Las mujeres y el jazz local (Reverberaciones)
El año pasado se presentó, como hecho inédito y de gran valor en el ecosistema musical en Bogotá, la conformación de una big band femenina que actuó en el festival Jazz al Parque.
Esteban Bernal Carrasquilla
Casi un año después, puede decirse que el proyecto causó una sacudida necesaria en la escena, pues sus integrantes y otras mujeres del movimiento musical independiente parecen estar reclamando, con decisión y sentido de justicia, el espacio de visibilidad y reconocimiento que les corresponde. Esto lo puedo asegurar después de hablar, gracias a mi labor como periodista radial, con unas cuantas de sus protagonistas a quienes quiero exaltar en estas líneas.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Casi un año después, puede decirse que el proyecto causó una sacudida necesaria en la escena, pues sus integrantes y otras mujeres del movimiento musical independiente parecen estar reclamando, con decisión y sentido de justicia, el espacio de visibilidad y reconocimiento que les corresponde. Esto lo puedo asegurar después de hablar, gracias a mi labor como periodista radial, con unas cuantas de sus protagonistas a quienes quiero exaltar en estas líneas.
La primera de ellas es la percusionista Efi Lambuley. Quiero destacar su actitud frente al jazz como concepto y a los roles establecidos en él, pues Lambuley busca romper con paradigmas que por mucho tiempo han cerrado puertas a las mujeres. En una entrevista ya añeja, me contó que se presentó a la convocatoria para integrar la big band sin ella considerarse jazzista. “Yo toco percusión latinoamericana y folclor colombiano, y aún así quise audicionar”, me dijo. Y añadió que unas cuantas colegas formadas como ella, en lo popular, decidieron no participar en la convocatoria por temor a ser rechazadas.
Le sugerimos leer: Leonardo Henrichsen, el camarógrafo que grabó hace 50 años su asesinato en Chile
Yo diría que es una pena que en el imaginario local de hoy se reproduzca la creencia de que al buen jazz le debe corresponder una sonoridad estadounidense o europea, pero no quiero ser condescendiente, pues es bien sabido que desde finales de los años ochenta hacemos jazz que dialoga, se fusiona y se amalgama perfectamente con el folclor. Y noto que nuestras escuelas musicales universitarias son cada vez menos ortodoxas en cuanto a su tratamiento del jazz, por lo que intuyo que la timidez que anunció Lambuley sobre sus compañeras corresponde, más bien, a que el entorno jazzístico en Colombia es predominantemente masculino, con todos los desafíos que ello implica para las mujeres. En ese sentido, debo reconocer a Efi Lambuley por querer marcar una diferencia y sentar un precedente que, además, es doble, pues también suele asociarse lo masculino a la percusión, dentro y fuera del jazz.
El segundo caso es el de Isabella Aguilera (guitarra), Camila Porto (saxofón) y Margarita Rodríguez (bajo), tres de las integrantes del Micna Quintet, a quienes entrevisté recientemente. De su encuentro en la big band femenina resaltan que, además de la fabulosa dirección de Esther Rojas y la calidad artística lograda bajo su batuta, a esta orquesta debe vérsele como un espacio que busca la proyección musical de cada una de sus integrantes desde el sentimiento de sororidad. Por ello, decidieron fundar el quinteto Micna junto a la pianista Natalia Mendoza y la percusionista Camila Cantor (ambas de la big band), para que lo logrado con la orquesta no quedara en un encuentro anual, dados los costos de sostenerla, sino que irradiara en otros proyectos con algunas características similares. Así las cosas, Micna interpreta sus propias composiciones y arreglos de otras mujeres jazzistas. Este año han publicado dos canciones, tienen otra a punto de lanzar, y están ofreciendo conciertos, señales de que el proyecto puede llegar a tener viabilidad a futuro.
Podría interesarle leer: Retorno de las máscaras al pueblo Kogui: espiritualidad y convservación ambiental
Finalmente, hace poco tuve el inmenso placer de acoger en los micrófonos a Anamaría Oramas, flautista que pisa muy fuerte en la escena del jazz nacional desde hace unos años. Ella participó como invitada en los conciertos de la big band de mujeres, está a la cabeza de su propio proyecto para el que compone, arregla y produce, y hace parte del Colectivo Colombia junto al ya legendario saxofonista Antonio Arnedo. A mi parecer, Anamaría es de los músicos jóvenes más pertinentes de este entorno en la actualidad, y tras nuestra conversación no tengo dudas de cómo ha logrado visibilidad. Hablar de su talento como compositora y flautista se queda corto porque sabemos a qué se enfrenta. Así que, cuando le pregunté cómo es ser mujer en un ambiente tomado por la masculinidad, me respondió que desde muy temprano asumió, como un deber, ocupar esos espacios con determinación y seguridad. A partir de la vieja fórmula del ensayo y el error, sin temerle al señalamiento, Anamaría anunció haber definido su impronta y su “voz propia”, y con ello el respeto de sus colegas.
Los anteriores casos son tan solo una muestra de que contamos con talento femenino local en materia de jazz. Quise mencionar a estas mujeres en particular, porque su labor no está enmarcada únicamente en lo ocurrido con la big band de Jazz al Parque en 2022, pues ellas hacen parte de otros proyectos dignos de mención, algunos de ellos integrados con hombres. Espero que la orquesta siga existiendo, pero no como reemplazo de una mixta, pues la verdadera equidad de género no se logra sin la participación de los hombres.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖