuró a escribir este libro que fue la respuesta a preguntas incómodas que le surgieron.
La autora, de 32 años, tuvo a su primer y único hijo por cesárea y en ese proceso fue víctima de violencia obstétrica, ese suceso le despertó un sentimiento de culpa. ¿De qué? De no ser y hacer eso que supuestamente es una madre. “Cuando nació mi hijo, yo tenía unas expectativas altísimas, pensaba que iba a ser más fácil e instintivo, pero la realidad fue otra. Sentí que no estaba haciendo lo que debía, en especial, cuando me sometí a cesárea porque no tenía la suficiente información y eso resultó en que mi hijo estuviera hospitalizado nueve días en la UCI. Sin embargo, por mi profesión de socióloga y mi necesidad de entenderlo todo, comprendí que hay una patología sobre cómo parimos las mujeres, que pasa por una tecnificación de nuestros cuerpos que hace que no nos sintamos dueñas de él”, relató Cardona.
Sobre esa violencia que se vive en las salas de parto escribió Valentina Serna, médica y autora de Renacer, un libro que denuncia la violencia que se ejerce sobre las embarazadas y que aboga por el parto humanizado. Como madre, pero sobre todo, como profesional de la salud, cuestionó las prácticas médicas, que algún día ella misma idealizó.
“Yo tenía una idea idealizada y romántica sobre el parto, pero fue la escritura la que me permitió liberarme sobre eso. Me sirvió para transformar el dolor en reflexión sobre lo que atravesé, lo pude poner en palabras; fue terapéutico”, contó Serna, que no solo vivió esa precariedad y esa “inhumanidad” desde sus ojos cuando hizo sus prácticas en un hospital público, sino que también su cuerpo lo experimentó cuando tuvo un parto gemelar.
Fue esa experiencia la que la llevó a entender que siempre hay otra forma de hacer las cosas, que lo que enseñan y se aprende no es una verdad absoluta y más cuando es uno mismo quien encuentra otras certezas. Sin embargo, el cuestionarse también pasa por el incomodarse, pero afirmó que habitar esa idea contraria, el parto humanizado, fue “mágico”, como lo retrató en su libro. “Alguna vez leí que cuando nos salimos del círculo donde reside nuestra zona de confort ocurre la magia. El psiquiatra y escritor Víctor Frankl lo dice de otra manera en El hombre en busca de sentido, sin embargo, es en su actitud frente al dolor donde está la posibilidad de conseguir un logro excepcional”. ¿Su logro? Sentirse cómoda y humanizar la llegada de la vida que está pariendo.
Tanto para Valentina Serna como María Fernanda Cardona, el reconocerse como madres ha significado reconocerse como humanas. Este proceso de criar y maternar las ha obligado también a parirse a ellas mismas. Tal y como lo consignó García Márquez en El Coronel no tiene quien le escriba: “Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”. Por eso, ambas coincidieron en que la literatura les ha permitido darse ese abrazo a si mismas.
“A mí escribir me salvo. Fue mi bote salvavidas para transitar los primeros años de vida de mi hijo, porque me ayudó a romperme para comprender y reconstruir mi propia historia. Es decir, las letras fueron mi pegamento, lo que me permitió darle orden, sentido y un lugar a mis experiencias”, dijo Cardona. Asimismo, Serna señaló que la escritura ha sido su aliada y el espejo en el que se ve.
Entre estas autoras también está una que vivió la maternidad desde un cuerpo ajeno, desde el de una de sus mejores amigas, pero que hizo de este proceso suyo para escribir Diez lunas para una espera. Se trata de Velia Vidal, quien como un regalo para Yijhán Rentería hizo esta pieza literaria que está compuesta de arrullos, en los que uno a uno narró la historia de esta mujer y su familia.
Vidal jugó un papel de observadora para contar esta historia que, de alguna u otra forma, también era suya, aunque nunca planeó publicarla. Dijo la autora, nacida en Chocó, que fue un proceso consciente y cercano, pues llevaba años viendo a Rentería siendo mamá. “Además de conversar con ella, yo ya la conocía en ese rol y se me hacía interesante verla que, a pesar de ser una mujer muy inteligente, la maternidad también dejaba que aflorara su instinto”.
La escritora no deseó quedar embarazada, pero sí tener un hijo, aunque eso aún no se ha cumplido y tras la pérdida del útero las posibilidades disminuyeron. Escribir este libro la llevó a entender que la maternidad es cuidar y que no se necesita parir para hacerlo. “Yo no tengo hijos, no tengo utero, pero aun así pude conectar con esta historia y su escritura, lo que me dio a entender que había algo más que lo biológico en ese asunto de la maternidad y en ese encuentro descubrimos que maternar es cuidar y todos los hemos hecho en algún momento”. Que bajo esa lógica es la labor que cumple en Motete, la fundación en la que recibe a niños, niñas y jóvenes de su territorio para ofrecerles un lugar en la educación.