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“En medio de la tristeza, la desesperación y la rabia por la situación de nuestro país, ocurren de tarde en tarde hechos amables que nos recuerdan que aún pertenecemos al mundo de los vivos y no de los muertos, como parece serlo el territorio colombiano; que nos recuerdan que existen un afecto que se pronuncia amor y una palabra que se deletrea f-e-l-i-c-i-d-a-d y que no es imposible que ellas pasen de la boca al corazón”, fueron las palabras de la poeta María Mercedes Carranza un día de agosto del año 2000. Por aquellos días, Bogotá se había convertido en un epicentro cultural de la letra española. Escritores como Elena Poniatowska, Eugenio Montejo, Fernando Vallejo y Gonzalo Rojas deambulaban por las calles de la capital. Más de cien autores como ellos, provenientes de 42 países iberoamericanos, se tomaron la ciudad en una celebración a la palabra. Declamaban poesía y leían prosa en el Parque de la Independencia, dictaban conferencias, hacían mesas redondas, y cerraron el certamen una noche en el Parque Nacional. A la luz de las antorchas, los invitados extranjeros leyeron su declaración de amor a Colombia.
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El Amor y la Palabra, el Encuentro Iberoamericano de Escritores, fue producto de los esfuerzos de la Alcaldía de Bogotá, Dalita Navarro, el expresidente Belisario Betancur y la Casa de Poesía Silva, que dirigía entonces la citada escritora. La de Carranza no fue solamente la vida de una de las poetas colombianas más importantes del siglo XX, sino la de una gestora cultural que hizo de las artes y las letras su más grande legado. A su cargo, la casa que habitó José Asunción Silva fue refugio de poetas y espacio para entender la cartografía de un país violento, pero también un lugar y patrocinador de eventos como “Poemas de amor para los alzados en almas”, “Descanse en paz la guerra” y “La poesía tiene la palabra”. Carranza apoyó festivales y publicaciones y, desde su lugar como gestora y poeta, fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991, en representación de la Alianza Democrática M-19.
Carranza encarna el espíritu de un grupo de mujeres que, desde la inteligencia y la intuición, utilizaron su lugar de privilegio para fomentar la cultura en Colombia, en un esfuerzo que logró unir la esfera pública y privada. Entre ellas están Gloria Zea, Elvira Cuervo de Jaramillo, Fanny Mikey, Isadora de Norden, Consuelo Araújo Noguera, Carmen Barvo, entre otras. Una generación que le apostó a la cultura como parte fundamental para la construcción de la nación y cuyos esfuerzos se traducen en lo que hoy es el Ministerio de Cultura.
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Así lo escribió Juan Carlos Botero, el hijo de Zea y Fernando Botero, cuando falleció su madre: “Es fácil olvidar que esta dama trabajó toda la vida en un campo sin recursos. Que trabajó en un medio que carecía de respeto y de apoyo estatal, que era menospreciado y sin falta aplazado, porque siempre había otras prioridades en la agenda nacional, otros frentes más imperiosos e importantes. Pero eso no impidió que ella, a fuerza de tacto, tenacidad, persuasión y elegancia, transformara el ámbito de la cultura en Colombia. Porque Gloria Zea jamás aceptó la tesis de que la cultura tenía que esperar mientras se resolvían los demás problemas de la nación, así parecieran más urgentes”. Zea refundó el Museo de Arte Moderno, durante su dirección llegaron más de 3.400 obras a las salas del recinto y fue una de las más destacadas directoras de la Ópera de Colombia. Su cercanía con el poder fue su gran aliada, que utilizó de manera estratégica para conseguir los recursos para el arte. Fue así como convirtió el Teatro Colón en un escenario de talla mundial, desde su trabajo en el Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura), la entidad descentralizada que hizo las veces de antesala del Ministerio de Cultura.
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Cada una de ellas, con sus énfasis y sus miradas, allanaron el camino. Isadora de Norden, la última directora de Colcultura, por ejemplo, fundó la Cinemateca Distrital de Bogotá y dirigió entidades como Focine (la Compañía del Fomento Cinematográfico), esfuerzos que hoy se traducen en otras conquistas, como el plan de fomento para el cine, que ha permitido el boom de las producciones cinematográficas nacionales.
Fanny Mikey se encargó de las tablas. Creó el Teatro Nacional y el Festival Iberoamericano de Teatro, la gran congregación alrededor de las artes escénicas. Al igual que Carranza, Mikey fue tanto artista como gestora. Hizo de su arte un carnaval que, por 15 días, aún se toma Bogotá con obras de diferentes partes del mundo, una celebración a los que viven millones de vidas y con talento encarnan dramas y alegrías ajenas. Y fue en respuesta a este certamen que la ahora ministra de Cultura, Patricia Ariza, se encargó de formular el Festival de Teatro Alternativo FESTA, una propuesta que acerca la puesta en escena a otros públicos y toca temáticas diferentes.
La cercanía con el poder y la política fue una de las características transversales de este grupo de gerentes culturales. Elvira Cuervo de Jaramillo, exministra de Cultura, dirigió el Museo Nacional durante 13 años, tuvo a su cargo el Museo del Chicó, la Asociación de Amigos del Instituto Caro y Cuervo y fue presidenta de la Sociedad de Mejoras y Ornatos de Bogotá. Pero Cuervo de Jaramillo también ocupó espacios políticamente relevantes: se sentó en la Cámara de Representantes, ejerció como embajadora de Colombia ante la ONU y dirigió la campaña presidencial de Álvaro Gómez Hurtado. Sin duda, la suya era una vida donde eran recurrentes personajes relevantes de la esfera política y ella hizo su misión: buscar que el sector privado mirara con ojos de respeto a la cultura.
Mujeres de otras regiones, pertenecientes a esta misma generación, también soñaron la cultura como una prioridad y fue así como Consuelo Araújo Noguera, la Cacica, creó el Festival de la Leyenda Vallenata y Amparo Sinisterra de Carvajal, desde Cali, hizo lo propio con el Festival de Proartes.
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Quedan muchas de estas pioneras sin nombrar, aquellas que, antes de que fuera una carrera profesional, idearon una forma de hacer un oficio de gerenciar proyectos a favor de la cultura. Aprovechando su posición social y guiadas por la intuición, demostraron que la ópera podía brillar en este país latinoamericano, que Bogotá tenía el potencial de ser un epicentro del teatro y que la poesía sí era taquillera. Tanto así, que cuando María Mercedes Carranza desarrolló el evento “La poesía tiene la palabra”, en Medellín, el día en que Atlético Nacional jugaba la Copa Libertadores en Bogotá, el auditorio estaba lleno, dispuesto a escuchar a autores como Álvaro Mutis y Raúl Gómez Jattin.
Un camino que ya habían labrado artistas y escritoras como Débora Arango, Meira del Mar, Maruja Vieira, Marvel Moreno y Marta Traba, sobre el que transitó esta generación de gestoras culturales y al que hoy se suma, como ministra de Cultura, la dramaturga, poeta y fundadora del Teatro La Candelaria Patricia Ariza. El privilegio y los contactos transformados en apertura cultural, en multiplicidad de artes llegando a nuevos ojos y lugares. Un homenaje a la suma de liderazgos femeninos que crearon espacios culturales memorables y que hoy quedan en nuevas manos. “Sin adanismos que desconozcan las tareas realizadas desde hace sesenta años, con la creación de Colcultura, y desde hace veinticinco, con la del Ministerio de Cultura, creemos que es importante atender al pasado para, desde allí, construir un presente y un futuro que sean capaces de estar a la altura de una paz que tenga en cuenta nuestro capital simbólico y en la que todos estemos incluidos”, escribió un grupo de artistas a Patricia Ariza, tras conocer su nombramiento. “El verdadero cambio comenzará con las costumbres, la imaginación y, para eso, la cultura y las artes son esenciales”, concluyeron.
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