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De las pocas certezas que existen sobre el Poporo Quimbaya es que ya estaba en Medellín en algún momento entre 1867 y 1869. Esto lo sabemos porque existe una fotografía que pudo haber sido tomada durante esos años, en un local contiguo a un taller de fundición de oro de propiedad de Vicente Restrepo Maya, un hombre que estudió mineralogía en Francia y Alemania, y que montó su taller en Medellín, en 1857. “Todo el oro producido en Antioquia pasó por mis manos”, decía Restrepo, convirtiéndose en el sospechoso ideal para seguir la pista del poporo, pues a su taller llegaba no solo oro de las minas, sino también piezas indígenas para fundir. Y además de la fundición, en la puerta de al lado tenía un taller de fotografía; es decir, ese lugar era la escena perfecta de un crimen para un investigador: quién sabe cuántas piezas maravillosas terminaron convertidas allí en lingotes, sin ni siquiera ser fotografiadas. Pero nuestro poporo, al menos, corrió con otra suerte. (Recomendamos: Videocharla entre Héctor Abad y Nelson Fredy Padilla sobre el libro “El galeón San José y otros tesoros”).
Este local fue el primer gabinete, o taller de fotografía de Antioquia. Vicente trabajaba en él con su hermano Pastor —que había estudiado fotografía en Francia— y con el bogotano Ricardo Wills. Allí hicieron fotografías con un formato conocido como tarjetas de visita, que consistía en varias copias de una misma, en ocasiones con cámaras de cuatro u ocho objetivos, que tomaban varias veces la misma imagen en un solo negativo, y su precio era mucho menor a lo acostumbrado en la época. De esta manera, fue así como se hizo la primera fotografía del Poporo Quimbaya.
Vicente Restrepo figura en los libros de historia como uno de los grandes coleccionistas de piezas de orfebrería, así que se abre la posibilidad de que a sus manos haya llegado el poporo para ser fundido, y él hubiera pagado su peso en oro para salvarlo de las llamas. Pero sobre esto no existen pruebas. Se sabe que Vicente les compraba objetos a coleccionistas de Manizales y Pereira, como Tomás Henao y Valeriano Marulanda, y que su hermano Próspero le ayudaba a conseguir objetos en Medellín. Vicente, como Leocadio y Coriolano, hizo parte de una nueva generación de colombianos que, gracias a su refinamiento y sus estudios en el extranjero, vieron el valor histórico y científico de estos objetos más allá de su peso en oro. En las 41 cartas que sobreviven entre Próspero y Vicente Restrepo no hay una sola mención al Poporo Quimbaya.
Su siguiente aparición se dio por cuenta del gran amigo y confidente en temas de arqueología de Leocadio. Conocido como el padre de la medicina en Antioquia, Manuel Uribe Ángel fue el autor de un célebre libro titulado Geografía general y compendio histórico del Estado de Antioquia en Colombia. Publicado en 1885, contiene la primera ilustración y descripción escrita del poporo que, años después, Magdalena Amador iba a venderle al Banco de la República: “Botella de oro fino hallada al excavar un sepulcro en el sitio denominado Pajarito, entre Yarumal, Campamento y Angostura. La guaca en que se halló correspondía a un gran pueblo, y entre otras tumbas de las que lo componían hubo objetos de gran precio […] tiene un pie de altura y la forma que fielmente dibujamos. Su capacidad para líquidos es igual a la de una botella común; en la parte superior, la boca o abertura está rodeada por cuatro esferas de oro que descansan sobre una base del mismo metal; bajo la base principia el cuello, guarnecido por un rodete que termina hacia la parte inferior sobre una trencilla de oro sumamente graciosa, fijada con soldadura del mismo metal y de alta ley. El cuerpo principal de la obra equivale a tres cuartas partes de una esfera de precisión geométrica, y la base sobre la que descansa es un ingenioso enrejado de hilos de oro, sobre un plano circunscrito en la circunferencia por una trenza escrupulosamente labrada. La superficie de esta botella es tan bruñida y tersa que refleja perfectamente la imagen del observador. Hay quien haya dicho al estudiarlo que Benvenuto Cellini la habría tomado con placer como obra salida de sus manos. Había en el mismo santuario muchos instrumentos de piedra y de tierra, desgraciadamente perdidos para la ciencia”.
En el libro, Uribe Ángel describe también otros objetos que aparecieron en la misma tumba. No hace mención por ningún lado al águila ni a las ranas de las cuales Liborio Zerda afirmó que también estaban en el sepulcro; en cambio, habló de un “espléndido vaso de oro fino, con dibujos análogos a los de la faja ya descrita”; un vaso con “trenzas que bordan la base y cuello” de manera elegante, parecido a un frutero común; un círculo de piedra de color oscuro con “una cara humana de cuyas sienes penden dos cadenas de oro sumamente vistosas”, y que podría representar la Luna; una “faja de oro fino dividido en zonas paralelas, representadas por cuadrados en la parte superior, y por cuadriláteros terminados en ángulos agudos hacia la parte inferior”, y por último, un “zarcillo en forma de flor de batatilla”, del género Convolvulus.
En ninguna de las más de 800 páginas del libro aparece el nombre de Coriolano Amador ni el de Vicente Restrepo. Uribe Ángel advierte en su prólogo que procuró ser “sumamente económico en la citación de autores y fechas, atento a facilitar el manejo del libro, siempre embarazoso cuando está colmado de referencias”; sin embargo, en los agradecimientos menciona a varios colaboradores: “no figura la lista completa de todas las personas que nos han favorecido con sus buenos consejos, con el envío de documentos preciosos y con su cooperación inestimable”, pero acepta que no puede “pasar en silencio mención agradecida” de un puñado de nombres, entre los que se encuentra el de Leocadio.
La siguiente mención al Poporo Quimbaya aparece en el tercer tomo del catálogo general de la Exposición Histórico-Americana de Madrid, de 1892. Allí se detalla con claridad que “pertenece al Sr. Coroliano Amador”; de hecho, esa es la única mención que se hace de él en ese catálogo. Coriolano, por lo demás, nunca ha sido reconocido como coleccionista de piezas de cerámica o de orfebrería indígena. Al parecer, esa es la única pieza de orfebrería que tuvo en su poder.
En el mismo catálogo aparece una gran sorpresa histórica: la existencia de un segundo poporo casi idéntico, del que hasta entonces no se tenía noticia y que era propiedad del “Sr. Arango” —es decir, Leocadio—, y fue encontrado en un yacimiento del distrito de Zea, municipio de Anorí (Antioquia). Pesa 600 gramos y tiene 24 centímetros de altura, más pequeño y más liviano que el Poporo Quimbaya, que mide 35 centímetros y pesa 777,7 gramos. En su base puede verse una fuerte abolladura, la cual bien pudo ser causada por el golpe que sufrió por cuenta de la caída de la bóveda donde estaba.
El detalle del golpe lo conocemos gracias a la obsesión de Leocadio por saber todos los detalles de sus piezas. Casi podría asegurarse que si el Poporo Quimbaya de Coriolano hubiera pasado por las manos de Leocadio, sabríamos muchos más detalles de su historia. En 1905, Leocadio publicó el catálogo de su museo, donde describe con gran minuciosidad su colección: “muchas de las antigüedades de los aborígenes que componen este museo no tendrán una descripción tan exacta como se requiere, debido a que carezco de los conocimientos necesarios para esta clase de trabajos, y el haber emprendido el catálogo estando muy enfermo y sin un colaborador, impulsado solamente por el deseo de hacerlas conocer”. En ninguna página del catálogo habla del Poporo Quimbaya extraído del sepulcro de Loma Pajarito, así que, por lo menos hasta esa fecha, no hizo parte de su colección. Pero sí habla de su poporo, que se encuentra hoy en día en el Museo del Oro Quimbaya, en Armenia (Quindío): “N.º 67. Vasija muy hermosa y elegante, de oro de 850 milésimos; tiene la panza esférica y el cuello largo y angosto, la primera descansa sobre un pie hecho con un tejido muy elegante de filigrana, el segundo tiene en la base un adorno en forma de encaje hecho también de filigrana y en la parte superior cuatro esferas formando un cuadro, en cuyo centro está la boca: la pieza es de un gusto admirable tanto por la forma como por el trabajo, está rota y las esferas separadas de ella por haberse caído la bóveda del sepulcro en que se encontró”.
En este punto no quedan más que preguntas. ¿Quién llevó el poporo desde Yarumal hasta Medellín? ¿Por intermedio de quién llegó a la ciudad? ¿Por Leocadio María Arango? ¿Por Vicente Restrepo? ¿Por Coriolano Amador? Si llegó por Leocadio o Vicente, ¿cómo terminó en manos de Coriolano? Existen dos opciones: o bien Coriolano le compró el poporo a alguno de los contactos comerciales de sus almacenes en algún pueblo remoto de Antioquia —y obtuvo solo ese objeto, por cuanto no hay registro de que haya coleccionado otras piezas ni de que le haya vendido otras más al Banco de la República— o, de alguna manera, Leocadio o Vicente fueron los intermediarios. Pero no existen pruebas de lo uno ni de lo otro, así que solo queda buscar entre los guaqueros que le vendían sus objetos a Leocadio. Entre ellos, quizá los más famosos protagonizaron uno de los mayores fraudes arqueológicos en la historia de Colombia: la familia Alzate.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Aguilar.