Las nuevas disidencias en la novela “El camino de Ida”, de Ricardo Piglia
A propósito de los cinco años de la muerte del escritor y los diez años de la publicación de la citada obra de ficción, sello Anagrama, un ensayo sobre el aporte que hace a la obra del autor argentino.
Juan Sebastián Fajardo Devia * / Especial para El Espectador
“En Estados Unidos, la mitad de la población trabaja con los servicios de inteligencia y la otra mitad está vigilada”.
Esta novela del escritor argentino Ricardo Piglia destaca por su estilo contenido, en términos narrativos: es efectiva en la descripción de eventos, y no se permite excesos retóricos. No hay fárrago ni descripciones innecesarias. Sin embargo, es una novela compleja que propone varios submundos narrativos que se desprenden, como ramas, de un robusto tronco central. Novela erudita, para un público de intelectuales y artistas, abunda en referencias literarias y filosóficas desde Joseph Conrad, William Hudson y Herman Melville hasta Karl Marx, Piotr Kropotkin y Friedrich Nietzsche. ¿Qué sustancia puede unir referentes tan disímiles? se trata de la historia de un profesor argentino que resulta un alter ego de Piglia: el Dr. Renzi. (Recomendamos: Entrevista al escritor argentino César Aira, por Nelson Fredy Padilla).
Ha sido reconocido con una beca como profesor visitante en una prestigiosa universidad de los Estados Unidos. Su Argentina natal lo agobia con estancos y perturbaciones mentales: insomne, nervioso, se detiene en un delirio que difiere en todo de la amnesia: recuerda obsesivamente imágenes que recoge en sus caminatas nocturnas. Su trabajo intelectual no rinde mayores frutos y la oportunidad de empezar de cero en “el norte” es como agua para el sediento. Así pues, sin dudarlo, se acomoda en una casa bien equipada en EEUU, conoce a sus estudiantes de doctorado, que son pocos y parecen un grupo de iniciados, defensores de una tradición en crisis; se entretiene observándolos y como el naturalista argentino William Hudson, observa la realidad norteamericana deteniéndose en los personajes. (Más: Homenaje a Galileo Galilei, el hombre que demostró que no éramos el centro del universo).
Como su colega Hudson, observa la fauna de sujetos norteamericanos como si fueran los animales de la pampa. Muchos resultan entrañables a la vez que excéntricos: su superior académico, el Dr. D’amato, por ejemplo, es un veterano de la guerra de Corea que tiene un acuario en su sótano para dar hogar a un tiburón blanco. Cuando Renzi pregunta sobre el alimento del animal: el dueño de casa responde que prefiere saciarlo con profesores visitantes. También se encariña con un extraño personaje que habita las calles de la ciudad: Orión, un hombre aturdido por algún trastorno indefinido: miembro de la categoría a los que Tolstoi llamaba “locos tranquilos”.
Lleva puesto un letrero que reza: “soy de Orión” y solo quiere relacionarse con gente de la misma procedencia. Renzi finge su origen y se le acerca. Aquel, deambula por la ciudad a deshoras, con la complicidad de los habitantes de la ciudad y de los universitarios que lo respetan como un personaje pintoresco. Le facilitan el alimento en la cafetería con precios módicos porque aquel se dedica a la recolección de monedas: monedas abandonadas porque se niega a pedirlas por caridad. Poco tiempo después, entra en escena Ida Brown, que se comunica, en un juego de palabras, con el título de la novela: ¿Viaje de Ida? ¿Viaje de Aida? ¿Es acaso esa mujer que está un poco Ida? Que además, se llama igual que su madre. (Lea aquí más ensayos de Juan Sebastián Fajardo para El Espectador).
Un portento intelectual. Hija de un padre viril que no la descuidó nunca, Ida se ha hecho un lugar entre los académicos más prestigiosos de los Estados Unidos. Se dedica a combatir a las “células derridianas” y ataca por izquierda al “comité central de la deconstrucción” en Yale desde la historiografía marxista, aunque la última definición resulte, según Renzi, un pleonasmo. Poco tiempo después se citan para comer, ella le ofrece unas pastillas coloreadas de éxtasis o LSD que en poco tiempo lo tienen, parafraseando a Piglia: mirando desde el techo a esos cuerpos desnudos sobre la cama cumpliendo todas sus fantasías. Imposible no enamorarse. Hay que mantener el romance en secreto, así que ella, muy defensora de la pulcritud en la academia, propone un código de relación estricto basado en una sola premisa: la clandestinidad.
Amante del secreto, Brown, sin hijos por elección, militante y activista, se da cita con cierta regularidad en hoteles con Renzi. Aquel no deja de pensar en ella: sus encuentros son los más intensos que ha tenido con nadie. Se ven envueltos en una dinámica de fingimiento: de doble identidad: en el hotel son amantes voraces, en la universidad conocidos. No puede ser de otra manera. Ambos están satisfechos.
Un día, de repente, llega a la universidad la noticia de que la profesora Brown ha muerto en un extraño accidente. Su auto fue encontrado a la orilla de alguna autopista y su cuerpo, sin vida, demuestra una quemadura que le recubre todo el brazo. Se especula sobre un atentado, quizá un suicidio ¿un accidente? La universidad queda conmocionada y el cuerpo de profesores se estremece algo menos que Renzi. “La irrealidad está hecha de detalles”, piensa, mientras explican las circunstancias del macabro hallazgo.
Pronto se presentan en su casa agentes del F.B.I. para interrogarlo. El académico cree manejar la situación con los insumos que ha dejado en su arsenal el conocimiento de la novela negra. Comprende los trucos de los policías, pero está inquieto porque su romance con Brown es un secreto. No quiere romper su pacto con su amante muerta. Pronto advierte que los agentes sabes más de lo que él sospecha y formula la condición con esta sentencia increíble: “en estados unidos, la mitad de la población trabaja con los servicios de inteligencia y la otra mitad está vigilada”. Agobiado por la paranoia de la vigilancia y tratando de no olvidar la voz de Ida, llama para escuchar su voz en la contestadora. “El destino del mundo es crear mujeres”, escribió Gastón Bachelard y, para su fortuna, entra en escena una profesora rusa de literaturas eslavas, viuda y cerca de los ochenta años: Nina.
La vecina rusa lo aliviana con su compañía, abre interesantísimos debates sobre el desplume de la utopía en la unión soviética. Explica qué tan rápido, como escribió Emil Cioran, se convirtieron las pilas de agua bendita en escupideras con la revolución bolchevique a partir del stalinismo. El problema es complejo porque hablan dos individuos venidos de los pueblos más arriesgados en los términos de la razón utópica, algunos de los pueblos que más han sufrido sus fracasos. Pueblos acostumbrados a la violencia. La presencia del F.B.I. es sofocante, en la vida y en la investigación de la muerte de Ida. No es un caso aislado: varios académicos, científicos e investigadores de renombre han muerto en circunstancias similares. Los federales no pueden dejar pasar ningún detalle. Involucran a Renzi en la pesquisa.
Descubren una cara oculta de Brown, amante del misterio, ángel clandestino: frecuentaba las fiestas swinger, los locales de sadomasoquismo y tuvo un romance con D’amato, el amo del tiburón blanco. Esta es una de las premisas fundamentales de la novela: las dos caras de los individuos en la sociedad norteamericana: cada tanto se descubre a un senador, vestido de mujer, en una orgía o algún estudiante tranquilo resuelve su desespero subterráneo comprando un arma para hacer una purga inesperada. Batman y Superman, con sus mundos secretos.
Está bien, la bella Ida tenía sus secretos, era un ángel clandestino. Muy bien. Pero ¿y el asunto de su muerte? Renzi siente celos, no lo niega, pero no quiere rebajarse a ese sentimiento tan humano, tan bajo, así que rebusca en los libros de Ida y se encuentra con la novela The Secret Agent de Joseph Conrad. Allí encontrará una serie de pistas, indicios y una suerte de mapa que lo llevará a resolver parte del misterio. Las indicaciones, cifradas, para encontrar al nuevo personaje central, Thomas munk, están en aquel texto al que Munk era aficionado. ¿Quién es Munk, entonces? Se trata de un matemático de ascendencia polaca de gran renombre. Aquel ha decidido separarse del sistema y refugiarse en una cabaña en el campo como un anacoreta, pero no solo eso: escribió un Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico en el que desafía la visión racionalista-utilitaria que guía los destinos del mundo en la modernidad y en el ámbito contemporáneo.
La matematización del mundo de la que se quejó Lukacs, paradójicamente, dada la profesión de Munk. Las disidencias políticas en Estados Unidos lo celebran como un ídolo. Cae en la cárcel, su imagen pública se robustece como un Prometeo que busca usar el fuego para destruir el sistema. En efecto, él mismo y un ejército invisible de nuevos anarquistas amenaza los cimientos del imperio más grande que ha visto la humanidad. Renzi busca a Munk y, en el camino, se encuentra con varios personajes que, en el submundo de la cultura yankee, respiran conspirando: por ejemplo, aquella chica de los tatuajes y el cabello azul que hace de hacker para obtener pasajes de avión gratis y otros beneficios. El asunto de la lucha armada está muy presente, la inquietud por los medios de cambiar el mundo, por eso es que Renzi marca un paralelo entre las luchas guerrilleras argentinas de las fuerzas armadas de liberación (FAL); el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), los montoneros peronistas y los viejos anarquistas que cantaban “arroja la bomba” y actuaban solos en contra de los regímenes que juzgaban tiránicos. Estos nuevos rebeldes, algunos con aires de cyperpunk, o que abrevan de las propuestas culturales de los movimientos culturales contrahegemónicos como el hip-hop (panteras negras) y el punk (The monkey gang) se parecen mucho a aquellos últimos: dudan de una apuesta colectiva de transformación, no creen en organizaciones partidarias, se asocian sin conocerse, actúan como los situacionistas franceses: acción directa, sabotaje, táctica de guerrilla individual.
Tomas Munk, ahora preso, recibe la visita de Renzi y él le pregunta por Ida. El matemático terrorista no afirma ni niega y las condiciones de la muerte de Brown quedan en el misterio. Munk se ha propuesto asesinar con bombazos a la inteligencia que sostiene el complejo militar-industrial capitalista. Fragua atentados contra científicos, intelectuales y profesores que colaboran con el gobierno. Einstein participó en el proyecto Manhattan, ayudó en el desarrollo de la bomba atómica, así también el físico Richard Feinmann. El libro incluye un camino arterial por el que fluyen muchas sangres: los debates sobre la lucha armada, sobre el individualismo. Hablan Kropotkin, el anarquista ruso y Nietzsche, en defesa de su übermensch. Se reconoce el ámbito académico como un lugar de inconformes que pueden desenvolverse en los mundos de la clandestinidad, como pasó en la argentina de la década de los 60 y 70, en la que un atentado a una estación de policía era más que frecuente. Bandoleros revolucionarios, marginales incendiarios, poetas explosivistas. Todo este mundo, reactualizado, late en el corazón de la primera potencia militar del mundo. La novela pone de relieve la posibilidad de que la mayor amenaza para el imperio del tío Sam esté dentro de sus propias fronteras. Es invisible, no lleva estandarte: es un ejército de espectros como prometeos que llevan fuego en las manos.
* Sociólogo y Escritor.
“En Estados Unidos, la mitad de la población trabaja con los servicios de inteligencia y la otra mitad está vigilada”.
Esta novela del escritor argentino Ricardo Piglia destaca por su estilo contenido, en términos narrativos: es efectiva en la descripción de eventos, y no se permite excesos retóricos. No hay fárrago ni descripciones innecesarias. Sin embargo, es una novela compleja que propone varios submundos narrativos que se desprenden, como ramas, de un robusto tronco central. Novela erudita, para un público de intelectuales y artistas, abunda en referencias literarias y filosóficas desde Joseph Conrad, William Hudson y Herman Melville hasta Karl Marx, Piotr Kropotkin y Friedrich Nietzsche. ¿Qué sustancia puede unir referentes tan disímiles? se trata de la historia de un profesor argentino que resulta un alter ego de Piglia: el Dr. Renzi. (Recomendamos: Entrevista al escritor argentino César Aira, por Nelson Fredy Padilla).
Ha sido reconocido con una beca como profesor visitante en una prestigiosa universidad de los Estados Unidos. Su Argentina natal lo agobia con estancos y perturbaciones mentales: insomne, nervioso, se detiene en un delirio que difiere en todo de la amnesia: recuerda obsesivamente imágenes que recoge en sus caminatas nocturnas. Su trabajo intelectual no rinde mayores frutos y la oportunidad de empezar de cero en “el norte” es como agua para el sediento. Así pues, sin dudarlo, se acomoda en una casa bien equipada en EEUU, conoce a sus estudiantes de doctorado, que son pocos y parecen un grupo de iniciados, defensores de una tradición en crisis; se entretiene observándolos y como el naturalista argentino William Hudson, observa la realidad norteamericana deteniéndose en los personajes. (Más: Homenaje a Galileo Galilei, el hombre que demostró que no éramos el centro del universo).
Como su colega Hudson, observa la fauna de sujetos norteamericanos como si fueran los animales de la pampa. Muchos resultan entrañables a la vez que excéntricos: su superior académico, el Dr. D’amato, por ejemplo, es un veterano de la guerra de Corea que tiene un acuario en su sótano para dar hogar a un tiburón blanco. Cuando Renzi pregunta sobre el alimento del animal: el dueño de casa responde que prefiere saciarlo con profesores visitantes. También se encariña con un extraño personaje que habita las calles de la ciudad: Orión, un hombre aturdido por algún trastorno indefinido: miembro de la categoría a los que Tolstoi llamaba “locos tranquilos”.
Lleva puesto un letrero que reza: “soy de Orión” y solo quiere relacionarse con gente de la misma procedencia. Renzi finge su origen y se le acerca. Aquel, deambula por la ciudad a deshoras, con la complicidad de los habitantes de la ciudad y de los universitarios que lo respetan como un personaje pintoresco. Le facilitan el alimento en la cafetería con precios módicos porque aquel se dedica a la recolección de monedas: monedas abandonadas porque se niega a pedirlas por caridad. Poco tiempo después, entra en escena Ida Brown, que se comunica, en un juego de palabras, con el título de la novela: ¿Viaje de Ida? ¿Viaje de Aida? ¿Es acaso esa mujer que está un poco Ida? Que además, se llama igual que su madre. (Lea aquí más ensayos de Juan Sebastián Fajardo para El Espectador).
Un portento intelectual. Hija de un padre viril que no la descuidó nunca, Ida se ha hecho un lugar entre los académicos más prestigiosos de los Estados Unidos. Se dedica a combatir a las “células derridianas” y ataca por izquierda al “comité central de la deconstrucción” en Yale desde la historiografía marxista, aunque la última definición resulte, según Renzi, un pleonasmo. Poco tiempo después se citan para comer, ella le ofrece unas pastillas coloreadas de éxtasis o LSD que en poco tiempo lo tienen, parafraseando a Piglia: mirando desde el techo a esos cuerpos desnudos sobre la cama cumpliendo todas sus fantasías. Imposible no enamorarse. Hay que mantener el romance en secreto, así que ella, muy defensora de la pulcritud en la academia, propone un código de relación estricto basado en una sola premisa: la clandestinidad.
Amante del secreto, Brown, sin hijos por elección, militante y activista, se da cita con cierta regularidad en hoteles con Renzi. Aquel no deja de pensar en ella: sus encuentros son los más intensos que ha tenido con nadie. Se ven envueltos en una dinámica de fingimiento: de doble identidad: en el hotel son amantes voraces, en la universidad conocidos. No puede ser de otra manera. Ambos están satisfechos.
Un día, de repente, llega a la universidad la noticia de que la profesora Brown ha muerto en un extraño accidente. Su auto fue encontrado a la orilla de alguna autopista y su cuerpo, sin vida, demuestra una quemadura que le recubre todo el brazo. Se especula sobre un atentado, quizá un suicidio ¿un accidente? La universidad queda conmocionada y el cuerpo de profesores se estremece algo menos que Renzi. “La irrealidad está hecha de detalles”, piensa, mientras explican las circunstancias del macabro hallazgo.
Pronto se presentan en su casa agentes del F.B.I. para interrogarlo. El académico cree manejar la situación con los insumos que ha dejado en su arsenal el conocimiento de la novela negra. Comprende los trucos de los policías, pero está inquieto porque su romance con Brown es un secreto. No quiere romper su pacto con su amante muerta. Pronto advierte que los agentes sabes más de lo que él sospecha y formula la condición con esta sentencia increíble: “en estados unidos, la mitad de la población trabaja con los servicios de inteligencia y la otra mitad está vigilada”. Agobiado por la paranoia de la vigilancia y tratando de no olvidar la voz de Ida, llama para escuchar su voz en la contestadora. “El destino del mundo es crear mujeres”, escribió Gastón Bachelard y, para su fortuna, entra en escena una profesora rusa de literaturas eslavas, viuda y cerca de los ochenta años: Nina.
La vecina rusa lo aliviana con su compañía, abre interesantísimos debates sobre el desplume de la utopía en la unión soviética. Explica qué tan rápido, como escribió Emil Cioran, se convirtieron las pilas de agua bendita en escupideras con la revolución bolchevique a partir del stalinismo. El problema es complejo porque hablan dos individuos venidos de los pueblos más arriesgados en los términos de la razón utópica, algunos de los pueblos que más han sufrido sus fracasos. Pueblos acostumbrados a la violencia. La presencia del F.B.I. es sofocante, en la vida y en la investigación de la muerte de Ida. No es un caso aislado: varios académicos, científicos e investigadores de renombre han muerto en circunstancias similares. Los federales no pueden dejar pasar ningún detalle. Involucran a Renzi en la pesquisa.
Descubren una cara oculta de Brown, amante del misterio, ángel clandestino: frecuentaba las fiestas swinger, los locales de sadomasoquismo y tuvo un romance con D’amato, el amo del tiburón blanco. Esta es una de las premisas fundamentales de la novela: las dos caras de los individuos en la sociedad norteamericana: cada tanto se descubre a un senador, vestido de mujer, en una orgía o algún estudiante tranquilo resuelve su desespero subterráneo comprando un arma para hacer una purga inesperada. Batman y Superman, con sus mundos secretos.
Está bien, la bella Ida tenía sus secretos, era un ángel clandestino. Muy bien. Pero ¿y el asunto de su muerte? Renzi siente celos, no lo niega, pero no quiere rebajarse a ese sentimiento tan humano, tan bajo, así que rebusca en los libros de Ida y se encuentra con la novela The Secret Agent de Joseph Conrad. Allí encontrará una serie de pistas, indicios y una suerte de mapa que lo llevará a resolver parte del misterio. Las indicaciones, cifradas, para encontrar al nuevo personaje central, Thomas munk, están en aquel texto al que Munk era aficionado. ¿Quién es Munk, entonces? Se trata de un matemático de ascendencia polaca de gran renombre. Aquel ha decidido separarse del sistema y refugiarse en una cabaña en el campo como un anacoreta, pero no solo eso: escribió un Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico en el que desafía la visión racionalista-utilitaria que guía los destinos del mundo en la modernidad y en el ámbito contemporáneo.
La matematización del mundo de la que se quejó Lukacs, paradójicamente, dada la profesión de Munk. Las disidencias políticas en Estados Unidos lo celebran como un ídolo. Cae en la cárcel, su imagen pública se robustece como un Prometeo que busca usar el fuego para destruir el sistema. En efecto, él mismo y un ejército invisible de nuevos anarquistas amenaza los cimientos del imperio más grande que ha visto la humanidad. Renzi busca a Munk y, en el camino, se encuentra con varios personajes que, en el submundo de la cultura yankee, respiran conspirando: por ejemplo, aquella chica de los tatuajes y el cabello azul que hace de hacker para obtener pasajes de avión gratis y otros beneficios. El asunto de la lucha armada está muy presente, la inquietud por los medios de cambiar el mundo, por eso es que Renzi marca un paralelo entre las luchas guerrilleras argentinas de las fuerzas armadas de liberación (FAL); el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), los montoneros peronistas y los viejos anarquistas que cantaban “arroja la bomba” y actuaban solos en contra de los regímenes que juzgaban tiránicos. Estos nuevos rebeldes, algunos con aires de cyperpunk, o que abrevan de las propuestas culturales de los movimientos culturales contrahegemónicos como el hip-hop (panteras negras) y el punk (The monkey gang) se parecen mucho a aquellos últimos: dudan de una apuesta colectiva de transformación, no creen en organizaciones partidarias, se asocian sin conocerse, actúan como los situacionistas franceses: acción directa, sabotaje, táctica de guerrilla individual.
Tomas Munk, ahora preso, recibe la visita de Renzi y él le pregunta por Ida. El matemático terrorista no afirma ni niega y las condiciones de la muerte de Brown quedan en el misterio. Munk se ha propuesto asesinar con bombazos a la inteligencia que sostiene el complejo militar-industrial capitalista. Fragua atentados contra científicos, intelectuales y profesores que colaboran con el gobierno. Einstein participó en el proyecto Manhattan, ayudó en el desarrollo de la bomba atómica, así también el físico Richard Feinmann. El libro incluye un camino arterial por el que fluyen muchas sangres: los debates sobre la lucha armada, sobre el individualismo. Hablan Kropotkin, el anarquista ruso y Nietzsche, en defesa de su übermensch. Se reconoce el ámbito académico como un lugar de inconformes que pueden desenvolverse en los mundos de la clandestinidad, como pasó en la argentina de la década de los 60 y 70, en la que un atentado a una estación de policía era más que frecuente. Bandoleros revolucionarios, marginales incendiarios, poetas explosivistas. Todo este mundo, reactualizado, late en el corazón de la primera potencia militar del mundo. La novela pone de relieve la posibilidad de que la mayor amenaza para el imperio del tío Sam esté dentro de sus propias fronteras. Es invisible, no lleva estandarte: es un ejército de espectros como prometeos que llevan fuego en las manos.
* Sociólogo y Escritor.